Pensamientos de un Aventurero Cósmico.

miércoles, 11 de julio de 2007

Wanderlust (IX)

Nuestra aventura llega aquí a su término. En el último día de nuestro periplo tocaba dirigirse al aeropuerto de Hahn para coger un vuelo hacia nuestra tierra. Habíamos pasado la noche en Saarbrücken, en la casa de un amigo, de modo que en la mañana de este último día regresamos al aeropuerto que en la tarde del día anterior habíamos dejado para hacer un poco más intensa nuestra particular odisea.

Nuevamente recorrimos verdes prados y bosques negros, característicos del país en el que estábamos. De nuevo la Autobahn. Más prados y bosques, también bellísimos pueblos. Finalmente llegamos al aeropuerto y nos embarcamos en nuestro avión. Un par de horas después ya pisábamos tierra patria. La primera sensación que yo tuve al llegar fue de tristeza; ya no iba a ver más cosas extraordinarias, ya no iba a sentir la excitación que produce descubrir cosas nuevas. Luego me sentí bastante mejor; ya estábamos en casa.

Y acaba aquí este maravilloso viaje que unos amigos y yo realizamos hace un año exactamente. Satisfacíamos así nuestras ansias de viajar, aunque fuese tan sólo temporalmente. Habíamos estado en muchos lugares diferentes, viendo un montón de cosas, experimentando nuevas sensaciones.

Creo firmemente que el anhelo de viajar es algo inherente al ser humano. Desde tiempos inmemoriales, los grandes viajes han sido motivados por la necesidad de procurar un mejor hábitat y tierras fértiles. Hoy en día esas causas han dejado de tener peso o validez, pero sigue latente ese espíritu aventurero en el corazón de hombres y mujeres. Hoy en día, ese deseo de conocer nuevos horizontes sirve a un interés más espiritual y elevado: unir a las personas de todas las razas y etnias.

El viajero experimenta, cuando recorre el mundo, el contacto con otras culturas. Esto es un intensísimo proceso de aprendizaje en vivo, mediante el cual el individuo adquiere una conciencia global, universal, ampliando su visión del mundo. Las personas que buscan conocer culturas diferentes a las suyas para así hacer medrar su conocimiento encuentran todas las respuestas que buscan en sus viajes. Este interés por lo foráneo, por lo atípico, surge como un vivo deseo de responder a las tantas dudas con las que el ser humano nace. Citando a Carlo Goldoni, cabe decir que el que no ha salido jamás de su país está lleno de prejuicios. Por eso creo que buscar nuevos horizontes es en realidad buscar nuevas respuestas.

It's not the end
Not the kingdom come
It is the journey that matters, the distant wanderer
Call of the wild
In me forever and ever and ever forever
Wanderlust


Nightwish - Wanderlust

martes, 10 de julio de 2007

Wanderlust (VIII)

Llegamos ya al penúltimo día de nuestro viaje. Esa mañana dejamos atrás Oslo para emprender el viaje de regreso a nuestra tierra. Por otra parte, nuestra amiga «la finlandesa» regresaría a Helsinki. Sería esa una mañana de vuelos para todos.

De nuevo éramos las cuatro personas de origen. Volamos ese día desde Oslo hasta Hahn (Alemania), lugar en el que ya habíamos estado antes. Nuevamente nos tocaba una larga espera para tomar el siguiente vuelo, y como en ese lugar —prácticamente rural— no hay muchas diversiones para un grupo de aventureros como el nuestro, decidimos de nuevo movilizarnos.

Volvimos a alquilar un coche por un día, pero esta vez visitamos un lugar diferente: la ciudad de Saarbrücken, próxima a la frontera con Francia y Luxemburgo. Lejos de haber elegido esta ciudad de forma totalmente arbitraria, los que nos llevó hasta allí fue el repentino anhelo de visitar a un amigo que allí residía por aquel entonces. Avisamos a ese compañero en el mismo día y éste nos acogió en su casa.

