Vivir es recorrer la senda de nuestra propia existencia. Mi camino es sinuoso y transcurre, las más de las veces, por terrenos baldíos, inertes. Mi realidad es lo que yo percibo y lo que yo creo usando mi imaginación: mi mundo en ruinas poblado por hadas nocturnas y melancólicas. Mi realidad es subjetiva, es el fruto de mi experiencia. Lo que sé acerca del «mundo real» es que éste es tan solo una idea, un concepto hospedado en mi mente.
Mi visión del mundo tiene mucho que ver con la que experimentó ese prisionero que huyó de la caverna; aquel individuo que, junto con sus compañeros de presidio, sólo podía observar las sombras que el fuego proyectaba en la pared. Eso era todo lo que observaba: un teatro de sombras chinescas; agradable espectáculo. Pero ocurrió —quién sabe por qué— que en su cabeza se engendró la duda acerca de si lo que observaba era real. A partir de ahí, comenzó su lucha, su camino hacia la sabiduría, su infinita pugna contra el convencionalismo.
Mi camino comienza al atardecer; si el prisionero tenía que luchar contra la luz del sol en su viaje hacia la verdad, ¿por qué no prescindir de esa dificultad innecesaria? La oscuridad del crepúsculo me facilita enormemente la tarea de apreciación de la realidad. La noche se abre camino en el firmamento y la claridad del día se desvanece. Al mismo tiempo, mis pupilas se adaptan a la oscuridad, permitiéndome apreciar todos los matices de negro existentes, más de los que uno se puede imaginar. Es ese color maldito, atribuido siempre a lo trágico y a lo funesto, el que ahora perfila ese mundo de ideas desconocidas, esa realidad, esa verdad en estado puro.
Pensamientos de un Aventurero Cósmico.
lunes, 19 de noviembre de 2007
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