Arrástrame a un mundo de pasiones prohibidas. Envuélveme en un romance secreto y furtivo.
Es esa sensación de movimiento. El placer que provoca moverse hacia los lugares en los que queremos estar, donde creemos que se halla la acción. Vamos devorando kilómetros con nuestros rugientes motores por carreteras bañadas en miel al atardecer, con el bucólico y encantador paisaje costero de fondo, allá a lo lejos. Un sol de oro puro juguetea burlón saltando por los espejos retrovisores y disparándonos brillantes destellos de luz dorada; tras cada curva aparece o deja de brillar. Es algo idílico.
Hemos elegido estar en constante movimiento, sin llegar a establecernos definitivamente en ningún lugar. Nómadas de nuestros tiempos. Es difícil explicarlo, imposible de justificar. Todo esto forma parte de nuestro misterio, de nuestra causa sagrada. No puede entenderse, sólo sentirse.
Habrá siempre alguien que diga que nuestro incesante tránsito es una maniobra de huida perpetua, una escapatoria de la sociedad y de la responsabilidad. Nada más lejos de la realidad. No somos fugitivos. No renegamos de nada. Ni siquiera tenemos ese motivo por el que tener que huir para siempre y de todo lugar. ¡Eso es absurdo!
No, nuestra existencia tiene una razón de ser muy bien definida y clara. Lo hacemos porque queremos, porque así entendemos la vida y porque ésta es, en realidad, continuo cambio y adaptación. Nosotros nos adaptamos, nos movemos con ese cambio. Preservamos lo que es preservable y nos despedimos definitivamente de lo caduco, de lo que no puede seguir coexistiendo con nosotros.
Y, paradójicamente, así alcanzamos la mayor estabilidad y consolidación de las cosas que verdaderamente importan. Una amistad verdadera lo es para siempre, porque desde un principio aceptamos la naturaleza cambiante de las personas implicadas. Cambian las personas y cambian también sus necesidades. Se mantiene el vínculo porque éste se basa en el respeto y en la aceptación, nunca en imponer o restringir. Un romance nace como una de esas fluctuaciones y deviene ocasionalmente en algo más serio, cuando el respeto y el entendimiento mútuo alcanzan la madurez necesaria. En cualquier caso, vivir la vida con la intensidad que se merece es un precepto común, de obligada aceptación y cumplimiento por parte de todos nosotros.
La vida es cambio, movimiento. Nosotros entendemos el movimiento como algo natural y necesario. Por eso estamos siempre moviéndonos. Carreteras que serpentean entre la oscuridad de la noche, descubiertas por la luz de nuestros faros. Sosegada travesía a través de yermos baldíos, inertes, indiferentes. Se recorren sin prisa, en ausencia del corrosivo anhelo de querer llegar a una meta. Disfrutamos del trayecto. Descansamos cuando es el momento de descansar, cuando la vida exige una parada en el camino. Contemplamos el rosado amanecer en el horizonte, moviéndonos entre llorosos paisajes de un verde apagado. Reponemos fuerzas con suculentos pero frugales manjares, saciando nuestro apetito, pero también disfrutando de su sabor intenso. Es esa sensación de movimiento: difícil de explicar, imposible de justificar; sólo puede ser vivida, disfrutada con alegría, apasionadamente.
Hemos elegido estar en constante movimiento, sin llegar a establecernos definitivamente en ningún lugar. Nómadas de nuestros tiempos. Es difícil explicarlo, imposible de justificar. Todo esto forma parte de nuestro misterio, de nuestra causa sagrada. No puede entenderse, sólo sentirse.
Habrá siempre alguien que diga que nuestro incesante tránsito es una maniobra de huida perpetua, una escapatoria de la sociedad y de la responsabilidad. Nada más lejos de la realidad. No somos fugitivos. No renegamos de nada. Ni siquiera tenemos ese motivo por el que tener que huir para siempre y de todo lugar. ¡Eso es absurdo!
No, nuestra existencia tiene una razón de ser muy bien definida y clara. Lo hacemos porque queremos, porque así entendemos la vida y porque ésta es, en realidad, continuo cambio y adaptación. Nosotros nos adaptamos, nos movemos con ese cambio. Preservamos lo que es preservable y nos despedimos definitivamente de lo caduco, de lo que no puede seguir coexistiendo con nosotros.
Y, paradójicamente, así alcanzamos la mayor estabilidad y consolidación de las cosas que verdaderamente importan. Una amistad verdadera lo es para siempre, porque desde un principio aceptamos la naturaleza cambiante de las personas implicadas. Cambian las personas y cambian también sus necesidades. Se mantiene el vínculo porque éste se basa en el respeto y en la aceptación, nunca en imponer o restringir. Un romance nace como una de esas fluctuaciones y deviene ocasionalmente en algo más serio, cuando el respeto y el entendimiento mútuo alcanzan la madurez necesaria. En cualquier caso, vivir la vida con la intensidad que se merece es un precepto común, de obligada aceptación y cumplimiento por parte de todos nosotros.
La vida es cambio, movimiento. Nosotros entendemos el movimiento como algo natural y necesario. Por eso estamos siempre moviéndonos. Carreteras que serpentean entre la oscuridad de la noche, descubiertas por la luz de nuestros faros. Sosegada travesía a través de yermos baldíos, inertes, indiferentes. Se recorren sin prisa, en ausencia del corrosivo anhelo de querer llegar a una meta. Disfrutamos del trayecto. Descansamos cuando es el momento de descansar, cuando la vida exige una parada en el camino. Contemplamos el rosado amanecer en el horizonte, moviéndonos entre llorosos paisajes de un verde apagado. Reponemos fuerzas con suculentos pero frugales manjares, saciando nuestro apetito, pero también disfrutando de su sabor intenso. Es esa sensación de movimiento: difícil de explicar, imposible de justificar; sólo puede ser vivida, disfrutada con alegría, apasionadamente.
1 comentario:
el movimneinto el viaje, el desplazezameinto...
solo puedo decir que uno de los momentos en los que mejor me siento es cuando viajo y conozco otros lugares, cuando descubro nuevos paisajes y nuevas gentes aunque sea consciemte de que no las volvere a ver, cuando se que estoy por descubrir nuevos lugares.
Supongo que el movimiento es una necesidad innata del hombre, un deeseo inminente por explorar los rincones y las geografia de la tierra.
Asi me siento viva, decontrolada por las emociones y las novedades, y desconcertada e ilusionada a cada paso. Vivan las nuevas tecnologias que nos permiten llegar antes sin dejar de entorpecer en el camino al caminante, al ciclista, al que lo hace en moto o en patinete, jeje
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