Ir a Saarbrücken supuso el mayor reto de los experimentados durante el viaje, debido a las diferencias idiomáticas. Por ser zona fronteriza con Francia, la gente de esa zona apenas habla el inglés. Tuvimos que defendernos con las cuatro palabras de alemán y las otras tantas de francés que conocíamos. Pero llegamos, y todo salió a pedir de boca. Además, ya en el lugar, contábamos con la ayuda de nuestro amigo, quien hablaba con soltura el alemán.

lunes, 9 de julio de 2007

Wanderlust (VII)

Noruega es tierra de vikingos. Nuestro viaje no podía omitir de ninguna manera el acercamiento a la cultura vikinga, y por ese motivo reservamos la mañana del 9 de julio de 2006 para visitar el museo vikingo, en Oslo.

Aunque era posible acudir a dicho museo por tierra, andando, nosotros optamos por acercarnos a dicho sitio por mar. Así, cruzamos la bahía en un pequeño y viejo barco de pasaje, eludiendo el extenso rodeo que tendríamos que dar de haber ido por tierra.

El museo vikingo es pequeño y se puede ver en poco tiempo. El su interior se encuentran expuestos muchos restos arqueológicos, con las correspondientes explicaciones acerca de sus usos y su procedencia. Como nos sobró el tiempo tras la visita cultural, dedicamos la tarde de ese día —el último que pasábamos en Noruega— al descanso.

domingo, 8 de julio de 2007

Wanderlust (VI)

El siguiente punto de nuestro itinerario era Oslo. En la mañana del 8 de julio de 2006 nos subimos al tren que nos llevaría a la capital de Noruega, atravesando verdes paisajes de montaña, salpicados éstos de nieve y lagunas. La travesía en tren duró unas 6 horas, lo que la convierte en el trayecto de mayor duración de todos los practicados en nuestro viaje. Mas debo decir que la calidad y el confort de los trenes noruegos hizo de ese viaje algo llevadero.

Llegamos a Oslo a primera hora de la tarde y buscamos nuestro alojamiento. Dejamos allí nuestros bártulos y nos fuimos a explorar la ciudad. Comenzamos a caminar, callejero en mano, y llegamos a un curioso parque (Vigeland) lleno de figuras sumamente eróticas, obscenas, sugerentes. Cientos de ellas. Vimos también el Palacio Real, algunas embajadas y otros edificios emblemáticos. Al final de la tarde, reparamos en que habíamos recorrido gran parte de la ciudad; Oslo no es una ciudad muy grande.

sábado, 7 de julio de 2007

Wanderlust (V)

La orografía noruega es única en el mundo y accidentada como pocas. Cientos, miles de recovecos tiene su costa, en forma de lenguas de mar que penetran en las montañas varios kilómetros. Sin duda, se trata de un paisaje cuya belleza no tiene parangón; digno de ser visto: hablo de los fiordos noruegos.

Fiordos hay muchos a lo largo de toda la costa noruega, y algunos son especialmente bellos. Decidimos visitar el fiordo que lleva por nombre Sognefjord (Fiordo de los Sueños), y un afluente de éste, llamado Nærøyfjord. El Sognefjord es uno de los más largos fiordos del mundo, y su afluente se caracteriza por ofrecer un paisaje capaz de cortar la respiración; un estrecho canal de agua flanqueado por altísimas montañas.

La excursión a los fiordos tenía su punto de partida en la estación de ferrocarril de Bergen. Allí tomaríamos un tren que nos conduciría a la localidad de Myrdal, situada a más de 800 m. de altitud y acunada en un bucólico paisaje de montaña. Desde ese lugar partiría un nuevo tren hacia Flåm, haciendo un recorrido de apenas 20 km y descendiendo hasta los 2 m sobre el nivel del mar por desfiladeros y túneles. Vale decir que esta obra de ingeniería —conocida como Flåmsbana (tren de Flåm)— es orgullo del pueblo noruego, por los retos que entrañó su construcción a mediados del siglo XX.

