La última guerra acaba de estallar. Última porque ya no vendrá otra; ésta no tendrá fin. ¡Sálvese quién pueda! Ha ocurrido porque el ambiente era irrespirable, de crispación constante: el conflicto era inminente. El mundo entero estaba agitado, caliente, enervado, rabioso. El último reducto de paz en la Tierra desapareció, desintegrándose en medio de la tormenta.
Ya no hay esperanza. Carece de sentido plantearse qué hacer en el futuro. Viviremos, de ahora en adelante, cada día como si fuera el último de nuestras vidas. En realidad, podría tratarse éste del último día de nuestras vidas. Aún cuando reina la calma —aparente, por supuesto— la preocupación se respira en el aire, pues en cualquier momento puede aparecer la bala, la flecha o el rayo que nos fulmine.
Los únicos buenos momentos que toca vivir ahora son los proporcionados por la satisfacción de abatir al enemigo, de causarle una baja más, de saquear sus propiedades y de conquistar su territorio. Es una alegría pasajera, pues todo eso así obtenido se desvanecerá rápidamente. Nada permanece en su sitio. Es el caos.
Tan solo cabe esperar, sin prisas, por la única cosa de la que tenemos certeza absoluta de que va a ocurrir: nuestra propia muerte. No buscamos la muerte biológica, sino la extinción de nuestra propia alma. Buscamos alcanzar el nirvana, reiniciar el ciclo; para renacer como una nueva humanidad, mejorada y superior.
Pensamientos de un Aventurero Cósmico.
lunes, 12 de noviembre de 2007
lunes, 15 de octubre de 2007
Locura
Habiendo bebido la sangre de algún dios maldito experimento en estos días últimos de sufrimiento el proceso de transformación voraz que perturba mis entrañas. Siento la presión en mis venas, a punto éstas de estallar; siento los latidos, unos mil por minuto.
El cielo azul tornose esta mañana del color de la sangre; y el sol perdió su brillo por un momento, eclipsado, encerrado en una esfera negra y opaca de la que pretendía salir forcejeando con sus rayos prisioneros. Yo, mientras tanto, permanecía petrificado ante aquella mirada negra que atravesaba mi alma. Penetrante y fugaz, aquel cuchillo invisible que salía de sus ojos diseccionaba todo mi ser. Oh, Kali obscura.
Vino después la tarde, o la noche, ¿quién sabe? Todo a mi alrededor ardía con los cobrizos rayos de un sol crecido y furioso; devastador. Trágico paisaje. Desoladora visión. La gente se agolpaba a mi alrededor, corriendo sin cesar, gritando. Yo apenas sentía el calor del fuego que abrasaba mi piel; sólo sentía la corrosiva ausencia de aquello que da sentido a mi vida: mi dulce droga, mi suave bálsamo. Necesité un trago.
Habiendo bebido la sangre de algún dios maldito comprendo en estos últimos días de terrible soledad el elevado precio de la búsqueda de la verdad. Demasiado tarde para volver atrás. Ya sé demasiadas cosas como para cancelarlo todo y hacer como que me he olvidado de todo. No puedo fingir, no sé fingir.
Desde mi butaca puedo ver como el ilusionista introduce el conejo en la chistera, mientras cuenta chistes y charla con el público. ¡Chistoso charlatán! Se acabó para mí la magia en este patético espectáculo, aunque lo cierto es que se trata de un truco imposible: el conejo nunca existió. Por suerte, puedo calmar mi pertinaz preocupación al mismo tiempo que la sequedad de mi garganta. Oh, maldita adicción.
Habiendo bebido la sangre de algún dios maldito resuelvo, hoy, poner fin a esta pesadilla. Siento ya como todo en mi interior se apacigua. El proceso de transformación se detiene, se aletarga, se pospone indefinidamente. Me entra el sueño. Cierro los ojos. Descanso.
