Juntos caminábamos a través de las estaciones, viendo como las marrones hojas que ayer pisábamos luego formaban deliciosas composiciones florales. Pudimos sentir las caricias de la suave brisa estival cuando ésta levantaba nuestras ropas. Pudimos sentir también como el mar besaba nuestros pies en algún vasto arenal. Degustamos el tenue calor del crepúsculo, dulcemente acurrucados en un paraíso bañado en miel. Y así saboreábamos tu y yo el néctar de la pasión, dulce bálsamo para curar las heridas causadas por un mundo lleno de crueldad.
A un paisaje envejecido por la mugre llegó la sombra. Las farolas encendieron sus cobrizas lenguas de tungsteno al unísono, dando así la bienvenida a una nueva noche de plástico. Cómplices de la quietud de la noche, nos dábamos mil besos envueltos en satén y terciopelo. Solíamos encontrarnos en la tranquilidad de la noche, a la luz de las velas, en un lugar mágico y desconocido para los demás: nuestro santuario.
Pero una noche fui allí a buscarte y no estabas. Te esperé, pero no volviste. Me pregunté dónde estarías, a dónde habrías ido, pero no dí con la respuesta. Comencé a preocuparme. Muchas fueron entonces mis hipótesis acerca de tu paradero, endiabladas teorías, nada alentadoras, aciagas en su mayoría. Te imaginé en algún inhóspito lugar abandonada, vejada y violada por algún maldito demonio. Te dí incluso por muerta, ¡oh, pequeña mía! La incertidumbre era mi continuado tormento, día y noche, semana tras semana.
Oí tu voz, pero no eras tú; no me lo pareció. Tal vez sí, no lo sé. Mi desesperación distorsionaba mis sentidos hasta hacerme ver, sentir, lo que se me antojaba más atroz. Lloraba tu ausencia, maldecía tu suerte por suponerla infame. Iracundo, beligerante ya, golpeé muros y paredes, consiguiendo sólo hacer a mis puños sangrar, salpicando con sangre las páginas de mi diario. Sangre que se mezclaba con mis lágrimas en el papel, turbiando más aun la poco clara crónica que yo hacía, desde mi emponzoñada óptica, de mi desgraciada vivencia.
Pensamientos de un Aventurero Cósmico.
martes, 24 de abril de 2007
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