Pensamientos de un Aventurero Cósmico.

jueves, 3 de enero de 2008

La flor más hermosa (II)

Las 4 de la mañana, en la víspera de un día festivo. Buena hora para vagar por las calles de una ciudad dormida a trozos: mientras son muchos los que descansan en la quietud de la noche, unas pocas aves nocturnas recorren, por ocio o por tormento, el entramado de calles. En mi caminata observé, al doblar una esquina, una céntrica cafetería, muy luminosa, que envasaba a no pocas personas en su interior; sin duda aves nocturnas. Era una de esas cafeterías que no cierran en toda la noche para dar servicio a quienes gustan de tomarse algún refrigerio a altas horas de la madrugada, entre copa y copa; un oasis perdido en medio del desierto de la noche. Sintiendo el frío de la noche en la cara y con el estómago apaleado por el hambre, resolví muy adecuado entrar para tomar algún tentempié.

Las 4 de la mañana, sentenció mi reloj cuando le pregunté la hora. Era esa la hora a la que comenzaba aquel teatro mágico anunciado en el Lobo Estepario de Hermann Hesse. «Teatro mágico. Entrada no para cualquiera. ¡Sólo para locos!», rezaba el rótulo aquel, en el libro. Me senté y esperé a que alguien viniese a atenderme. Así ocurrió y pedí lo que me apeteció para saciar mi apetito.

Durante el tiempo que permanecí en aquel establecimiento observé, curioso, el tránsito de los clientes. Unos entraban, otros salían, todos se sentaban un rato y consumían. Y mientras ingería bocados de mi manjar nocturno, yo recapitulaba pensativo las cosas acontecidas en tiempo pretérito.

Poco tiempo antes de haber entrado en aquella cafetería yo había asistido a un concierto de música, en un antro oscuro y sucio que criaba en su cavernoso habitáculo una atmósfera de mugre y tinieblas. Había decidido distraerme esa noche de mis ocupaciones mundanas y escuchar algo de música; la única actividad que logra hacer que me evada de la cruda realidad para visitar, en mis pensamientos, lugares mágicos. Esa noche tocaron dos grupos, teniendo éstos que compartir un escenario de reducidas dimensiones y algunos instrumentos.

En aquel lóbrego local me encontré con alguien de conocida faz pero, hasta entonces, ignorada identidad. Nos conocíamos de vista y, por ello, nos saludamos, nos presentamos y conversamos un poco. Encuentros anteriores no habían ido más allá de un cruce de miradas; un gesto de complicidad por encima de toda la masa de gente que, día tras día, es partícipe de la coreografía inerte de lo cotidiano. El de esa noche fue diferente: enriquecedor. Supo decirme lo que verdaderamente importa en la vida y lo que era totalmente accesorio y, como si de toda la vida me conociese, acertó de pleno en mis inquietudes al respecto. Un ángel, tal vez. Salí de aquel lugar con una visión renovada del mundo y dispuesto a vivir intensamente mi vida, disfrutando al hacer lo que tenga que hacer como parte de esas intensas vivencias. Y todo lo que no entre dentro de este plan es prescindible.

Terminé mis viandas y pagué la cuenta. Saludé con cordialidad a quienes me habían atendido y abandoné aquella luminosa cafetería perdida en la noche. Mi estómago estaba ahora saciado y mi mente tranquila. Buen momento para irse a dormir, pensé.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Y sin embargo el estomago vuelve a estar vacio. Y sin embargo volvemos a tener inquietudes y personas ajenas a nuestra marcha cotidiana nos acercan o alejan de la realidad. ¿Es esto real? Hasta donde llegan nuestros pensamientos, nuestros actos y las sensaciones es dificil de predecir. ¿Sueño? ¿Irrealidad? ¿Fantasía? necesarios
¿Pasado? ¿Presente? Ramalzos de lo que somos. Voluntad del dia a dia. Y un sinfin de blablablas.
A la espera de empezar un dia mas en el taller... aurora