Flåm es uno de los lugares más pintorescos que he visto en mi vida. Está situado en un valle, entre altas montañas, donde el curso de un pequeño río desemboca en el Sognefjord. Allí debíamos esperar para embarcarnos en un pequeño crucero por el fiordo. Dicho crucero recorría el Sognefjord dejando a ambos lados verdísimas paredes de montaña adornadas con delgados saltos de agua; un paisaje singular que combinaba escarpadas montañas, mar, ríos y praderas. Llegados a un punto de la travesía, el barco se desvió por el Nærøyfjord para, finalmente, atracar en Gudvangen.

De Gudvangen fuimos —ya de regreso— a Myrdal en autobús, recorriendo carreteras que serpentean entre las montañas, ascendiendo por ellas con pendientes imposibles. En Myrdal nos esperaba el tren que nos llevaría de nuevo a Bergen. Rematamos nuestra excursión a los fiordos echando un último vistazo a aquellas impresionantes vistas. Estábamos exhaustos.

El día siguiente lo dedicamos a conocer un poco la cuidad en la que estábamos. Dimos un agradable paseíto matinal por el mercado del puerto, recorriendo los diversos puestos de pescado y fruta. Carnes de ballena y salmón, fresas —las más ricas que he probado— y muchas cosas más. Por la tarde y por la noche recorrimos algunas calles que no habíamos visto de la ciudad. Era éste el último día que pasábamos en Bergen, pues al día siguiente, temprano, de mañana, abandonaríamos este lugar para dirigirnos en tren al próximo destino.

jueves, 5 de julio de 2007

Wanderlust (IV)

En el quinto día de nuestro viaje dejamos atrás Helsinki —quizás con añoranza de no haber visto todo lo que allí se puede ver— para dirigirnos a nuestro nuevo destino en un nuevo país: Noruega. Éramos cinco; nuestra bienquerida amiga también venía. El vuelo que tomamos desde la capital finlandesa nos llevó a Oslo. Mas no era ese nuestro inmediato objetivo, de modo que reservamos la visita a dicha ciudad para el final. De hecho, no llegamos a salir del aeropuerto; debíamos tomar inmediatamente otro avión.

Aquella persona que viaja a Noruega tendrá siempre un compromiso de inexcusable cumplimiento en su itinerario: ver los fiordos. Y ese era el motivo de nuestro segundo vuelo en ese día, que nos llevaría a la ciudad costera de Bergen, punto de partida para nuestra excursión por el incomparable paisaje natural de los fiordos noruegos.

Llegamos a esta peculiar ciudad por la tarde, buscamos nuestro alojamiento y nos relajamos un poco después de pasarnos todo el día de aeropuerto en aeropuerto. También aprovechamos para buscar algo de información acerca de los viajes organizados a los fiordos más cercanos en la oficina de turismo de Bergen, muy próxima al hostal que nos serviría de morada para las tres próximas noches. Dimos también un pequeño paseo por las zonas más céntricas de la ciudad, ya en el atardecer —que, por hallarnos en las latitudes en las que nos hallábamos, tenía lugar sobre las 11 ó 12 de la noche—, viendo algunos elementos característicos de la nórdica ciudad costera en la que nos hallábamos. Merece la pena mencionar las pintorescas casas del puerto que se pueden apreciar en la fotografía (Bryggen), consideradas Patrimonio de la Humanidad. Dichos inmuebles alojan actualmente en sus bajos pubs y restaurantes que atraían a todas horas a turistas de todo el mundo.

miércoles, 4 de julio de 2007

Wanderlust (III)

Asentados por unos días en Helsinki, mis compañeros y yo nos dedicamos a conocer el estilo de vida de las gentes del país en el que nos hallábamos. Con los días medrados considerablemente en horas de luz —unas 22 en la época en la que fuimos— podíamos pulular alegremente por la ciudad y sus inmediaciones sin temor a que la noche se nos viniese encima.

