ojalá.
(Del ár. hisp. law šá lláh, si Dios quiere).
1. interj. Denota vivo deseo de que suceda algo.
Pensamientos de un Aventurero Cósmico.
lunes, 28 de mayo de 2007
Ojalá
Ojalá no necesites nunca el abrazo de un amigo por estar triste. Ojalá no tengas que sufrir el frío tacto de la Soledad. Ojalá vivas por siempre feliz y tu sonrisa no se apague nunca. Ojalá que tus ojos no tengan nunca que llorar, si no es de risa o de felicidad. Ojalá que el amor esté en tu vida siempre presente, llamándote a la puerta cada día. Ojalá no te falte nunca la comprensión de quien te aprecia. Ojalá que el cariño y la ternura no desaparezcan de tu vida, aplastados por el ajetreo del día a día. Ojalá no seas foco de la maldad de nadie. Ojalá.
Etiquetas:
épica,
sentimientos
miércoles, 2 de mayo de 2007
Efectos especiales
Esta historia que voy a contar aconteció en mis tiempos de bachiller, cuando para la clase de literatura nos habían encomendado, a un bien querido amigo y a mí, la tarea de producir los efectos sonoros para una obra de teatro. La obra trataba sobre la guerra, y eran precisos sonidos de disparos y bombas. Vale decir que por aquel entonces los recursos tecnológicos que se hallaban al alcance de dos mozalbetes, hijos de la clase obrera y acunados en una época pretérita al boom de Internet, no eran en absoluto abundantes. Era, por ende, un reto considerable lograr unos efectos sonoros realistas con los prácticamente inexistentes medios que en nuestro haber se hallaban.
Haciendo gala de un gran ingenio, recurrimos a una vieja máquina de escribir para recrear los disparos de ametralladora y a una serie de portazos para emular las bombas. Naturalmente, esto distaba mucho de ser lo suficientemente realista como para presentarlo en clase sin morirnos de vergüenza, pero contábamos con un increíble recurso: materiales de muy baja calidad.
Habíamos grabado dichos sonidos con un viejo radiocasete, registrando varios minutos de «mecanografía» y portazos en una cinta grabada y regrabada mil veces antes. La pésima calidad de la grabación distorsionó de tal forma los sonidos que éstos se parecían ya a auténticos disparos de ametralladora, y los portazos eran verdaderamente explosivos. No obstante, el «proceso» no terminaba ahí.
Una última operación se hizo con aquellos sonidos. Era necesario pasar esa grabación a otra cinta para así juntarlo con los otros efectos de sonido que se utilizarían en la representación de la obra. El problema es que entre nuestros humildes recursos técnicos no se hallaba ningún aparato reproductor y grabador de casetes de doble pletina con el cual hacer la copia. De modo que lo que hicimos fue lo siguiente: acoplamos dos radiocasetes, situando el micrófono del aparato grabador lo más cerca posible del altavoz del que reproducía los sonidos. Durante el tiempo que duraba el proceso de réplica hacíamos esfuerzos inhumanos por no articular sonido alguno; permanecíamos inmóviles, casi no respirábamos. Rezábamos para que nada ni nadie irrumpiese en la habitación en la que estábamos. Finalmente lo conseguimos: habíamos logrado pasar los sonidos originales a esa segunda cinta, añadiendo de paso un poco más de distorsión.
Al escuchar la segunda grabación el efecto era todavía mejor, mucho más realista. Los disparos se oían con diferentes intensidades y con un sonido más opaco; más parecido a un disparo. El sonido de las bombas daba la sensación de que algo explotaba a lo lejos causando un estruendo propio del derrumbe de casas y edificios. Fantástico.
Haciendo gala de un gran ingenio, recurrimos a una vieja máquina de escribir para recrear los disparos de ametralladora y a una serie de portazos para emular las bombas. Naturalmente, esto distaba mucho de ser lo suficientemente realista como para presentarlo en clase sin morirnos de vergüenza, pero contábamos con un increíble recurso: materiales de muy baja calidad.

Una última operación se hizo con aquellos sonidos. Era necesario pasar esa grabación a otra cinta para así juntarlo con los otros efectos de sonido que se utilizarían en la representación de la obra. El problema es que entre nuestros humildes recursos técnicos no se hallaba ningún aparato reproductor y grabador de casetes de doble pletina con el cual hacer la copia. De modo que lo que hicimos fue lo siguiente: acoplamos dos radiocasetes, situando el micrófono del aparato grabador lo más cerca posible del altavoz del que reproducía los sonidos. Durante el tiempo que duraba el proceso de réplica hacíamos esfuerzos inhumanos por no articular sonido alguno; permanecíamos inmóviles, casi no respirábamos. Rezábamos para que nada ni nadie irrumpiese en la habitación en la que estábamos. Finalmente lo conseguimos: habíamos logrado pasar los sonidos originales a esa segunda cinta, añadiendo de paso un poco más de distorsión.
Al escuchar la segunda grabación el efecto era todavía mejor, mucho más realista. Los disparos se oían con diferentes intensidades y con un sonido más opaco; más parecido a un disparo. El sonido de las bombas daba la sensación de que algo explotaba a lo lejos causando un estruendo propio del derrumbe de casas y edificios. Fantástico.
miércoles, 25 de abril de 2007
Alas de papel (IV)

