Pensamientos de un Aventurero Cósmico.

viernes, 23 de mayo de 2008

La muerte de la Estrella Roja (I)

Fue en una fría mañana de invierno, que ya nunca olvidaré.

Caían con dulzura los copos de nieve, depositándose en el marco de mi ventana. Desde mi habitación podía contemplar cómo la calle estaba cubierta por un manto de un blanco apagado. Los edificios de aquella gloriosa Levogrado yacían inertes bajo un cielo gris oscuro y mortecino. Estaba amaneciendo; un gris amanecer también.

Pálidos y oscuros eran los colores de aquella triste estampa, o al menos así la recuerdo yo. Y no puedo evitar entristecerme cada vez que estos dramáticos pensamientos invaden mi mente, cada vez que los recuerdos asaltan mi serenidad y me hacen, de nuevo, presa de la desesperación. Por fortuna, todo aquello pasó.

Nada me haría sospechar que esa mañana, aparentemente común y anodina, iban a producirse los cambios que tuvieron lugar aquel día. Fue el comienzo de la guerra. Triste espectáculo.

Zurdistán era tierra próspera, llena de gente maravillosa y amable, afanada en sus labores con entusiasmo y devoción; un lugar idílico. Pero todo aquel esplendor murió. ¡Aún me pregunto cómo pudo ser posible! Toda la magia, todo el amor, toda la alegría de esa bendita tierra se desvaneció de la noche a la mañana. Altas traiciones, golpes bajos. La corrupción de unos pocos que, como fruta podrida que echa a perder la cesta entera, hizo mella en tan generosa sociedad sembrando en sus entrañas el odio y la desconfianza. Disturbios, ataques, desorden, destrucción. Y todo murió.

jueves, 22 de mayo de 2008

Dead Letters (I)

Caminando entre las ruinas de la vieja Levogrado, concretamente por las proximidades de la antigua oficina central de correos, encontré tirada en el suelo una carta. El sobre estaba algo roto, quedando a la vista una esquina del papel contenido en su interior y unas «manchas rojas» que luego, habiéndome fijado mejor, resultaron ser pétalos de rosa roja. Aunque reconozco que no es correcto leer correspondencia ajena, he considerado pertinente acceder al contenido de dicha misiva para posteriormente aquí transcribirlo. Busco mi justificación en lo excepcional del fortuito hallazgo y en el posible valor documental e histórico que este peculiar objeto encontrado pueda aportar. Tenga a bien el lector considerar mi osadía como bondadosa y ruego a quienes quieran que sean remitente y destinatario que me perdonen por mi indiscreción.
Queridísima mía:

Hoy te escribo inflamado de pasión porque sé que pronto te veré. ¡No te imaginas cuan largos se me han hecho los días, los meses, durante tu ausencia! Pero mi espera no ha sido en vano; sé que en pocas semanas estarás aquí, de nuevo en Levogrado, conmigo. ¡Solo de pensarlo se me saltan las lágrimas, amor mío! No puedo evitar pensar cada día en nuestro proyecto de futuro: nuestra casa, la familia que queremos formar, todo. Es como si sintiese ya que nuestro deseo se va por fin a cumplir. ¿Verdad que es emocionante?

Recuerdo tus palabras en el día que te fuiste, las recuerdo perfectamente y puedo visualizar tu dulce rostro pronunciándolas con ternura infinita. Durante todo este tiempo tu mensaje ha sido mi bálsamo esperanzador, la única medicina efectiva para mitigar el dolor de tu ausencia.

Tengo buenas noticias que contarte. Pensé en darte una sorpresa cuando llegases, pero cierto es que no puedo esperar ni un instante más. Tal vez te imagines ya de qué se trata: el ministerio ha aprobado nuestra propuesta y podemos comenzar a producir ya mismo. Estos días han sido frenéticos, con todas las tareas de montaje y supervisión en la planta; estamos dejando todo a punto para poder comenzar cuanto antes. ¡Tengo unas ganas tremendas! Ha costado mucho llegar hasta aquí y ahora, por fin, ha llegado el momento. Estoy convencido de que nuestros productos serán de gran utilidad para todos y que mejorarán la calidad de vida de las personas. Sin duda así será, ¡pero la verdadera aventura aún está por llegar! En fin, deseo que pronto regreses a Levogrado para que puedas compartir mi júbilo y cooperar, como no, en esta nuestra empresa.