El cielo azul tornose esta mañana del color de la sangre; y el sol perdió su brillo por un momento, eclipsado, encerrado en una esfera negra y opaca de la que pretendía salir forcejeando con sus rayos prisioneros. Yo, mientras tanto, permanecía petrificado ante aquella mirada negra que atravesaba mi alma. Penetrante y fugaz, aquel cuchillo invisible que salía de sus ojos diseccionaba todo mi ser. Oh, Kali obscura.
Vino después la tarde, o la noche, ¿quién sabe? Todo a mi alrededor ardía con los cobrizos rayos de un sol crecido y furioso; devastador. Trágico paisaje. Desoladora visión. La gente se agolpaba a mi alrededor, corriendo sin cesar, gritando. Yo apenas sentía el calor del fuego que abrasaba mi piel; sólo sentía la corrosiva ausencia de aquello que da sentido a mi vida: mi dulce droga, mi suave bálsamo. Necesité un trago.
Habiendo bebido la sangre de algún dios maldito comprendo en estos últimos días de terrible soledad el elevado precio de la búsqueda de la verdad. Demasiado tarde para volver atrás. Ya sé demasiadas cosas como para cancelarlo todo y hacer como que me he olvidado de todo. No puedo fingir, no sé fingir.
Desde mi butaca puedo ver como el ilusionista introduce el conejo en la chistera, mientras cuenta chistes y charla con el público. ¡Chistoso charlatán! Se acabó para mí la magia en este patético espectáculo, aunque lo cierto es que se trata de un truco imposible: el conejo nunca existió. Por suerte, puedo calmar mi pertinaz preocupación al mismo tiempo que la sequedad de mi garganta. Oh, maldita adicción.
Habiendo bebido la sangre de algún dios maldito resuelvo, hoy, poner fin a esta pesadilla. Siento ya como todo en mi interior se apacigua. El proceso de transformación se detiene, se aletarga, se pospone indefinidamente. Me entra el sueño. Cierro los ojos. Descanso.
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sentimientos
viernes, 28 de septiembre de 2007
Las distancias cortas

De las distancias más largas poco tengo que decir. Éstas pertenecen a órdenes de magnitud tan grandes que, para mí y a efectos de lo que quiero contar, se fusionan en uno solo: el de lo inexistente, el de lo inalcanzable. Las distancias verdaderamente interesantes son las cortas, las que propician toda clase de acontecimientos. Nótese que hablo de distancias en un sentido más amplio al de la medición de longitudes; distancia es, de este modo, la falta de conexión entre dos cosas, el hecho de que nada las relacione. Así, es distancia pequeña aquella que permite conectar un eslabón con el siguiente en la cadena de la causalidad. Distancias pequeñas: proximidad, acercamiento, consecución.
Desde este punto de vista, lo más conveniente es siempre atender al pequeño paso, que por pequeño que sea, es el que comienza la larga travesía. Un décimo piso es una altura inalcanzable para una persona situada en la calle, al pie del edificio, sin la ayuda de una escalera: una serie de peldaños, de pequeñas distancias. ¡Rindamos homenaje al infinitésimo que hace posible la continuidad! ¡Que la decisión inmediata, tomada en tiempo presente, sea la que nos mueva! Decisión tomada al instante y de corazón, sin apenas tiempo para su razonamiento; iterativa y aproximada, pero efectiva.
Alguno de estos movimientos pueden salir mal; podemos dar un mal paso y sufrir las consecuencias. Podemos tropezar subiendo la escalera, podemos equivocarnos en una encrucijada. Podemos perder todo lo que habíamos conseguido hasta entonces, pero entonces podemos levantarnos de nuevo, curar nuestras heridas y seguir avanzando. Podemos fallar en las distancias cortas —pues toca actuar siempre con diligencia y determinación—, cometiendo errores de cálculo y previsión. Pero todos esos errores son subsanables, no son catastróficos. No persigamos metas lejanas, casi utópicas. Vivimos en el presente, y del futuro sabemos lo justo: que está por venir, nada más.
