Has escrito mil líneas en mi diario. Ahora esas líneas lloran por tu ausencia y gritan al sentirse abandonadas, sucias, mentirosas.
Será que nos hacemos viejos. Será que con el tiempo uno gana experiencia y los misterios de la vida dejan de serlo. Ya nada nos sorprende. Será que te veo venir y ya sé lo que quieres lo que me vas a decir y yo ya sé qué respuesta darte. Será que se ha muerto algo dentro de mí, algo que antaño me hacía vibrar de pasión. Ahora no. Ahora es como una roca; al menos pesa como tal dentro de mi pecho. Será que todo ha perdido su encanto, al menos para mí.
Creo que algo he hecho mal, que cometí un error. En su día fue una solución realmente eficaz para superar mis penas, para aliviar mis tormentos. Para superar el que te hubieras ido. Sí, funcionó. Alimenté a mi ego, haciéndolo crecer hasta que se convirtiese en una bestia despiadada y sanguinaria. Fue él quien luego me enseñó a odiarte, a menospreciarte. Tal vez era lo que te merecías, pero eso no importa ahora.
Sentía su furia en mi interior, quemándolo todo: quemándome. Aprendí demasiadas cosas de él. En realidad fue él quien se afanó en enseñarme toda esa basura, toda esa ideología del odio y del rencor. Dejé de sufrir. Dejé de sentir.
No tardé en darme cuenta de que mi ego me tenía dominado. Estaba perdido. Era él quien gobernaba todo mi ser, obligándome a desconfiar siempre, prohibiéndome tocar el suave terciopelo rojo que viste a la Pasión. Vendaba mis ojos cada vez que yo quería ver algún paisaje hermoso o contemplar fascinado el atardecer. Sellaba mis oídos para que ninguna canción pudiese emocionarme. Congestionaba mi olfato para que jamás me deleitase con el perfume de una flor. Me tenía a su merced.
No sabía ya cómo liberarme de ese presidio. Siempre que intentaba algo, a escondidas, actuando por sorpresa y dejándome llevar; no tardaba en venir raudo a recriminarme mi falta de sensatez. Todo lo tasaba así: por su sensatez, por su cordura. Era esa su unidad de medida para todo. Y yo quería, inconscientemente, hacer locuras. Locuras como las que hice antaño, cuando era libre. Locuras como las que algún día haré, alegre y satisfecho.
Sin embargo, algo he descubierto hace poco: he dado con su debilidad. Sí, ese ser tan rígido e implacable que me domina tiene un interesante punto débil. El otro día le conté un chiste y no sólo no se rió; sentí cómo se enojaba, como se retorcía de dolor, como vomitaba sangre. Le hago víctima de mis bromas y veo como se debilita, aunque a mí también me duele. Pero algo es algo.
Reconfortado por mi hallazgo inspiro profundamente y noto el olor de las rosas. Su delicioso aroma evoca mil recuerdos apasionados. Puertas llenas de misterio se abren, cantos de sirena me seducen; voy hacia lo desconocido, otra vez.