Uno de los lugares más singulares que he visto durante la estancia en la capital de Finlandia es el conjunto de seis pequeños islotes que responde al nombre de Suomenlinna —que significa «castillo finlandés», y que realmente se trata de un área fortificada—. Puede decirse que el día que visitamos este peculiar archipiélago fue un día de tregua, un día de relax; durante los tres anteriores no habíamos parado ni un momento con todo el ajetreo de los desplazamientos. Suomenlinna es un lugar ideal para relajarse, apartado del bullicio de la ciudad, con pequeños trozos de verde a la sombra de los árboles y hasta una pequeña playa de arena para darse un chapuzón (en esa época del año las aguas del Báltico no están frías y tienen un gusto sorprendentemente dulce). Pero si hay un rincón de esas islitas que me ha cautivado de manera especial, éste ha sido un chiringuito caracterizado por ser el más cutre y apartado de los que allí pudiese haber, perdido entre embarcaciones y botes de pintura. Era el último reducto a salvo de la avalancha de turistas veraniegos, decadente y romántico, realmente entrañable.

El día siguiente ya no fue tan relajado. Desde el puerto de Helsinki tomamos un transbordador que nos llevó a Tallin —capital de Estonia—, después de tres horas de travesía por el Báltico. Esta ciudad parece una extraña mezcla de cuento de hadas y viejas glorias de la URSS. Casas y calles al estilo medieval tenían por fondo grises edificios que se extendían hasta que tropezaban con las montañas. Mercados por las calles. Reclamos para los turistas. La impresión que me llevé de la zona antigua de esta ciudad es muy grata, sumamente bella, pero todo aquello se me antoja un tanto artificial por tratarse a todas luces de un teatro hecho para los turistas. Nuevamente, hay que saber reconocer lo auténtico y maravillarse así con la cultura del lugar, exótica y esplendorosa: catedral y ciudad antigua —declarada Patrimonio de la Humanidad— son dignas de ver.

Pasamos todo ese día en Tallin, regresando al final de la tarde a Helsinki en el mismo ferry que hasta allí nos había llevado. Otras tres horas de travesía. Llegamos exhaustos a nuestra temporal morada y con ganas solo de dormir.

lunes, 2 de julio de 2007

Wanderlust (II)

El sol del amanecer hacía acto de presencia ya a las 4 ó 5 de la madrugada; algo imposible en España, pero estábamos en Frankfurt (Alemania), tratando de dormir como mejor podíamos en los asientos del coche de alquiler. Estacionado en una cuneta, el coche hacía las veces de caravana improvisada para cuatro personas. Era, pues, inminente la llegada del nuevo día —2 de julio de 2006— y con ésta se desvanecían ya por completo mis fútiles intentos por conciliar el sueño.

Poco a poco fueron despertando el resto de pasajeros, y cuando la vigilia era ya común a todos los ocupantes del vehículo acordamos con unanimidad procurarnos un desayuno antes de emprender de nuevo la marcha hasta el siguiente destino de nuestro viaje. Dicho y hecho, pronto conseguimos algo de café para tomar en la mismísima calle, pues el espíritu nómada que nos guiaba en esos días de incesante movimiento nos sugería éste como el mejor lugar. Nos despedimos de la ciudad en la que nos hallábamos haciéndole una última visita a algunas de sus calles, ahora iluminadas por la luz del día. Nos subimos al coche y salimos de Frankfurt incorporándonos a la Autobahn que nos llevaría de nuevo al aeropuerto al que llegamos en el día anterior. Allí tomaríamos el siguiente vuelo marcado en nuestro itinerario.

Dejamos allí el coche y nos embarcamos en un avión. En la tarde del 2 de julio nos dirigíamos a la localidad finesa de Tampere —las compañías de bajo coste operan en aeropuertos un tanto inusuales—, desde donde nos desplazaríamos en autobús hasta la capital: Helsinki.

