La búsqueda de la verdad transcurre por un paraje sin caminos, por territorios ignotos, por selva virgen. Abrirse camino es difícil, pero retroceder es imposible. A nuestras espaldas ya sólo se percibe el vacío, lo insustancial, lo que no es más que una pantomima: un mero engaño para nuestros sentidos.
Alguien debió advertir al prisionero de la caverna que, una vez comenzado su viaje, retornar de nuevo al estado de ignorancia del que partió sería ya imposible. El conocimiento de la verdad es un camino que una vez que se comienza a andar nos impide dar media vuelta y regresar al lugar de origen. ¡Es tarde ya! La pastilla roja ya ha hecho efecto. Volver de nuevo al presidio de la ignorancia no es posible. No hay retorno. ¿Algún antídoto? ¿Absenta, láudano, nepenthe?: tan solo remedios temporales.
Podemos observar al resto de los prisioneros, inmóviles, observando felices su teatro de sombras chinescas, su realidad simulada. ¿Podríamos ayudarles a salir? No, ellos son felices así; no quieren padecer el sufrimiento causado por la incertidumbre, venida ésta del cuestionamiento de la veracidad de lo que creemos conocer. Pastilla azul, dulce droga, soma. Todo se mantiene invariable; hay un orden incuestionable para todas las cosas.
Vivir es recorrer la senda de nuestra propia existencia. Mi camino es sinuoso y transcurre, las más de las veces, por terrenos baldíos, inertes. Mi camino es el camino de la soledad. Me he liberado de los grilletes del convencionalismo y atrás he dejado la caverna donde el resto de los prisioneros digieren todo aquello que les es mostrado, proyectado en sombras. Intento ver lo que voy dejando atrás, pero la penumbra de la noche ya ha borrado del paisaje la entrada de la cueva. Veo ahora hacia adelante; comienzan a aparecer luces tenues en medio de la oscuridad. Ahora es momento de avanzar.