Pensamientos de un Aventurero Cósmico.

sábado, 7 de julio de 2007

Wanderlust (V)

La orografía noruega es única en el mundo y accidentada como pocas. Cientos, miles de recovecos tiene su costa, en forma de lenguas de mar que penetran en las montañas varios kilómetros. Sin duda, se trata de un paisaje cuya belleza no tiene parangón; digno de ser visto: hablo de los fiordos noruegos.

Fiordos hay muchos a lo largo de toda la costa noruega, y algunos son especialmente bellos. Decidimos visitar el fiordo que lleva por nombre Sognefjord (Fiordo de los Sueños), y un afluente de éste, llamado Nærøyfjord. El Sognefjord es uno de los más largos fiordos del mundo, y su afluente se caracteriza por ofrecer un paisaje capaz de cortar la respiración; un estrecho canal de agua flanqueado por altísimas montañas.

La excursión a los fiordos tenía su punto de partida en la estación de ferrocarril de Bergen. Allí tomaríamos un tren que nos conduciría a la localidad de Myrdal, situada a más de 800 m. de altitud y acunada en un bucólico paisaje de montaña. Desde ese lugar partiría un nuevo tren hacia Flåm, haciendo un recorrido de apenas 20 km y descendiendo hasta los 2 m sobre el nivel del mar por desfiladeros y túneles. Vale decir que esta obra de ingeniería —conocida como Flåmsbana (tren de Flåm)— es orgullo del pueblo noruego, por los retos que entrañó su construcción a mediados del siglo XX.

Flåm es uno de los lugares más pintorescos que he visto en mi vida. Está situado en un valle, entre altas montañas, donde el curso de un pequeño río desemboca en el Sognefjord. Allí debíamos esperar para embarcarnos en un pequeño crucero por el fiordo. Dicho crucero recorría el Sognefjord dejando a ambos lados verdísimas paredes de montaña adornadas con delgados saltos de agua; un paisaje singular que combinaba escarpadas montañas, mar, ríos y praderas. Llegados a un punto de la travesía, el barco se desvió por el Nærøyfjord para, finalmente, atracar en Gudvangen.

De Gudvangen fuimos —ya de regreso— a Myrdal en autobús, recorriendo carreteras que serpentean entre las montañas, ascendiendo por ellas con pendientes imposibles. En Myrdal nos esperaba el tren que nos llevaría de nuevo a Bergen. Rematamos nuestra excursión a los fiordos echando un último vistazo a aquellas impresionantes vistas. Estábamos exhaustos.

El día siguiente lo dedicamos a conocer un poco la cuidad en la que estábamos. Dimos un agradable paseíto matinal por el mercado del puerto, recorriendo los diversos puestos de pescado y fruta. Carnes de ballena y salmón, fresas —las más ricas que he probado— y muchas cosas más. Por la tarde y por la noche recorrimos algunas calles que no habíamos visto de la ciudad. Era éste el último día que pasábamos en Bergen, pues al día siguiente, temprano, de mañana, abandonaríamos este lugar para dirigirnos en tren al próximo destino.

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