¿En qué maldito momento firmamos nuestra propia condena? Nuestras vidas se extinguen, inertes, estancadas en la linealidad de unos acontecimientos programados. Exangües, nuestros espíritus repiten hasta la saciedad los mantras de la rutina, hasta que llega nuestra hora fatal. Es una tragedia.
No hay lugar en esta vida de esclavitud y sufrimiento para un sentimiento, para una emoción. Este es un paisaje del que se han eliminado todos los colores vivos, quedando tan sólo el monótono gris del hormigón y del humo. Somos esclavos de nuestro progreso, mal conducido éste, llevado al dominio plutocrático como instrumento de subversión. Todo para los que se empeñan en frenar el cambio; la quintaesencia de la vida. Ya fuimos más libres de lo que ahora somos.
De pronto, todos nos vemos involucrados en absurdas reyertas tecnológicas y burocráticas. Todos debemos pasar por el aro, mientras el domador de circo —que opera desde posición privilegiada— nos engatusa con estúpidos señuelos: fetiches producidos por una sociedad excesivamente comercial y mercantilista. Somos el rebaño, unido por nuestros teléfonos móviles y páginas web. A todos, de repente, nos gusta lo mismo: ir de vacaciones a los mismos sitios, ver los mismos programas de televisión, leer las mismas cosas y escuchar la misma música. Alienación. Hemos perdido nuestro propio gusto, nuestra personalidad, nuestro criterio. Somos clones, máquinas; sin sentimientos, sin emociones. La vida consistía justamente en lo contrario: celebrar con júbilo el milagro de ser únicos e irreemplazables.
Una revolución tecnológica diferente es necesaria, una que esté al servicio de todas las personas y no de unos pocos privilegiados. Debe tener lugar para abolir por fin las diferencias de clase social, para garantizar una calidad de vida para todos, para defender la opinión y la dignidad de cada persona. Esa revolución tecnológica vela por la vida —en toda su esencia—, en lugar de amurallarla para mitigar su efecto perturbador e impredecible.
No hay lugar en esta vida de esclavitud y sufrimiento para un sentimiento, para una emoción. Este es un paisaje del que se han eliminado todos los colores vivos, quedando tan sólo el monótono gris del hormigón y del humo. Somos esclavos de nuestro progreso, mal conducido éste, llevado al dominio plutocrático como instrumento de subversión. Todo para los que se empeñan en frenar el cambio; la quintaesencia de la vida. Ya fuimos más libres de lo que ahora somos.
De pronto, todos nos vemos involucrados en absurdas reyertas tecnológicas y burocráticas. Todos debemos pasar por el aro, mientras el domador de circo —que opera desde posición privilegiada— nos engatusa con estúpidos señuelos: fetiches producidos por una sociedad excesivamente comercial y mercantilista. Somos el rebaño, unido por nuestros teléfonos móviles y páginas web. A todos, de repente, nos gusta lo mismo: ir de vacaciones a los mismos sitios, ver los mismos programas de televisión, leer las mismas cosas y escuchar la misma música. Alienación. Hemos perdido nuestro propio gusto, nuestra personalidad, nuestro criterio. Somos clones, máquinas; sin sentimientos, sin emociones. La vida consistía justamente en lo contrario: celebrar con júbilo el milagro de ser únicos e irreemplazables.
Una revolución tecnológica diferente es necesaria, una que esté al servicio de todas las personas y no de unos pocos privilegiados. Debe tener lugar para abolir por fin las diferencias de clase social, para garantizar una calidad de vida para todos, para defender la opinión y la dignidad de cada persona. Esa revolución tecnológica vela por la vida —en toda su esencia—, en lugar de amurallarla para mitigar su efecto perturbador e impredecible.
1 comentario:
el hecho de ser unicos e irremplazables abre una de las maravillas que es el ser humano como ente que evoluciona, piensa, crea, destruye, critica, ama, razona, etc que manifiesta una personalidad. pero, vayamos a la cuestión que el otro día me subyagó? que emerge al leer este artículo. Veamos, hay un "slogan" que aparece en repetidas ocasiones en las revistas, normalmente femeninas, en los libros de autoayuda y autoestima y en la prensa y tv: "se tu mismo". y yo me pregunto ¿como eres tu mismo?
¿y en que momento?
parece de facil contestacion, sin embargo, a mi no me parece tal. y eso porque a veces no creo ser yo misma y creo que en ningun momento estare plenamente segura de que asi sea. ¿tal vez demasiada introspeccion? lo dudo.
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