«La palabra progreso no tiene ningún sentido mientras haya niños infelices.»
― A. Einstein.
Seis y media de la mañana. Un hombre, cabeza de familia, sale de su casa para dirigirse a su puesto de trabajo. Lo hace todos los días; debe mantener a su familia, proporcionándole bienes materiales. Día tras día, mes tras mes, año tras año. Trabaja de forma rutinaria, haciendo siempre lo mismo en una fábrica, mientras comienza a anhelar su jubilación. Así es su trabajo: tedioso, aburrido, carente de motivación. Todo lo que él haga servirá para mantener boyante la empresa para la que trabaja, quien a cambio le entrega todos los meses una modesta cantidad del vil metal.
El vil metal. He aquí el motor de esta moderna forma de esclavitud, de este feudalismo de nuestros tiempos. El dinero es necesario, imprescindible, pues es usado como métrica en la economía y es, además, una utilísima herramienta para el comercio. Pero, ¿cómo se puede retribuir el esfuerzo y el empeño de quien hace bien un trabajo? ¿Por qué para obtener el sustento para la vida han de llevarse a cabo labores que muy lejos se hallan de los verdaderos intereses de una persona? ¿Por qué alguien que fue bautizado nada más que con la honradez debe ahora, en su edad adulta, ser lacayo de una empresa y rendir incondicional pleitesía al poderoso que la gobierna? ¿No debería ser acaso un derecho para toda persona ejercer libremente la actividad que su propia vocación dicte, siendo ésta además el medio más puro y sincero de obtener su sustento?
Todas estas preguntas claman por un nuevo cambio social, mayor todavía que el que supuso la Revolución Industrial. Aquellos tiempos en los que se abandonó el artesanado para producir masivamente en cadena extienden su esplendor hasta nuestros días, pero tal vez comience pronto su irremediable declive. ¡Recibamos la nueva era, la era de la pasión! Será cada individuo quien elija por vocación su ocupación, entregándose apasionadamente a ella. Esa entrega nace y se alimenta del interés innato por encontrar respuesta a los enigmas que todavía no la tienen. Cien mil problemas hay sin solución, cien mil son las cosas buenas que se podrían hacer por esta nuestra especie. Esta es la única batalla justificada, la única guerra santa.
Han de abolirse, en pos del correcto funcionamiento del nuevo orden social que ha de concebirse, la subordinación y el mercenariado. El nuevo modelo social aboga por la cooperación y por un trato más «horizontal» entre personas. ¡Tiembla, Roma, la aldea de Asterix se expande por el mundo!
Será nuestra divisa el reconocimiento por nuestro trabajo, ¡y qué mejor recompensa por éste que un mundo mejor para todos! Prohibidas quedan la pobreza, el hambre y la enfermedad; millones de personas luchan de corazón contra ellas. En realidad, esto que debería haberse conseguido hace siglos, sigue siendo hoy un grave problema para muchísimas personas. Es hora de entregarse a la causa, compartiendo ideas y conocimientos, con arte e industria, para experimentar un verdadero progreso al servicio de todos. Que cada uno ponga sus ideas sobre la mesa, para que todos las veamos; su autoría será por siempre reconocida, su beneficio será por siempre correspondido.
El vil metal. He aquí el motor de esta moderna forma de esclavitud, de este feudalismo de nuestros tiempos. El dinero es necesario, imprescindible, pues es usado como métrica en la economía y es, además, una utilísima herramienta para el comercio. Pero, ¿cómo se puede retribuir el esfuerzo y el empeño de quien hace bien un trabajo? ¿Por qué para obtener el sustento para la vida han de llevarse a cabo labores que muy lejos se hallan de los verdaderos intereses de una persona? ¿Por qué alguien que fue bautizado nada más que con la honradez debe ahora, en su edad adulta, ser lacayo de una empresa y rendir incondicional pleitesía al poderoso que la gobierna? ¿No debería ser acaso un derecho para toda persona ejercer libremente la actividad que su propia vocación dicte, siendo ésta además el medio más puro y sincero de obtener su sustento?
