Fue en una fría mañana de invierno, que ya nunca olvidaré.
Caían con dulzura los copos de nieve, depositándose en el marco de mi ventana. Desde mi habitación podía contemplar cómo la calle estaba cubierta por un manto de un blanco apagado. Los edificios de aquella gloriosa Levogrado yacían inertes bajo un cielo gris oscuro y mortecino. Estaba amaneciendo; un gris amanecer también.
Pálidos y oscuros eran los colores de aquella triste estampa, o al menos así la recuerdo yo. Y no puedo evitar entristecerme cada vez que estos dramáticos pensamientos invaden mi mente, cada vez que los recuerdos asaltan mi serenidad y me hacen, de nuevo, presa de la desesperación. Por fortuna, todo aquello pasó.
Nada me haría sospechar que esa mañana, aparentemente común y anodina, iban a producirse los cambios que tuvieron lugar aquel día. Fue el comienzo de la guerra. Triste espectáculo.
Zurdistán era tierra próspera, llena de gente maravillosa y amable, afanada en sus labores con entusiasmo y devoción; un lugar idílico. Pero todo aquel esplendor murió. ¡Aún me pregunto cómo pudo ser posible! Toda la magia, todo el amor, toda la alegría de esa bendita tierra se desvaneció de la noche a la mañana. Altas traiciones, golpes bajos. La corrupción de unos pocos que, como fruta podrida que echa a perder la cesta entera, hizo mella en tan generosa sociedad sembrando en sus entrañas el odio y la desconfianza. Disturbios, ataques, desorden, destrucción. Y todo murió.
Pensamientos de un Aventurero Cósmico.
viernes, 23 de mayo de 2008
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