Es viernes por la mañana. Un empleado mira atentamente el reloj que cuelga de la pared de su oficina y mentalmente calcula cuantas horas faltan para que termine su jornada. «Por fin es viernes», piensa él. Desea ya salir de su lugar de trabajo y descansar todo el fin de semana.
Pero el fin de semana resulta trágicamente corto y ya, como en un abrir y cerrar de ojos, es lunes otra vez y de nuevo hay que enfrentarse otra vez a la rutina y luchar contra las horas de ese reloj que pasan solo cuando éste no es observado. La espera se dilata hasta abarcar toda la semana, esperando que llegue el viernes. Lunes, martes, miércoles, jueves ... ¡viernes! Otro fin de semana y vuelta empezar.
Y semana tras semana asalta la cabeza de nuestro pobre oficinista una nueva cuestión y un nuevo cálculo mental: ¿cuántos días faltan para las vacaciones? Y las vacaciones se le antojan terriblemente lejanas aún; mejor no pensar en eso. Pero la pregunta se reitera, y día tras día la respuesta va tomando forma: dentro de un mes, tres semanas, quince días, una semana, ¡mañana!
Pero el periodo vacacional transcurre demasiado rápido y, para más inri, nunca da tiempo a hacer todo lo que se esperaba hacer. Siempre queda algo en el tintero. Siempre las expectativas superan a lo conseguido finalmente, y toca volver a la vida rutinaria con la frustración de no haber logrado todo lo que se había planeado hacer.
Van pasando los años, sigilosamente; sin que advirtamos su presencia más que en contadas ocasiones: momentos de lucidez pasajera. Y las cosas que parece que ayer fueron distan, en realidad, varios lustros del presente. Y un nuevo anhelo recorre el fatigado cuerpo del hombrecillo aquí protagonista: saborear la libertad de la jubilación, libertad equiparable a la del preso que cumple su condena. Así es vista la jubilación, porque ésta no fuerza el retorno a la rutina y su duración no está determinada de origen. Es normal que se sienta libre el individuo así, porque nada ni nadie le obligará a volver a la rutina y a la obligación.
Pero esta libertad no es la libertad del pájaro. Es la libertad del preso que en la pared de su celda graba, día tras día, el progreso de la cuenta atrás hacia su liberación. No es la libertad del que ha nacido libre. Sin embargo, esa libertad debiera ser porque, ¡sorpresa!, hemos nacido libres.
Pero el fin de semana resulta trágicamente corto y ya, como en un abrir y cerrar de ojos, es lunes otra vez y de nuevo hay que enfrentarse otra vez a la rutina y luchar contra las horas de ese reloj que pasan solo cuando éste no es observado. La espera se dilata hasta abarcar toda la semana, esperando que llegue el viernes. Lunes, martes, miércoles, jueves ... ¡viernes! Otro fin de semana y vuelta empezar.
Y semana tras semana asalta la cabeza de nuestro pobre oficinista una nueva cuestión y un nuevo cálculo mental: ¿cuántos días faltan para las vacaciones? Y las vacaciones se le antojan terriblemente lejanas aún; mejor no pensar en eso. Pero la pregunta se reitera, y día tras día la respuesta va tomando forma: dentro de un mes, tres semanas, quince días, una semana, ¡mañana!
Pero el periodo vacacional transcurre demasiado rápido y, para más inri, nunca da tiempo a hacer todo lo que se esperaba hacer. Siempre queda algo en el tintero. Siempre las expectativas superan a lo conseguido finalmente, y toca volver a la vida rutinaria con la frustración de no haber logrado todo lo que se había planeado hacer.
Van pasando los años, sigilosamente; sin que advirtamos su presencia más que en contadas ocasiones: momentos de lucidez pasajera. Y las cosas que parece que ayer fueron distan, en realidad, varios lustros del presente. Y un nuevo anhelo recorre el fatigado cuerpo del hombrecillo aquí protagonista: saborear la libertad de la jubilación, libertad equiparable a la del preso que cumple su condena. Así es vista la jubilación, porque ésta no fuerza el retorno a la rutina y su duración no está determinada de origen. Es normal que se sienta libre el individuo así, porque nada ni nadie le obligará a volver a la rutina y a la obligación.
Pero esta libertad no es la libertad del pájaro. Es la libertad del preso que en la pared de su celda graba, día tras día, el progreso de la cuenta atrás hacia su liberación. No es la libertad del que ha nacido libre. Sin embargo, esa libertad debiera ser porque, ¡sorpresa!, hemos nacido libres.
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