Krieger wie wir
Besiegen die Welt und verlier'n
(And One ― Krieger)
—¡Guerra!—, exclamaron generales de todas las naciones. Efectivamente, había estallado la guerra, el conflicto bélico inminente e inevitable eclosionaba por fin. No podía ser de otra forma; no en este mundo, no en esta vida. Guerreros somos, guerreros nacemos. Somos luchadores natos, es nuestra razón de ser. La vida es guerra y es la guerra lo que le da sentido a la vida. La lucha, la contienda.
Por ello es preciso cultivarse en el hermoso y noble arte de la guerra. ¡Siempre en guardia! Es nuestro deber y nuestra misión desarrollar una actitud marcial, para estar siempre atentos a cualquier ofensa y a cualquier oportunidad de ataque. Atención permanente; siempre ha de haber un par de ojos abiertos, un centinela que vele por nuestra seguridad.
¿Y por qué se lucha? Por la vida, por la propia existencia, tratando de que ésta se perpetúe por los siglos de los siglos. La guerra se origina como desafío de la vida a la propia vida y por la propia vida. Desde que se nace uno lucha contra las amenazas a su frágil vida, recién expuesta a un mundo frío, cruel y amenazante. Crece el individuo envuelto en disputas diversas, queriendo hacerse camino entre la gente que trata de aplastarle, luchando por su trocito de cielo. El reconocimiento personal se conquista. La subsistencia es una lucha constante. La procreación es también un severo conflicto bélico: la historia la escriben los vencedores y la historia evolutiva no está exenta de dicha suerte. Por ende, guerreros somos y nuestra batalla es nuestra propia vida.
Pero ríos de sangre corrieron veloces por la tierra, trazando sus angustiosos meandros entre montañas de cadáveres. La lucha de los guerreros, injustamente comandada por sanguinarios generales, devino en holocausto. La muerte de muchos por la ambición desmesurada de unos pocos. Todo por transformar el conflicto natural en una cuestión personal de adquisición de poder. Delirios de grandeza; liderazgo sin amor al liderado, sin respeto, sin devoción, sin consideración, sin gratitud.
Nuestra condición de luchadores natos, de guerreros fieles a nuestra causa, no pretende dirigirnos hacia nuestra propia aniquilación. No es su fin el de enfrentarnos. No quiere tan siquiera compararnos, decidiendo quién es mejor. Somos diferentes y luchamos por mantener nuestra diversidad, por tejer un tapiz histórico variado y colorista. Nuestra lucha es constructiva, no destructiva. Es hora ya de destituir a los viejos generales de la guerra cruda y mortífera para coronar a los príncipes de la nueva causa, unificada y diversa. ¡Que éstos elijan a los nuevos generales de la paz y de la concordia!
Seguiremos cultivándonos en el hermoso y noble arte de la guerra, por supuesto. Lo haremos mejor que nunca, para evitar el derramamiento de sangre innecesario e injustificado. Con suma elegancia y perfecto sincronismo se resuelve la contienda, sin ambigüedades ni malentendidos acerca del vencedor: ambos, en realidad. Toda agresión se purifica y renace convertida en algo bello, constructivo.
Y, sí, conquistaremos el mundo. Lo llenaremos de cosas bellas, resultantes de la transformación purificadora: nuestra lucha. Los ríos de sangre se secarán y las montañas de cadáveres desaparecerán, dando lugar a un nuevo paisaje de esperanzadoras vistas. Dominaremos a quien quiere dominar para su lucro egoísta, haciéndole ver que su perniciosa ambición carece totalmente de sentido. Así lucharemos. Y tras nuestra conquista maravillosa volveremos por fin al mundo que nos ha dado la vida para ser parte de él, en armonía, sintiendo con él, siendo él.
Por ello es preciso cultivarse en el hermoso y noble arte de la guerra. ¡Siempre en guardia! Es nuestro deber y nuestra misión desarrollar una actitud marcial, para estar siempre atentos a cualquier ofensa y a cualquier oportunidad de ataque. Atención permanente; siempre ha de haber un par de ojos abiertos, un centinela que vele por nuestra seguridad.
¿Y por qué se lucha? Por la vida, por la propia existencia, tratando de que ésta se perpetúe por los siglos de los siglos. La guerra se origina como desafío de la vida a la propia vida y por la propia vida. Desde que se nace uno lucha contra las amenazas a su frágil vida, recién expuesta a un mundo frío, cruel y amenazante. Crece el individuo envuelto en disputas diversas, queriendo hacerse camino entre la gente que trata de aplastarle, luchando por su trocito de cielo. El reconocimiento personal se conquista. La subsistencia es una lucha constante. La procreación es también un severo conflicto bélico: la historia la escriben los vencedores y la historia evolutiva no está exenta de dicha suerte. Por ende, guerreros somos y nuestra batalla es nuestra propia vida.
Pero ríos de sangre corrieron veloces por la tierra, trazando sus angustiosos meandros entre montañas de cadáveres. La lucha de los guerreros, injustamente comandada por sanguinarios generales, devino en holocausto. La muerte de muchos por la ambición desmesurada de unos pocos. Todo por transformar el conflicto natural en una cuestión personal de adquisición de poder. Delirios de grandeza; liderazgo sin amor al liderado, sin respeto, sin devoción, sin consideración, sin gratitud.
Nuestra condición de luchadores natos, de guerreros fieles a nuestra causa, no pretende dirigirnos hacia nuestra propia aniquilación. No es su fin el de enfrentarnos. No quiere tan siquiera compararnos, decidiendo quién es mejor. Somos diferentes y luchamos por mantener nuestra diversidad, por tejer un tapiz histórico variado y colorista. Nuestra lucha es constructiva, no destructiva. Es hora ya de destituir a los viejos generales de la guerra cruda y mortífera para coronar a los príncipes de la nueva causa, unificada y diversa. ¡Que éstos elijan a los nuevos generales de la paz y de la concordia!
Seguiremos cultivándonos en el hermoso y noble arte de la guerra, por supuesto. Lo haremos mejor que nunca, para evitar el derramamiento de sangre innecesario e injustificado. Con suma elegancia y perfecto sincronismo se resuelve la contienda, sin ambigüedades ni malentendidos acerca del vencedor: ambos, en realidad. Toda agresión se purifica y renace convertida en algo bello, constructivo.
Y, sí, conquistaremos el mundo. Lo llenaremos de cosas bellas, resultantes de la transformación purificadora: nuestra lucha. Los ríos de sangre se secarán y las montañas de cadáveres desaparecerán, dando lugar a un nuevo paisaje de esperanzadoras vistas. Dominaremos a quien quiere dominar para su lucro egoísta, haciéndole ver que su perniciosa ambición carece totalmente de sentido. Así lucharemos. Y tras nuestra conquista maravillosa volveremos por fin al mundo que nos ha dado la vida para ser parte de él, en armonía, sintiendo con él, siendo él.
1 comentario:
La lucha por las cosas bellas a nivel mundial ha sido el lema de la utopia de los hippies "hagamos el amor y no la guerra"
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