Pensamientos de un Aventurero Cósmico.

miércoles, 30 de julio de 2008

Lo que se me ha negado

Se me ha negado el amor. Mi amor era puro y sincero, dirigido a lo que yo más quería en este mundo; y ese amor venía a mí con igual pureza y sinceridad. Mutuo afecto, mutua complicidad. Era una sensación mágica, con la cual yo me sentía flotar envuelto en besos y caricias. Pero ese amor se me ha negado.

Mi amor no entendía de propiedades. No había pertenencias ni exclusividades; sólo respeto, sólo amor. Pero se ha construido una cerca a su alrededor, impidiéndole ver más allá de la parcela en la que ha sido confinado. ¡Triste destino para un amor, vuelto ciego por imposición! Se le ha asignado un dueño; un señor al que rendir pleitesía, un amo al que servir como esclavo.

Mi amor no era amor de esclavos; era amor de reyes. Soberano, ejercía su mágico influjo sobre sus receptores, llenándolos de alegría y felicidad, haciendo que se sientan queridos. Y ahora mi amor llora enjaulado, lastimado por los rudos grilletes que impiden su expresión.

Los amores se disfrazan de compromiso, se visten de boda y se juran fidelidad. ¡Pura pantomima! El matrimonio es tan sólo un pretexto para retener lo que, por su naturaleza, ha de fluir libremente; ¿no es acaso ese maldito sacramento una vil excusa para restringir, en un pacto de exclusividad, la actividad amorosa y sexual? Las relaciones de pareja son cárceles para los amores libres, que se bastan con el respeto mutuo para funcionar bien. Pero todo se lleva al extremo más radical, y se prohibe todo contacto que viole el pacto de exclusividad. ¿A qué viene tanto interés en bloquear, en entorpecer?

El poder radica en instituciones como el matrimonio. La prohibición de toda relación sexual extramatrimonial —algo que se ha disfrazado con el elegante término «fidelidad»— ha sido impuesta con el único objeto de asegurar que todos los hijos desciendan del mismo padre, el mismo que les ha de legar en herencia todas sus posesiones. De nuevo las posesiones; ahí aparece el poder. Que nada quede para los hijos bastardos, irreverentes con el patrimonio, deshonra para su progenitor.

La sociedad: bendición y plaga del ser humano. La sociedad es también culpable de la encarcelación del amor libre. Las sociedades se han erguido con el esfuerzo racional y decidido de los hombres; no hay cabida para las emociones ni para el amor. Mientras tanto, los directores de banco tienen ya potestad para oficiar bodas: lo que la hipoteca ha unido, que no lo separe el hombre. ¡Que a nadie se le ocurra perturbar el orden de la sociedad, bajo pena de marginación y repudio!

Por todo eso yo me niego a ser parte de ese terrible juego de falsos amores, intereses ocultos y emociones fingidas. En respuesta, se me ha negado el amor.

viernes, 11 de julio de 2008

Intuición

El concepto de inteligencia humana se malinterpreta muchas veces, otorgándole a éste funciones o cometidos que poco tienen que ver con su verdadero propósito y su genuina razón de ser. La inteligencia se manifiesta con cada muestra de ingenio, con la chispa de la personalidad; eso que es único en cada persona. No obstante, muchas veces se atribuyen ―por error, por confusión― a la inteligencia las funciones del intelecto, que poco tiene que ver. Las capacidades intelectuales de una persona, desarrolladas éstas durante años de educación y formación, no son más que herramientas para llevar a cabo ciertas tareas, casi siempre rutinarias o con una base fundamental común a todas ellas. La inteligencia va más allá de un cometido tan sistemático y predecible; precisamente la inteligencia es capaz de hacer frente al cambio, aceptándolo y logrando que el individuo se adapte a éste. Se trata de algo mucho menos rígido que el intelecto.

El intelecto se beneficia de la inteligencia para constituirse, para medrar en sabiduría y conocimientos, pues la inteligencia hace un aporte primordial en toda etapa de aprendizaje. Es lícito, pues, asociar intelecto con inteligencia.

Y sin embargo, rara vez se asocia con la inteligencia otro don de las personas que, si cabe, es más sorprendente y maravilloso que el intelecto: la intuición. Oculta bajo un manto de racionalismo, la intuición permanece aletargada en la sombra. Rara vez se acude a ella para solucionar un problema y, no obstante, grande es su capacidad para hallar soluciones a problemas complejos, a problemas en los que el método racional falla.

Sabiendo que tenemos ese don, ese potencial oculto, ¿por qué no entrenarlo y aprovecharlo? Sacarle partido a la intuición puede mejorar nuestras vidas, pero hay que mantenerla en forma. Y para conocer el método adecuado de entrenamiento de la intuición, primero hay que conocer bien a ésta. Para ello es necesario reconocer e identificar un sentimiento interno que se dispara de una forma u otra para sugerirnos sutilmente la solución a cada problema que pueda aparecer. Es como una vocecilla, tímida y débil, que sólo se puede escuchar cuando la vociferante razón, promovida por el intelecto, haga silencio por un tiempo. Hay, pues, que aprender a escuchar ese susurro del corazón que tan buen asesor resulta ser.

La mente de una persona cualquiera, a pesar de ser en su origen una creadora maravillosa de soluciones para la vida, se halla casi siempre subyugada por la tiranía de un sistema educativo o laboral rígido. Los procedimientos de educación y trabajo que actualmente están en boga condenan a la indomable bestia que es la mente humana a un terrible ostracismo de cerrazón e infrautilización. Es hora de abrir la mente, de utilizarla plenamente; es hora de desenterrar esa voz interior que emana desde nuestros corazones. Esa voz es la que ha de dirigir nuestros actos, con el apoyo de lo que el intelecto le pueda aportar de cara a la realización. Es la voz de la intuición.

De este modo, aprendiendo a escuchar a esa vocecilla interior se aprende a interpretar el mensaje de la intuición. Mas ahora nos interesa interpretarlo adecuadamente y transcribirlo, de una forma u otra, al lenguaje de las acciones. Nos interesa plasmar la respuesta intuitiva, sentida en nuestro interior, de forma tangible e inteligible. Son muchos los medios que permiten hacer posible esto: desde los mapas mentales hasta las prácticas esotéricas. Cada uno que desarrolle aquella o aquellas con las que se sienta más cómodo.