Pensamientos de un Aventurero Cósmico.

viernes, 8 de diciembre de 2006

Sonido crepuscular

Una vez, de niño, me quedé durante mucho tiempo pasmado contemplando la puesta de sol. Vale decir que donde yo vivo los atardeceres son magníficamente bellos, tanto que quienes vienen de fuera se quedan prendados de su inigualable hermosura y se van con una sensación de nostalgia única ---que aquí llamamos morriña---.

Pero para mí no era novedad aquel atardecer; ver desde la playa como el sol se ponía tras las montañas era un hecho cotidiano. No obstante, ese día sentí una profunda melancolía durante y tras la observación del ocaso. Yo me hallaba en una excursión del colegio, junto con todos mis compañeros y las maestras. Era la hora de la cena y ya casi todo el mundo había rematado sus viandas, de modo que reinaba un alegre alboroto en el comedor, fruto de la enérgica vitalidad de los niños. Todos mis amigos jugaban, contaban chistes en la mesa, reían ... menos yo. Yo estaba inmerso en mi contemplación, ajeno a lo que en el mundo pasaba en ese momento; tenía mi mirada fija en un paisaje costero salpicado de destellos color miel momentos antes de ser consumido por la noche.

De vez en cuando mis colegas hacían alguna broma acerca de mi peculiar comportamiento, a las cuales se sumaban los graciosos pero cultivados comentarios de mis maestras al respecto. "Vaya, parece que ha visto el rayo verde del sol", decía una de ellas. Yo, pensativo y taciturno, sólo me interesaba por mi observación, sin apenas hacer caso de lo que me decían. Pero no lo ignoraba todo; desde entonces me he preguntado qué demonios sería ese rayo de color verde.

Ahora, muchos años después, sigo disfrutando de vez en cuando de una bonita puesta de sol. Un atardecer puede llegar a ser reconfortante cuando todo va mal, o cuando necesitamos desconectar del terrible ajetreo cotidiano. Se podría decir que es como una droga. Tal vez el responsable de esta adicción sea ese rayo verde tan difícil de cazar y que, casi sin darme cuenta, vino a mí sin que se lo pidiese. Desde entonces me invade una perenne melancolía que ya es característica de mi ser.

Siempre que escucho ciertas canciones viene a mi memoria un paisaje con una puesta de sol. Es como si esas melancólicas notas me transportasen a un lugar cerca del mar donde se puede ver una puesta de sol, plácidamente, una tarde de verano, disfrutando en silencio de un momento de tranquilidad. A esas canciones las clasifico como "sonido crepuscular" precisamente por evocar esa mágica sensación.

Canciones tan conocidas como "Wicked Game" o "Blue Hotel", de Chris Isaak son especialmente significativas; el lector me dará la razón cuando afirmo que su sonido es melancólico. Podría decirse que Chris Isaak es el máximo representante del sonido crepuscular. Le siguen de cerca los Shadows. La emoción me embargaba cuando, hallándome yo en plena travesía por el Báltico en un crucero, los músicos del barco interpretaron un tema de los Shadows ("Apache", concretamente). Y podría continuar enumerando canciones ---con sus respectivos autores---, de diversos géneros y generaciones, pero todos con ese denominador común en forma de nostálgicos acordes, suaves y melódicos, aderezados eventualmente con letras que versan sobre historias de amor, románticos parajes de ensueño o cualquier otra cosa igualmente emotiva.

El sonido crepuscular anuncia la llegada de la noche en la que el romanticismo triunfará, y el deseo de los amantes se fundirá en una supernova de pasión.

Blue Hotel, every room is lonely,
Blue Hotel, I was waiting only.
The night is like her lonely dream.

Chris Isaak - Blue Hotel

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si te gusta también evocar las gotas de lluvia deslizándose por el cristal de tu ventana o parabrisas, no dejes de escuchar "Isadora", de Azul y Negro. Melancolía por un tubo, aderezada con ánimos para el que se sacrifica constantemente.