Tan sólo posar los pies en tierra finesa hizo que me embargase una extraña sensación, mezcla de júbilo y melancolía. Este remoto país me había cautivado desde muchos años atrás, pues me lo figuraba yo lleno de cosas maravillosas y exóticas. Pronto comprobaría que no estaba equivocado (como muestra primera de mi comprobación, señalaré la bien dotada y esbelta conductora del autobús; inminente exhibición de belleza nórdica).

Sobre las ocho de la tarde llegamos por fin a Helsinki, donde habíamos quedado con una querida amiga que se hallaba en ese remoto paradero desde hacía unos meses. Curiosa sensación al toparnos con ella: tras muchas horas de viaje, de visitar lugares tan dispares como los que ya habíamos visto (tan lejos de casa), de ver y conocer gente muy diversa, la sensación que produce ver de nuevo a un conocido en un lugar tan insospechado hace tambalear nuestros sentimientos, desde lo más hondo de nuestro ser. El encuentro fue celebrado con la alegría y la euforia propias del viajero que descubre para sí nuevos horizontes.

domingo, 1 de julio de 2007

Wanderlust (I)


wanderlust
n : very strong or irresistible impulse to travel [syn: itchy feet]
-- From WordNet (r) 2.0


Ocurre de vez en cuando que siento un irrefrenable deseo de viajar, mas creo que esta sensación no es exclusiva de mí. No pretendo ahondar en las cuestiones filosóficas o antropológicas que pudieran derivarse tratando de argumentar una explicación a este peculiar hecho, pero personalmente opino que esas ganas de visitar nuevos lugares responde a una necesidad atávica de exploración y descubrimiento propia del ser humano que era de obligado cumplimiento para nuestros más remotos ancestros, por supervivencia. Hoy día, enfrascados en un estilo de vida sedentario, el gusto por viajar queda muchas veces relegado al ámbito del ocio, pero aún así, ese ansia por viajar, ese wanderlust permanece latente en nuestros corazones.

Me gustaría compartir con el lector una vivencia mía y de un grupo de amigos que hace un año (exactamente) comenzamos. Unos más versados en materia de viajes internacionales, otros más nóveles, nos decidimos todos a realizar un viaje por las tierras del norte de Europa, aprovechando una serie de circunstancias que se daban por aquel entonces y que es prolijo relatar aquí.

Así, el 1 de julio de 2006 nos dirigimos 4 personas al aeropuerto de Santiago de Compostela para embarcarnos allí en el primero de los vuelos que componían nuestro periplo. Ese primer desplazamiento nos llevaría a la localidad alemana de Hahn, cercana a Frankfurt. El propósito inicial de hacer parada en ese lugar era ajena a nuestra voluntad; simplemente era un requisito impuesto por la disponibilidad de vuelos a Finlandia que ofertaba la compañía low cost que habíamos contratado. No habiendo vuelos directos a los países nórdicos desde España fue necesario hacer allí escala y esperar nada menos que 20 horas por el siguiente avión.

Esperar tanto tiempo en un aeropuerto puede ser desesperante, aún gozando de buena compañía. No nos lo pensamos dos veces y buscamos la forma de desplazarnos hasta Frankfurt para ver dicha ciudad y divertirnos un poco por la noche. La opción que más nos sedujo fue la de alquilar un coche, pues además de servirnos de medio de transporte, hizo las veces de lugar de pernocta en esa noche de desenfreno.

Y así fue. Recorrimos las verdes praderas y los negros bosques alemanes por impecables carreteras y autopistas —libres de peaje, por cierto—, para llegar a Frankfurt con el crepúsculo. La ciudad estaba bañada en fiesta por mor del mundial de fútbol, y todas sus calles estaban llenas de gente. Aquella fue una noche inolvidable, diferente. Gentes de todas las nacionalidades invadían las calles de la ciudad, y hasta altas horas de la madrugada los locales de ocio permanecieron abiertos. Aprovechando la coyuntura, decidimos formar parte de aquel festejo y adentrarnos en los ambientes más dispares. Acabamos rendidos, pero mereció la pena.