No me extiendo más en esta misiva, pues tampoco hay mucho más que contar. Lo único que me resta añadir es lo mucho que te quiero y confesar que deseo verte con ferviente pasión. Un beso y un abrazo muy grande, mi cielo. Te quiero.

Levogrado, 28 de septiembre de 1989.

sábado, 3 de mayo de 2008

El verdadero progreso

«La palabra progreso no tiene ningún sentido mientras haya niños infelices.»
― A. Einstein.
Seis y media de la mañana. Un hombre, cabeza de familia, sale de su casa para dirigirse a su puesto de trabajo. Lo hace todos los días; debe mantener a su familia, proporcionándole bienes materiales. Día tras día, mes tras mes, año tras año. Trabaja de forma rutinaria, haciendo siempre lo mismo en una fábrica, mientras comienza a anhelar su jubilación. Así es su trabajo: tedioso, aburrido, carente de motivación. Todo lo que él haga servirá para mantener boyante la empresa para la que trabaja, quien a cambio le entrega todos los meses una modesta cantidad del vil metal.

El vil metal. He aquí el motor de esta moderna forma de esclavitud, de este feudalismo de nuestros tiempos. El dinero es necesario, imprescindible, pues es usado como métrica en la economía y es, además, una utilísima herramienta para el comercio. Pero, ¿cómo se puede retribuir el esfuerzo y el empeño de quien hace bien un trabajo? ¿Por qué para obtener el sustento para la vida han de llevarse a cabo labores que muy lejos se hallan de los verdaderos intereses de una persona? ¿Por qué alguien que fue bautizado nada más que con la honradez debe ahora, en su edad adulta, ser lacayo de una empresa y rendir incondicional pleitesía al poderoso que la gobierna? ¿No debería ser acaso un derecho para toda persona ejercer libremente la actividad que su propia vocación dicte, siendo ésta además el medio más puro y sincero de obtener su sustento?

Todas estas preguntas claman por un nuevo cambio social, mayor todavía que el que supuso la Revolución Industrial. Aquellos tiempos en los que se abandonó el artesanado para producir masivamente en cadena extienden su esplendor hasta nuestros días, pero tal vez comience pronto su irremediable declive. ¡Recibamos la nueva era, la era de la pasión! Será cada individuo quien elija por vocación su ocupación, entregándose apasionadamente a ella. Esa entrega nace y se alimenta del interés innato por encontrar respuesta a los enigmas que todavía no la tienen. Cien mil problemas hay sin solución, cien mil son las cosas buenas que se podrían hacer por esta nuestra especie. Esta es la única batalla justificada, la única guerra santa.

Han de abolirse, en pos del correcto funcionamiento del nuevo orden social que ha de concebirse, la subordinación y el mercenariado. El nuevo modelo social aboga por la cooperación y por un trato más «horizontal» entre personas. ¡Tiembla, Roma, la aldea de Asterix se expande por el mundo!

Será nuestra divisa el reconocimiento por nuestro trabajo, ¡y qué mejor recompensa por éste que un mundo mejor para todos! Prohibidas quedan la pobreza, el hambre y la enfermedad; millones de personas luchan de corazón contra ellas. En realidad, esto que debería haberse conseguido hace siglos, sigue siendo hoy un grave problema para muchísimas personas. Es hora de entregarse a la causa, compartiendo ideas y conocimientos, con arte e industria, para experimentar un verdadero progreso al servicio de todos. Que cada uno ponga sus ideas sobre la mesa, para que todos las veamos; su autoría será por siempre reconocida, su beneficio será por siempre correspondido.