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pensamiento
sábado, 22 de septiembre de 2007
Por favor, no molestar
No hay mayor tormento que el de atender —por mor de una extraña necesidad moral— las relaciones sociales cuando buscamos el aislamiento, la despreocupación total hacia lo que es externo a nuestras vidas, ya suficientemente castigadas por los problemas propios. ¿Quién quiere ver miseria? ¿Quién quiere sentir pena? Los miserables mejor a distancia, lejos del hogar, siempre fuera, preferiblemente separados por el cristal de la pantalla del televisor. ¡Qué suerte que no somos nosotros! No nos podemos quejar, no vivimos bajo la opresión de un régimen fundamentalista, o sumidos en guerras y revoluciones constantes; las mujeres son aquí libres y los niños reciben una educación modélica. Preocupaciones, las justas. Bastante tenemos ya con rendir en el trabajo, en los estudios; con pagar la hipoteca y con llevar adelante nuestra vida. La casa, el coche, las facturas: es ya suficiente.
Esto es lo que hemos elegido: un estilo de vida burgués y de autosatisfacción. A cambio, sacrificamos las relaciones personales, amurallando nuestro entorno ante la amenaza de la problemática ajena, eludiendo toda la complejidad que engendra el contacto humano. Ya no conocemos a nuestros vecinos, ni siquiera a los de la puerta de enfrente. Observamos a través de la ventana del patio de luces sus movimientos, elucubrando acerca de sus hábitos y costumbres, de sus manías, de sus defectos; nunca nada bueno, somos mejores que ellos y nos alegramos de que la vida de nuevo nos sonría.
Y es aquí donde entro yo, El Loco, El Terrorista. Asqueado de esa horrible situación, envenenado por soportar esa terrible actitud. Dispuesto a actuar, a infringir las normas, a violar las costumbres, a derribar lo preestablecido, a enfrentarme a la ética y a la moral. Entraré en todas las casas, allanándolas, desvalijándolas, mancillando sus dormitorios, sumiéndolas en el caos. Os causaré problemas, tantos como me dejéis con vuestra inútil resistencia. Recibiréis de mí todo lo que teméis, ni más ni menos.
Me repudiaréis, me daréis la espalda, negaréis conocerme. Borraréis de vuestras agendas mi teléfono y dirección; renegando de mí, de esa bestia, de esa mala persona, de esa perturbación maligna. De acuerdo, el primer asalto lo ganaréis vosotros. Me habréis echado de vuestras vidas, pero el miedo persistirá en vuestros corazones vacíos hasta el fin.
Esto es lo que hemos elegido: un estilo de vida burgués y de autosatisfacción. A cambio, sacrificamos las relaciones personales, amurallando nuestro entorno ante la amenaza de la problemática ajena, eludiendo toda la complejidad que engendra el contacto humano. Ya no conocemos a nuestros vecinos, ni siquiera a los de la puerta de enfrente. Observamos a través de la ventana del patio de luces sus movimientos, elucubrando acerca de sus hábitos y costumbres, de sus manías, de sus defectos; nunca nada bueno, somos mejores que ellos y nos alegramos de que la vida de nuevo nos sonría.
Y es aquí donde entro yo, El Loco, El Terrorista. Asqueado de esa horrible situación, envenenado por soportar esa terrible actitud. Dispuesto a actuar, a infringir las normas, a violar las costumbres, a derribar lo preestablecido, a enfrentarme a la ética y a la moral. Entraré en todas las casas, allanándolas, desvalijándolas, mancillando sus dormitorios, sumiéndolas en el caos. Os causaré problemas, tantos como me dejéis con vuestra inútil resistencia. Recibiréis de mí todo lo que teméis, ni más ni menos.