Todas estas preguntas claman por un nuevo cambio social, mayor todavía que el que supuso la Revolución Industrial. Aquellos tiempos en los que se abandonó el artesanado para producir masivamente en cadena extienden su esplendor hasta nuestros días, pero tal vez comience pronto su irremediable declive. ¡Recibamos la nueva era, la era de la pasión! Será cada individuo quien elija por vocación su ocupación, entregándose apasionadamente a ella. Esa entrega nace y se alimenta del interés innato por encontrar respuesta a los enigmas que todavía no la tienen. Cien mil problemas hay sin solución, cien mil son las cosas buenas que se podrían hacer por esta nuestra especie. Esta es la única batalla justificada, la única guerra santa.
Han de abolirse, en pos del correcto funcionamiento del nuevo orden social que ha de concebirse, la subordinación y el mercenariado. El nuevo modelo social aboga por la cooperación y por un trato más «horizontal» entre personas. ¡Tiembla, Roma, la aldea de Asterix se expande por el mundo!
Será nuestra divisa el reconocimiento por nuestro trabajo, ¡y qué mejor recompensa por éste que un mundo mejor para todos! Prohibidas quedan la pobreza, el hambre y la enfermedad; millones de personas luchan de corazón contra ellas. En realidad, esto que debería haberse conseguido hace siglos, sigue siendo hoy un grave problema para muchísimas personas. Es hora de entregarse a la causa, compartiendo ideas y conocimientos, con arte e industria, para experimentar un verdadero progreso al servicio de todos. Que cada uno ponga sus ideas sobre la mesa, para que todos las veamos; su autoría será por siempre reconocida, su beneficio será por siempre correspondido.
5 comentarios:
Sin duda esa es una de las siguientes revoluciones. Sin duda hay que hacer algo, ¿te animas Jairo? Hay que dedicarse al mundo empresarial para cambiarlo.
Los términos «empresa» y «empresarial» están a día de hoy muy desvirtuados, haciendo alusión a un concepto egoísta y subversivo. Habría que comenzar por retomar el significado original de la palabra, que alude a los medios y al esfuerzo necesarios para la consecución de un objetivo.
Sería también necesario rediseñar las métricas económicas que determinan la riqueza de una región, un país o, mismamente, un individuo. Es preciso incluir ahí el esfuerzo humano y su retribución en términos de calidad de vida, el impacto medioambiental, la equidad, etc.
Sin duda esa métrica es a la que cada vez le estoy dando más vueltas en la cabeza. Las características que yo considero importantes son:
- Consecución de objetivos.
- Aportación a la comunidad.
- Relación con otras personas (dependiendo de su nivel).
Como ves muy al estilo de Google, pero aplicado sobre personas en vez de estar aplicado sobre páginas web.
¿Sabes si ya hay algo sobre ese tema? ¿Una teoría de la economía de las relaciones o economía de las personas?
Es decir: relevancia, utilidad e impacto.
No conozco ninguna teoría económica que incluya estos conceptos en el cálculo de la riqueza o la prosperidad, pues soy profano en la materia. A mí me parece un tema de gran interés y de gran utilidad que podría tener una gran acogida si se resolviese convenientemente.
Dicho esto, la propia determinación de esa métrica como solución al problema en cuestión es, a su vez, un caso que encaja perfectamente en los aquí mencionados. Buscar esa solución podría ser un primer paso muy importante.
Una herramienta a la disposición de los responsables de tomar decisiones. Y una muy útil.
En este caso se puede ver el valor de una persona y de una empresa de una forma muy distinta. Hasta el valor de una persona en relación con todo el tejido social. Muy bonito.
Ahora, es cuestión de que las personas que tienen que tomar las decisiones, el usarla teniendo en cuenta la información que les ofrece.
Si yo tuviera una empresa, lo haría e iría completando este gráfico poco a poco. :)
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