Pensamientos de un Aventurero Cósmico.

miércoles, 25 de junio de 2008

La muerte de la Estrella Roja (III)

(NOTA: Todas las fechas son ficticias.)

La verdad acerca de la corrupción que precede a una revolución impura y sanguinaria no siempre sale a la luz, sepultada por toneladas de rencor y cadáveres. Son, además, los vencedores de las batallas los que acaban escribiendo la historia a su manera y antojo, de modo que rara vez se expone con imparcialidad el porqué de un levantamiento.

Sin embargo, yo contaré aquí la historia del Zurdistán desde un punto de vista diferente, analizando las causas, mencionando también las malas artes de las que el invasor se ha servido para lograr su injusta victoria. Procedo, pues, con la exposición.

Debo decir, en primer lugar, que las masas son altamente sugestionables, aún cuando éstas disponen de un nivel de alfabetización adecuado y una cultura extensa y arraigada. Es siempre posible hacer mella en el espíritu de una nación; mutilar y humillar su idiosincrasia, demonizándola, ridiculizándola. Es posible lograrlo si se hace una adecuada suma de ataques mediáticos y culturales, imposiciones políticas y económicas y —si es necesario— actuaciones por la fuerza.

Zurdistán era una región próspera, con identidad propia. Sus gentes gozaban de un estatus envidiable, tal vez demasiado envidiable para los foráneos, todo hay que decirlo. Era evidente que se trataba de un suculento trozo de pastel para los avariciosos reyes y tiranos de regiones colindantes. Nada les importó a éstos intentar subyugar a las buenas gentes del Zurdistán. Muchos lo intentaron, y con proverbial coraje se luchó para impedir cada invasión. Muchas incursiones se han detenido con éxito, pero no sin el correspondiente e inevitable derrame de sangre. Se luchó siempre para defender los ideales más puros, los necesarios, los que dicen que bajo ningún concepto se debe claudicar y ceder a la dominación, a la colonización. Así se libraron muchas batallas, pequeñas todas, infructuosas para el invasor; pero una hubo que resultó ser definitiva y que, por desgracia, se resolvió en victoria para el ofensor y no para el ofendido. Es esta última batalla la que interesa analizar.

No fue una guerra sangrienta para nada; más bien hubo escasos enfrentamientos. Casi toda la acción ofensora se libró desde el plano ideológico y desde la distancia. Un proceso lento, pero efectivo.

Todo comenzó en el otoño de 1987, un soleado 26 de septiembre. Llegaron a Levogrado unos emisarios en nombre de un rey de un país lejano (cuyo nombre prefiero omitir). Los diplomáticos se deshacían en halagos hacia las gentes que allí conocían, ofreciendo tantísimos regalos que fácilmente caían en simpatía. No obstante, al mismo tiempo que su augusta ofrenda se sucedía sin aparente decadencia, obraban también falsamente y a escondidas entre los habitantes del Zurdistán. Difundían falsos rumores, descalificaban y calumniaban a sus soberanos, ocasionaban algún pequeño tumulto entre las gentes; sembraban así la semilla de la discordia.

Las alarmas saltaron en las cortes del Zurdistán y las relaciones con ese infame reino se cerraron al instante. No obstante, ya comenzaban a producirse algunos levantamientos en contra de los mandatarios. Levogrado se fue transformando en una ciudad cada vez más insegura en la que tenían lugar tumultos cada vez con mayor frecuencia.

Comenzaron entonces los ataques, ya a finales del año 1989. El avaricioso rey de ese maldito reino causante de la invasión ordenaba pequeños asaltos para hacer crecer el descontento y la crispación entre las gentes del Zurdistán. Eso sin duda era molesto, pero lo realmente efectivo para su causa fue la maniobra de imposición cultural y económica que desde el principio se puso en práctica y que justo antes del ataque final se endureció sobremanera.

Finalmente, y como ya es conocido, Levogrado cayó el 1 de enero de 1990. La invasión fue paulatinamente avanzando hasta hacerse con el control de todo el Zurdistán.

miércoles, 18 de junio de 2008

A un olmo seco

Aunque se dice de la esperanza que es un formidable desayuno pero una pésima cena, le rindo yo aquí honores a tan vivo sentimiento reproduciendo un poema de Antonio Machado que por título lleva "A un olmo seco":
Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.

¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.

No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.

Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.

Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.

domingo, 15 de junio de 2008

La muerte de la Estrella Roja (II)

¿De qué sirven himnos y banderas cuando los espíritus de las gentes están podridos de avaricia, roídos por el odio, mutilados por la desconfianza? Engaños son: intereses ocultos disfrazados de sentimentalismo patriótico. Lo he visto, lo he sentido en algunas personas, en esos pocos que orgullosos se jactan de pertenecer a un colectivo privilegiado. ¿Y qué privilegio es ese que hace nadar sus escasos bienes en un mar de ceniza y ruinas?