Me repudiaréis, me daréis la espalda, negaréis conocerme. Borraréis de vuestras agendas mi teléfono y dirección; renegando de mí, de esa bestia, de esa mala persona, de esa perturbación maligna. De acuerdo, el primer asalto lo ganaréis vosotros. Me habréis echado de vuestras vidas, pero el miedo persistirá en vuestros corazones vacíos hasta el fin.
And I can feel your soul of ice,
You hide yourself behind these lies
You became a creature of masquerade
It's your bleeding heart you hate
You're building a wall of confusion and lies,
Nobody can hear your silent cries
But when you sleep you dream of me
And I kiss you in your dreams...
Blutengel - Soul of Ice
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pensamiento
sábado, 1 de septiembre de 2007
Dulce y depresiva
Esta es una noche de quietud forzada. Ya las hordas de turistas han emprendido su viaje de retorno a sus lugares de origen, aunque el buen tiempo, tardío este año, aún permanece y nos obsequia con noches agradables como ésta.
Recorro las inertes calles con mi coche, escuchando complacido la música que me apetece: The Gathering, alguno de sus discos antiguos. La escucho para mitigar temporalmente la horrible pena de la soledad. La voz de Anneke, suave y dulce, actúa como un bálsamo al mismo tiempo que la música me hace flotar, mientras conduzco, despacio, tranquilo. Esta música celestial me proporciona una sensación de agrado, haciendo que mi regreso a casa en la noche sea un momento especial, dichoso.
Llego a casa y escribo esto. Me encuentro muy tranquilo, sosegado. Ahora mis penas parecen haberse marchado, como por acción de una mágica droga. Mañana me despertaré, atacado de nuevo por la misma sensación de vacío de siempre; es muy probable que eso ocurra. Pero tengo más canciones.
Recorro las inertes calles con mi coche, escuchando complacido la música que me apetece: The Gathering, alguno de sus discos antiguos. La escucho para mitigar temporalmente la horrible pena de la soledad. La voz de Anneke, suave y dulce, actúa como un bálsamo al mismo tiempo que la música me hace flotar, mientras conduzco, despacio, tranquilo. Esta música celestial me proporciona una sensación de agrado, haciendo que mi regreso a casa en la noche sea un momento especial, dichoso.
Llego a casa y escribo esto. Me encuentro muy tranquilo, sosegado. Ahora mis penas parecen haberse marchado, como por acción de una mágica droga. Mañana me despertaré, atacado de nuevo por la misma sensación de vacío de siempre; es muy probable que eso ocurra. Pero tengo más canciones.
There is no place
On the face
Of this earth
Only silence
Is the sound
Of an angel
The Gathering - Great ocean road
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sentimientos
miércoles, 15 de agosto de 2007
Rutina
Leí, hace algún tiempo, una novela titulada «Veronika decide morir», de Paulo Coelho. A pesar de lo contundente que es el título, esta obra es, en realidad, un canto a la vida, a las vivencias más intensas y emocionantes. Recomiendo su lectura a todos aquellos que empiezan a notar en su vida cómo la rutina comienza a destruir todo encanto y placer. A continuación, reproduzco literalmente un pensamiento —enunciado en clave de resignación— que la protagonista tiene tras su tentativa de suicidio.
Yo vuelvo a mi cuarto alquilado en el convento. Intento leer un libro, enciendo el televisor para ver los mismos programas de siempre, coloco el despertador para despertarme exactamente a la misma hora que el día anterior, repito mecánicamente las tareas que me son confiadas en la biblioteca. Como el sándwich en el jardín frente al teatro sentada en el mismo banco, junto con otras personas que también escogen los mismos bancos para almorzar, que tienen la misma mirada vacía, pero fingen estar ocupadas con cosas importantísimas.
