Tú y yo, unidos en un viaje de caótica decadencia. Así juramos amarnos, hasta el fin, hasta la destrucción total. En aquella noche de densa penumbra, mientras devoraba el veneno de tus labios, te hacía esclava de mi maldición. Quisiste eso; abriste la puerta que te llevaría hasta mi mundo tenebroso y atravesaste el umbral, sin dudarlo.
Caos. La gente entra en pánico con tan solo oír esa palabra. Estúpidos. El caos es inevitable, ineludible; finalmente arrasará vuestras vidas, vuestros hogares, vuestros hábitos y costumbres, vuestras creencias... El caos prevalecerá y yo ya lo he asumido. Muchos tormentos os ahorraríais si adoptaseis actitud tan sensata como la mía. Pero me llamáis loco y me dais la espalda cuando os hablo. Allá vosotros, pues, queriendo negar lo inminente. ¿Acaso no está escrito y no ha sido predicado por miles de profetas? ¿No se han promulgado acaso leyes físicas honorando al desorden? ¿No es cierto que moriréis, convirtiéndoos en un polvo blancuzco, gris; dejando atrás todo cuanto construisteis con el sudor de vuestra frente, consumiéndose poco a poco con el paso del tiempo? Intentáis mantener el orden y la estructura de las cosas que decís amar, pero el implacable paso del tiempo acabará por corroer hasta vuestras almas.
Sabías a lo que te exponías, pero te armaste de valor y quisiste venir a mí, abrazarme, entregarte. Admiro tu coraje; poca gente goza de una determinación así y menos son aún los que con tan ardiente pasión se enfrentan a lo desconocido. A pesar de intuir nuestro trágico final decidiste amar, amar apasionadamente y sin control. Única en tu especie. Admiro eso. Por mi parte, te correspondí como mejor pude; eso y más merecías por tu decidida entrega.
Nada me gustaba más que sentir tu corazón latir con fuerza, enfrentado a la incertidumbre, cada vez que te llevaba a un nuevo lugar, escenario de una nueva aventura llena de sobresaltos y placeres. Allá íbamos los dos, en pleno trance hipnótico. Rompiendo las reglas, sintiendo el peligro. Devotos de la lujuria. Verdaderamente vivos. Insurrectos en una sociedad adormecida de amilanados espíritus, obedientes y sumisos. Herejes de un culto a la costumbre y a la tradición. Vagábamos por las calles de una ciudad eternamente nocturna, con todos sus impecables ciudadanos dormidos.
Pero hoy debemos ponerle fin a nuestras andanzas, amada mía. Hoy es el día de nuestro trágico final, día en que nuestro romance perdurará inmortal en las memorias de las personas. Antes de que nuestros corazones se vuelvan de piedra, deslicemos a través de éstos los afilados cuchillos de nuestras mentiras y engaños. Bañémonos en nuestra propia sangre, derramada aquí y ahora.
Puedes huir también, si quieres. Yo no te lo impido. La decisión es tuya; pero las consecuencias no. Tu alma ya ha elegido quedarse: su lugar está aquí. ¿Qué va a pasar? No lo sé: es el caos. El caos lo dominará todo, ejerciendo como un déspota su criterio sin criterio. La suerte está echada.
Caos. La gente entra en pánico con tan solo oír esa palabra. Estúpidos. El caos es inevitable, ineludible; finalmente arrasará vuestras vidas, vuestros hogares, vuestros hábitos y costumbres, vuestras creencias... El caos prevalecerá y yo ya lo he asumido. Muchos tormentos os ahorraríais si adoptaseis actitud tan sensata como la mía. Pero me llamáis loco y me dais la espalda cuando os hablo. Allá vosotros, pues, queriendo negar lo inminente. ¿Acaso no está escrito y no ha sido predicado por miles de profetas? ¿No se han promulgado acaso leyes físicas honorando al desorden? ¿No es cierto que moriréis, convirtiéndoos en un polvo blancuzco, gris; dejando atrás todo cuanto construisteis con el sudor de vuestra frente, consumiéndose poco a poco con el paso del tiempo? Intentáis mantener el orden y la estructura de las cosas que decís amar, pero el implacable paso del tiempo acabará por corroer hasta vuestras almas.
Sabías a lo que te exponías, pero te armaste de valor y quisiste venir a mí, abrazarme, entregarte. Admiro tu coraje; poca gente goza de una determinación así y menos son aún los que con tan ardiente pasión se enfrentan a lo desconocido. A pesar de intuir nuestro trágico final decidiste amar, amar apasionadamente y sin control. Única en tu especie. Admiro eso. Por mi parte, te correspondí como mejor pude; eso y más merecías por tu decidida entrega.
Nada me gustaba más que sentir tu corazón latir con fuerza, enfrentado a la incertidumbre, cada vez que te llevaba a un nuevo lugar, escenario de una nueva aventura llena de sobresaltos y placeres. Allá íbamos los dos, en pleno trance hipnótico. Rompiendo las reglas, sintiendo el peligro. Devotos de la lujuria. Verdaderamente vivos. Insurrectos en una sociedad adormecida de amilanados espíritus, obedientes y sumisos. Herejes de un culto a la costumbre y a la tradición. Vagábamos por las calles de una ciudad eternamente nocturna, con todos sus impecables ciudadanos dormidos.
Pero hoy debemos ponerle fin a nuestras andanzas, amada mía. Hoy es el día de nuestro trágico final, día en que nuestro romance perdurará inmortal en las memorias de las personas. Antes de que nuestros corazones se vuelvan de piedra, deslicemos a través de éstos los afilados cuchillos de nuestras mentiras y engaños. Bañémonos en nuestra propia sangre, derramada aquí y ahora.
Puedes huir también, si quieres. Yo no te lo impido. La decisión es tuya; pero las consecuencias no. Tu alma ya ha elegido quedarse: su lugar está aquí. ¿Qué va a pasar? No lo sé: es el caos. El caos lo dominará todo, ejerciendo como un déspota su criterio sin criterio. La suerte está echada.