El concepto de inteligencia humana se malinterpreta muchas veces, otorgándole a éste funciones o cometidos que poco tienen que ver con su verdadero propósito y su genuina razón de ser. La inteligencia se manifiesta con cada muestra de ingenio, con la chispa de la personalidad; eso que es único en cada persona. No obstante, muchas veces se atribuyen ―por error, por confusión― a la inteligencia las funciones del intelecto, que poco tiene que ver. Las capacidades intelectuales de una persona, desarrolladas éstas durante años de educación y formación, no son más que herramientas para llevar a cabo ciertas tareas, casi siempre rutinarias o con una base fundamental común a todas ellas. La inteligencia va más allá de un cometido tan sistemático y predecible; precisamente la inteligencia es capaz de hacer frente al cambio, aceptándolo y logrando que el individuo se adapte a éste. Se trata de algo mucho menos rígido que el intelecto.
El intelecto se beneficia de la inteligencia para constituirse, para medrar en sabiduría y conocimientos, pues la inteligencia hace un aporte primordial en toda etapa de aprendizaje. Es lícito, pues, asociar intelecto con inteligencia.
Y sin embargo, rara vez se asocia con la inteligencia otro don de las personas que, si cabe, es más sorprendente y maravilloso que el intelecto: la intuición. Oculta bajo un manto de racionalismo, la intuición permanece aletargada en la sombra. Rara vez se acude a ella para solucionar un problema y, no obstante, grande es su capacidad para hallar soluciones a problemas complejos, a problemas en los que el método racional falla.
Sabiendo que tenemos ese don, ese potencial oculto, ¿por qué no entrenarlo y aprovecharlo? Sacarle partido a la intuición puede mejorar nuestras vidas, pero hay que mantenerla en forma. Y para conocer el método adecuado de entrenamiento de la intuición, primero hay que conocer bien a ésta. Para ello es necesario reconocer e identificar un sentimiento interno que se dispara de una forma u otra para sugerirnos sutilmente la solución a cada problema que pueda aparecer. Es como una vocecilla, tímida y débil, que sólo se puede escuchar cuando la vociferante razón, promovida por el intelecto, haga silencio por un tiempo. Hay, pues, que aprender a escuchar ese susurro del corazón que tan buen asesor resulta ser.
La mente de una persona cualquiera, a pesar de ser en su origen una creadora maravillosa de soluciones para la vida, se halla casi siempre subyugada por la tiranía de un sistema educativo o laboral rígido. Los procedimientos de educación y trabajo que actualmente están en boga condenan a la indomable bestia que es la mente humana a un terrible ostracismo de cerrazón e infrautilización. Es hora de abrir la mente, de utilizarla plenamente; es hora de desenterrar esa voz interior que emana desde nuestros corazones. Esa voz es la que ha de dirigir nuestros actos, con el apoyo de lo que el intelecto le pueda aportar de cara a la realización. Es la voz de la intuición.
De este modo, aprendiendo a escuchar a esa vocecilla interior se aprende a interpretar el mensaje de la intuición. Mas ahora nos interesa interpretarlo adecuadamente y transcribirlo, de una forma u otra, al lenguaje de las acciones. Nos interesa plasmar la respuesta intuitiva, sentida en nuestro interior, de forma tangible e inteligible. Son muchos los medios que permiten hacer posible esto: desde los mapas mentales hasta las prácticas esotéricas. Cada uno que desarrolle aquella o aquellas con las que se sienta más cómodo.
El intelecto se beneficia de la inteligencia para constituirse, para medrar en sabiduría y conocimientos, pues la inteligencia hace un aporte primordial en toda etapa de aprendizaje. Es lícito, pues, asociar intelecto con inteligencia.
Y sin embargo, rara vez se asocia con la inteligencia otro don de las personas que, si cabe, es más sorprendente y maravilloso que el intelecto: la intuición. Oculta bajo un manto de racionalismo, la intuición permanece aletargada en la sombra. Rara vez se acude a ella para solucionar un problema y, no obstante, grande es su capacidad para hallar soluciones a problemas complejos, a problemas en los que el método racional falla.
Sabiendo que tenemos ese don, ese potencial oculto, ¿por qué no entrenarlo y aprovecharlo? Sacarle partido a la intuición puede mejorar nuestras vidas, pero hay que mantenerla en forma. Y para conocer el método adecuado de entrenamiento de la intuición, primero hay que conocer bien a ésta. Para ello es necesario reconocer e identificar un sentimiento interno que se dispara de una forma u otra para sugerirnos sutilmente la solución a cada problema que pueda aparecer. Es como una vocecilla, tímida y débil, que sólo se puede escuchar cuando la vociferante razón, promovida por el intelecto, haga silencio por un tiempo. Hay, pues, que aprender a escuchar ese susurro del corazón que tan buen asesor resulta ser.
La mente de una persona cualquiera, a pesar de ser en su origen una creadora maravillosa de soluciones para la vida, se halla casi siempre subyugada por la tiranía de un sistema educativo o laboral rígido. Los procedimientos de educación y trabajo que actualmente están en boga condenan a la indomable bestia que es la mente humana a un terrible ostracismo de cerrazón e infrautilización. Es hora de abrir la mente, de utilizarla plenamente; es hora de desenterrar esa voz interior que emana desde nuestros corazones. Esa voz es la que ha de dirigir nuestros actos, con el apoyo de lo que el intelecto le pueda aportar de cara a la realización. Es la voz de la intuición.
De este modo, aprendiendo a escuchar a esa vocecilla interior se aprende a interpretar el mensaje de la intuición. Mas ahora nos interesa interpretarlo adecuadamente y transcribirlo, de una forma u otra, al lenguaje de las acciones. Nos interesa plasmar la respuesta intuitiva, sentida en nuestro interior, de forma tangible e inteligible. Son muchos los medios que permiten hacer posible esto: desde los mapas mentales hasta las prácticas esotéricas. Cada uno que desarrolle aquella o aquellas con las que se sienta más cómodo.
2 comentarios:
La intuición nos domina de pequeños ¿porque pues dejar que nos la machaquen cuando crecemos? nos ponen en manos de la educación social y de las normas y las leyes y de la razón como predominante comun. En las escuelas no te enseñan el valor de los sentimientos o de las casualidades o del inconscinte, tienes q estudiar, aprender, memorizar. Y cuando te das cuenta de que la civilización ha dejado de generar crédito tenemos q volver a aprehender la intuición. Y ya sea por el montañismo de escombros que afloja una ciudad o por la carrera precipitadamente económica que despierta, lo cierto es que la intuición es más solidaria con aquellos que viven más próximos a la naturaleza. Creo.
Yo pienso que la intuición nos permite adaptarnos a casi cualquier medio, mientras estos medios imiten de alguna forma a la naturaleza. E imitar a la naturaleza es, en muchos casos, la opción mejor, la más óptima. Si se obra contra-natura en esos casos se despista a la intuición, pero también se incurre en ineficiencias.
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