Después vuelvo al trabajo, escucho algunos comentarios sobre quién está saliendo con quién, quién está sufriendo tal cosa, cómo tal persona lloró por culpa del marido, y me quedo con la sensación de que soy bonita, tengo empleo y consigo el amante que quiero. Después regreso a los bares hacia el fin del día y después todo vuelve a empezar.
Mi madre (que debe estar preocupadísima por mi intento de suicidio) se recuperará del susto y continuará preguntándome qué voy a hacer de mi vida, porque no soy igual a las otras personas, ya que, al fin y al cabo, las cosas no son tan complicadas como yo pienso que son. «Fíjate en mí, por ejemplo, que llevo años casada con tu padre y procuré darte la mejor educación y los mejores empleos posibles.»
Un día me canso de oírle repetir siempre lo mismo y, para contentarla, me caso con un hombre a quien yo misma me impongo amar. Ambos terminaremos encontrando una manera de soñar juntos con nuestro futuro, la casa de campo, los hijos, el futuro de nuestros hijos. Haremos mucho el amor el primer año, menos el segundo, a partir del tercero quizás pensaremos en el sexo una vez cada quince días y transformaremos ese pensamiento en acción apenas una vez al mes. Y, peor que eso, apenas hablaremos. Yo me esforzaré por aceptar la situación, y me preguntaré en qué he fallado, ya que no consigo interesarlo, no me presta la menor atención y vive hablando de sus amigos como si fuesen realmente su mundo.
Cuando el matrimonio esté sostenido apenas por un hilo, me quedaré embarazada. Tendremos un hijo, pasaremos algún tiempo más próximos uno del otro y pronto la situación volverá a ser como antes.
Entonces empezaré a engordar como la tía de la enfermera de ayer, o de días atrás, no sé bien. Y empezaré a hacer régimen, sistemáticamente derrotada cada día, cada semana, por el peso que insiste en aumentar a pesar de todo el control. A estas alturas, tomaré algunas drogas mágicas para no caer en la depresión y tendré algunos hijos en noches de amor que pasan demasiado de prisa. Diré a todos que los hijos son la razón de mi vida, pero, en verdad, ellos exigen mi vida como razón.
La gente nos considerará siempre una pareja feliz y nadie sabrá lo que existe de soledad, de amargura, de renuncia, detrás de toda esa apariencia de felicidad.
Hasta que un día, cuando mi marido tenga su primera amante, yo tal vez protagonice un escándalo como el de la tía de la enfermera, o piense nuevamente en suicidarme. Pero entonces ya seré vieja y cobarde, con dos o tres hijos que necesitan mi ayuda, y debo educarlos, colocarlos en el mundo, antes de ser capaz de abandonar todo. Yo no me suicidaré: haré un escándalo, amenazaré con irme con los niños. Él, como todos los hombres, retrocederá, dirá que me ama y que aquello no volverá a repetirse. Nunca se le pasará por la cabeza que, si yo resolviese realmente irme, la única elección posible sería la de casa de mis padres, y quedarme allí el resto de la vida teniendo que escuchar todos los días a mi madre lamentándose porque perdí una oportunidad única de ser feliz, que él era un excelente marido a pesar de sus pequeños defectos y que mis hijos sufrirán mucho por causa de la separación.
Dos o tres años después, otra mujer aparecerá en su vida. Yo lo descubriré (porque lo veré o porque alguien me lo contará), pero esta vez fingiré ignorarlo. Gasté toda mi energía luchando contra la amante anterior, no sobró nada, es mejor aceptar la vida tal como es en realidad y no como yo la imaginaba. Mi madre tenía razón.
Él seguirá siendo amable conmigo, yo continuaré mi trabajo en la biblioteca, con mis sándwiches en la plaza del teatro, mis libros que nunca consigo terminar de leer, los programas de televisión que continuarán siendo los mismos de aquí a diez, veinte o cincuenta años.
Sólo que comeré los sándwiches con sentimiento de culpa, porque estoy engordando; y ya no iré a bares, porque tengo un marido que me espera en casa para cuidar a los hijos.
