Caminando entre las ruinas de la vieja Levogrado, concretamente por las proximidades de la antigua oficina central de correos, encontré tirada en el suelo una carta. El sobre estaba algo roto, quedando a la vista una esquina del papel contenido en su interior y unas «manchas rojas» que luego, habiéndome fijado mejor, resultaron ser pétalos de rosa roja. Aunque reconozco que no es correcto leer correspondencia ajena, he considerado pertinente acceder al contenido de dicha misiva para posteriormente aquí transcribirlo. Busco mi justificación en lo excepcional del fortuito hallazgo y en el posible valor documental e histórico que este peculiar objeto encontrado pueda aportar. Tenga a bien el lector considerar mi osadía como bondadosa y ruego a quienes quieran que sean remitente y destinatario que me perdonen por mi indiscreción.
Queridísima mía:
Hoy te escribo inflamado de pasión porque sé que pronto te veré. ¡No te imaginas cuan largos se me han hecho los días, los meses, durante tu ausencia! Pero mi espera no ha sido en vano; sé que en pocas semanas estarás aquí, de nuevo en Levogrado, conmigo. ¡Solo de pensarlo se me saltan las lágrimas, amor mío! No puedo evitar pensar cada día en nuestro proyecto de futuro: nuestra casa, la familia que queremos formar, todo. Es como si sintiese ya que nuestro deseo se va por fin a cumplir. ¿Verdad que es emocionante?
Recuerdo tus palabras en el día que te fuiste, las recuerdo perfectamente y puedo visualizar tu dulce rostro pronunciándolas con ternura infinita. Durante todo este tiempo tu mensaje ha sido mi bálsamo esperanzador, la única medicina efectiva para mitigar el dolor de tu ausencia.
Tengo buenas noticias que contarte. Pensé en darte una sorpresa cuando llegases, pero cierto es que no puedo esperar ni un instante más. Tal vez te imagines ya de qué se trata: el ministerio ha aprobado nuestra propuesta y podemos comenzar a producir ya mismo. Estos días han sido frenéticos, con todas las tareas de montaje y supervisión en la planta; estamos dejando todo a punto para poder comenzar cuanto antes. ¡Tengo unas ganas tremendas! Ha costado mucho llegar hasta aquí y ahora, por fin, ha llegado el momento. Estoy convencido de que nuestros productos serán de gran utilidad para todos y que mejorarán la calidad de vida de las personas. Sin duda así será, ¡pero la verdadera aventura aún está por llegar! En fin, deseo que pronto regreses a Levogrado para que puedas compartir mi júbilo y cooperar, como no, en esta nuestra empresa.
No me extiendo más en esta misiva, pues tampoco hay mucho más que contar. Lo único que me resta añadir es lo mucho que te quiero y confesar que deseo verte con ferviente pasión. Un beso y un abrazo muy grande, mi cielo. Te quiero.
Levogrado, 28 de septiembre de 1989.
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