El siguiente fragmento, perteneciente a un libro de P. Coelho, relata la experiencia de un hombre que junto con sus dos animales recibe súbitamente la muerte. Aún sin percatarse del cese de su propia vida, el hombre camina con sus dos compañeros por una senda y le acontece lo siguiente:
Sin embargo, no es necesario esperar la llegada de la Muerte para ir a un sitio u otro. El mundo en el que vivimos puede tornarse cielo o infierno, a nuestra elección, de acuerdo con nuestras obras y decisiones. Depende de nosotros construir un cielo en el que la gente se ayude entre sí y de forma invariable ante cualquier circunstancia. También depende de nosotros que nuestro mundo se torne en un infierno cruel y desolador: haciendo prevalecer el interés personal ante el del colectivo, aún cuando se puede perjudicar seriamente a este último. Cielo o Infierno: es decisión nuestra, decisión de cada uno.
La carretera era muy larga, colina arriba, el sol era muy fuerte, estaban sudados y sedientos. En una curva del camino vieron un portal magnífico, todo de mármol, que conducía a una plaza con adoquines de oro, en el centro de la cual había una fuente que manaba agua cristalina. El caminante se dirigió al hombre que custodiaba la entrada.Cielo e Infierno son dos conceptos ligados a una supuesta existencia más allá de la vida terrenal —o, simplemente, la vida—. Siempre se ha mostrado el Cielo como un lugar idílico al que las almas de las personas bondadosas van como recompensa. Por otra parte, el infierno se describe como un lugar horrendo, lleno de dolor y sufrimiento, al que se destinan las almas de las personas que cometieron maldades e injusticias.
—Buenos días.
—Buenos días —respondió el guardián.
—¿Cómo se llama este lugar tan bonito?
—Esto es el Cielo.
—Qué bien que hayamos llegado al Cielo, porque estamos sedientos.
—Usted puede entrar y beber tanta agua como quiera. —Y el guardián señaló la fuente.
—Pero mi caballo y mi perro también tienen sed...
—Lo siento mucho —dijo el guardián—. Pero aquí no se permite la entrada a los animales.
El hombre se llevó un gran disgusto, puesto que tenía muchísima sed, pero no pensaba beber solo; dio las gracias al guardián y siguió adelante. Después de caminar un buen rato cuesta arriba, exhaustos, llegaron a otro sitio, cuya entrada estaba marcada por una puertecita vieja que daba a un camino de tierra rodeado de árboles. A la sombra de uno de los árboles había un hombre echado, con la cabeza cubierta por un sombrero; posiblemente dormía.
—Buenos días —dijo el caminante.
El hombre respondió con un gesto de la cabeza.
—Tenemos mucha sed, yo, mi caballo y mi perro.
—Hay una fuente entre aquellas rocas —dijo el hombre, indicando el lugar—. Podéis beber tanta agua como queráis.
El hombre, el caballo y el perro fueron a la fuente y calmaron su sed.
El caminante volvió atrás para dar las gracias al hombre.
—Podéis volver siempre que queráis —le respondió.
—A propósito, ¿cómo se llama este lugar?
—Cielo.
—¿El Cielo? ¡Pero si el guardián del portal de mármol me ha dicho que aquello era el Cielo!
—Aquello no era el Cielo, era el Infierno.
El caminante quedó perplejo.
—¡Deberíais prohibir que utilicen vuestro nombre! ¡Esta información falsa debe de provocar grandes confusiones!
—¡De ninguna manera! En realidad, nos hacen un gran favor. Porque allí se quedan todos los que son capaces de abandonar a sus mejores amigos...
(P. Coelho — El Demonio y la señorita Prym)
Sin embargo, no es necesario esperar la llegada de la Muerte para ir a un sitio u otro. El mundo en el que vivimos puede tornarse cielo o infierno, a nuestra elección, de acuerdo con nuestras obras y decisiones. Depende de nosotros construir un cielo en el que la gente se ayude entre sí y de forma invariable ante cualquier circunstancia. También depende de nosotros que nuestro mundo se torne en un infierno cruel y desolador: haciendo prevalecer el interés personal ante el del colectivo, aún cuando se puede perjudicar seriamente a este último. Cielo o Infierno: es decisión nuestra, decisión de cada uno.
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