A partir de ahí, todo se reduce a esperar a que los chicos crezcan y pensar todos los días en el suicidio, sin valor para llevarlo a cabo. Un buen día, llego a la conclusión de que la vida es así, de que es inútil rebelarse, de que nada cambiará. Y me conformo.
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lecturas
miércoles, 1 de agosto de 2007
Noches de verano
Comienzo mis vacaciones y comienza a llover. ¡Vaya un verano atípico éste! Pero lo cierto es que me da igual; ni esto me impide disfrutar de mi tiempo ni ha de llover para siempre. Espero que, por lo menos, sea éste un año libre de incendios forestales.
No puedo negar que prefiera el buen tiempo, el cual me permite llevar a cabo actividades al aire libre que con tiempo lluvioso son incómodas o, directamente, imposibles. Necesito días largos y soleados para cargarme de optimismo, para aliviar las penas del crudo invierno que ya dejamos atrás. Quiero disfrutar de las agradables noches de verano al aire libre, tranquilo y relajado; apreciando las fragancias de las flores nocturnas cuando paso cerca de algún jardín o hundiendo mis pies en la suave y fina arena de alguna playa, plateada por la luz de la luna.
Mucho me apetece tumbarme de noche en la playa y observar desde allí el firmamento, viendo como miles de estrellas en la negra bóveda rielan sin cesar. Es ése un momento de absoluta calma —muy deseable para olvidarse un poco del ajetreo cotidiano— y adecuado para compartir con las personas queridas. Sugerencias para esas noches mágicas son la caza de estrellas fugaces —que bien es cierto que conceden los deseos pedidos al ser vistas si realmente éstos provienen del corazón—, un picnic nocturno o cualquier otra actividad destinada al relax; el objetivo es olvidarse por un momento de las preocupaciones.
A propósito de las estrellas fugaces, cabe mencionar que en la noche del 12 de agosto tiene lugar todos los años la lluvia de meteoros de las Perseidas, conocida también como las lágrimas de San Lorenzo. Es ésta una buena ocasión para reunirse en un lugar tranquilo y poco iluminado —por ejemplo, una playa— y disfrutar del «espectáculo».
No puedo negar que prefiera el buen tiempo, el cual me permite llevar a cabo actividades al aire libre que con tiempo lluvioso son incómodas o, directamente, imposibles. Necesito días largos y soleados para cargarme de optimismo, para aliviar las penas del crudo invierno que ya dejamos atrás. Quiero disfrutar de las agradables noches de verano al aire libre, tranquilo y relajado; apreciando las fragancias de las flores nocturnas cuando paso cerca de algún jardín o hundiendo mis pies en la suave y fina arena de alguna playa, plateada por la luz de la luna.
Mucho me apetece tumbarme de noche en la playa y observar desde allí el firmamento, viendo como miles de estrellas en la negra bóveda rielan sin cesar. Es ése un momento de absoluta calma —muy deseable para olvidarse un poco del ajetreo cotidiano— y adecuado para compartir con las personas queridas. Sugerencias para esas noches mágicas son la caza de estrellas fugaces —que bien es cierto que conceden los deseos pedidos al ser vistas si realmente éstos provienen del corazón—, un picnic nocturno o cualquier otra actividad destinada al relax; el objetivo es olvidarse por un momento de las preocupaciones.
A propósito de las estrellas fugaces, cabe mencionar que en la noche del 12 de agosto tiene lugar todos los años la lluvia de meteoros de las Perseidas, conocida también como las lágrimas de San Lorenzo. Es ésta una buena ocasión para reunirse en un lugar tranquilo y poco iluminado —por ejemplo, una playa— y disfrutar del «espectáculo».
Tragedienne of heavens
Watching the eyes of the night
Sailing the virgin oceans
A Planetride for Mother and Child
Nightwish - Stargazers
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