Y, no obstante, se vitorean los lemas de las naciones, como rezos inconscientes, como mantras desprovistos de cualquier significado. Se glorifica a los héroes dudosos, se idolatra a chabacanas figuras, se invierte el valor del arte y de la cultura. Se escupe en los libros y el lenguaje es sometido a horrendas vejaciones. Se reduce el criterio de la gente a lo absurdo, se aliena, se uniformiza. He aquí la brutal paliza que un progreso injusto le propina a la humanidad misma.

Por eso lloran las hadas del Zurdistán, temiendo por su propia existencia. Donde su santuario se ubicaba han construido una tienda de ropa (de ropa horrible, feísima, toda igual). Bosques llenos de magia son ahora jardines artificiales, sin encanto alguno, transitados por nauseabundas marionetas y payasos vestidos de gris. Su único reducto de paz es la noche obscura, pacífica, silenciosa, tranquilizante; el único momento del día que escapa a absurdas reglas y patrones establecidos.

Es por ello que he hecho de la noche mi momento predilecto, porque su paz reveladora me lleva al encuentro de mis amadas criaturas aladas. Me he hecho amigo de ellas; las adoro y con ellas me divierto. Mis hadas de la noche, mis perfectas confidentes. Voy cada noche a junto de ellas, a celebrar mil fiestas, a vivir maravillosos momentos. No hay ley que se aplique a nuestro delirio noctámbulo, por hallarse éste fuera de toda jurisdicción de cualquier convencionalismo. Somos libres en la clandestinidad, en la franqueza de la noche. Nuestras andanzas comienzan con cada atardecer y se culminan en el alba. Así hemos decidido vivir: repudiando la mediocridad, rechazando esa claridad difusa que se pierde en medio de la niebla de la ignorancia.

lunes, 2 de junio de 2008

Dead Letters (II)

Ha llegado a mí la siguiente carta. A fin de servir a los intereses de su apasionado autor, publico aquí su contenido.
3 de Marzo de 2008. Desde algún lugar del destierro.

Bienqueridos amigos:

He aquí mi carta abierta de despedida, dirigida con todo el cariño hacia todos vosotros. Estoy infinitamente agradecido por todo el apoyo que durante todo este tiempo me habéis brindado; dándome cobijo, ánimos y esperanza. Es por eso por lo que me sabría mal marcharme sin despedirme adecuadamente y honraros por todo lo que me habéis dado. Muchísimas gracias.

Y efectivamente, ha llegado el momento de partir. Después de tantos años de exilio, de haber visitado tantos lugares diferentes y nuevos para mí, de aventurarme por el mundo en adelante; ahora siento la necesidad de volver a mi tierra, volver al Zurdistán. Durante todos estos años de destierro por mor de la guerra y de la ocupación me he visto obligado a alejarme de mi querida tierra en busca de una vida que allí se me habría prohibido vivir. Mas ahora es viable regresar allí, ahora que ese ridículo régimen opresor da sus últimos coletazos, ahora que su decrépito caudillo huele ya el hedor de su propia muerte. Es el momento de volver allí cargado de nuevas ideas y frescas iniciativas. Quiero ver renacer a mi lugar de origen, ese lugar al que le tengo tanto amor como el que le tiene una madre a su hijo. ¡Y todos vosotros estáis invitados a venir cuando queráis!

No puedo negar que mientras escribo estas líneas me invade una intensa sensación de melancolía. No puedo dejar de recordar la gran cantidad de maravillosos momentos vividos durante este viaje. Han sido muchas las penurias, cierto es. Muchas las dificultades. Demasiado sufrimiento para mi corazón forzosamente desarraigado. Pero he sobrevivido a todo eso y ahora puedo asegurar que ha merecido la pena. Me voy cargado de optimismo y esperanza, para emprender una nueva etapa de mi vida, para ayudar a crear un nuevo mundo lleno de amor y de justicia. ¡Bienvenidos sois para contribuir a la causa!

De mis vivencias me llevo lo aprendido, para enseñárselo a los que vengan. De mis viajes recupero el legado de mil culturas, para fusionarlo todo en una nueva, más universal y cosmopolita. De las gentes conocidas he de confeccionar una escolma de sentimientos y recuerdos, un poemario de fantásticas aventuras en convivencia. Incluso de mis momentos de recogimiento rescato valiosas reflexiones, sabiduría fruto de mis cavilaciones. En verdad no vuelvo a mi tierra con las manos vacías.

No prolongaré más esta misiva, pues ya todo está dicho. Vendrán ahora muchas cosas nuevas que decir, así como las vaya viviendo; os prometo que os mantendré informados. Sin más me despido ya, porque ahora comienza mi camino de regreso, mi retorno a mis orígenes, mi reencuentro con la inocencia. Es una nueva etapa de mi vida, para crear y difundir mi saber, para hacerlo imperecedero; legándoselo a quienes después vengan, aquellos a los que yo querré como hijos. Éste es ahora mi gran deseo y mi empresa. ¡Deseadme suerte!

Un cálido abrazo para todos vosotros.