Yo subía por las escaleras de una alta torre de piedra, queriendo alcanzar el punto más alto. Buscaba un lugar de soledad donde esconderme y donde intimar con mis preocupaciones. Llegué a un cuarto vacío, en lo alto de aquella alta torre, con una ventana desnuda, sin cortinas, y desde la cual podía verse el mar de tejados pardos de la ciudad en la noche.
Un rayo descendió desde las negras nubes de tormenta, haciéndose camino entre éstas, hasta el pararrayos de un tejado cercano. Yo lo vi, vi como su luz cegadora y fulminante explotaba a una escasa distancia de donde yo estaba. Entre la brillante luz y el terrorífico estruendo vi la imagen de un ángel, acercándose, volando hacia mí. Lo vi ya en la ventana, mientras yo yacía en el suelo, arrollado por la impresionante fuerza del rayo. Me hizo una señal, indicándome con su dedo una dirección, y luego se desvaneció. Con su imagen aún plasmada en mi retina hice un desmesurado esfuerzo por levantarme y averiguar qué había querido decirme tan fugaz mensajero. ¿Una ilusión?, pensé mientras me incorporaba. Pero en mi visión permanecía una mancha rosada con su silueta, manteniéndose ahí unos minutos antes de disiparse del todo.
Me acerqué a la ventana, algo temeroso pero con interés, y traté de seguir la imaginaria trayectoria del dedo del ángel. Al principio no vi nada salvo el mismo mar de tejados que ya antes había visto. Seguí buscando con la vista en aquel caótico paisaje y finalmente llamó mi atención un misterioso resplandor multicolor que provenía de alguna puerta o ventana abierta, en una calle cercana. Bajé de aquella torre, curioso, a ver de qué se trataba. Me ubiqué entre las calles y deduje pronto cual sería la dirección a tomar para llegar al enigmático lugar que desde las alturas yo había divisado. Comenzaba ahora a llover con suavidad.
Las gotas de lluvia mojaban mi ropa, mi pelo y mi cara, mientras yo avanzaba apresurado por las desiertas calles. Llegué, por fin, al lugar del que provenía aquel colorista resplandor. La luz venía de una casa, con la puerta entreabierta. Sin demasiado pudor decidí entrar para descubrir el origen de aquel fulgor de bienaventuranza. Y apenas habiéndome adentrado en aquella estancia te vi, pequeña mía, después de tanto tiempo. Eras tú, más bella que nunca, radiante, rebosante de energía. Tus alas estaban ahora fuertes. Me acerqué a ti y tú también te acercaste a mí. De ahí surgió un beso, una caricia, un abrazo y con una sonrisa nos despedimos.
Verte de nuevo volar, llena de vitalidad, me hizo ver que ahora nuestros caminos se separaban. Me embargaba ahora una mezcla agridulce de alegría y tristeza. Llovía ahora con mayor intensidad; sobre mí caían las gotas de la lluvia cubriéndome por completo, empapándome. Yo caminaba por las desiertas calles mientras el amanecer se abría paso entre la ya apaciguada tormenta.
[Cesar :]
Escribo las líneas de un libro
Que ya está terminado
Por quién querer vivir
Si no es la realidad
[Sophia :]
Abre los ojos
Pon fin a tu agonía
Abre los ojos
Y empieza tu nueva vida
(Dark Sanctuary - Abre los ojos)
Etiquetas:
fantasía,
sentimientos
martes, 24 de abril de 2007
Alas de papel (III)

A un paisaje envejecido por la mugre llegó la sombra. Las farolas encendieron sus cobrizas lenguas de tungsteno al unísono, dando así la bienvenida a una nueva noche de plástico. Cómplices de la quietud de la noche, nos dábamos mil besos envueltos en satén y terciopelo. Solíamos encontrarnos en la tranquilidad de la noche, a la luz de las velas, en un lugar mágico y desconocido para los demás: nuestro santuario.
Pero una noche fui allí a buscarte y no estabas. Te esperé, pero no volviste. Me pregunté dónde estarías, a dónde habrías ido, pero no dí con la respuesta. Comencé a preocuparme. Muchas fueron entonces mis hipótesis acerca de tu paradero, endiabladas teorías, nada alentadoras, aciagas en su mayoría. Te imaginé en algún inhóspito lugar abandonada, vejada y violada por algún maldito demonio. Te dí incluso por muerta, ¡oh, pequeña mía! La incertidumbre era mi continuado tormento, día y noche, semana tras semana.
Oí tu voz, pero no eras tú; no me lo pareció. Tal vez sí, no lo sé. Mi desesperación distorsionaba mis sentidos hasta hacerme ver, sentir, lo que se me antojaba más atroz. Lloraba tu ausencia, maldecía tu suerte por suponerla infame. Iracundo, beligerante ya, golpeé muros y paredes, consiguiendo sólo hacer a mis puños sangrar, salpicando con sangre las páginas de mi diario. Sangre que se mezclaba con mis lágrimas en el papel, turbiando más aun la poco clara crónica que yo hacía, desde mi emponzoñada óptica, de mi desgraciada vivencia.
Etiquetas:
fantasía,
sentimientos
viernes, 20 de abril de 2007
Carpe Diem

Me atrevo incluso a decir que ese camino ni siquiera existe. La vida transcurre por un terreno sin veredas, pues las sendas ya trazadas registran las experiencias vividas por otros indivíduos. Nosotros debemos vivir nuestra propia vida de forma original y genuina, no queriendo ser burdas imitaciones de otras personas.
No obstante, forjar nuestro propio destino no es tarea trivial. Lo más adecuado es hacerlo de forma incremental, viviendo cada instante, día a día. El arte de saber tomar en cada momento las decisiones que nos son más favorecedoras ―tanto a corto como a largo plazo― se aprende de la observación. Paulo Coelho explica en su obra «El Alquimista» que el mundo nos brinda un montón de señales que, sabiendo interpretarlas, nos harán vivir lo que él denomina la Leyenda Personal de cada uno; justo lo que de corazón anhelamos, lo que realmente queremos ser y lo que realmente deseamos vivir. Esa capacidad de observación mística y trascendental ha de servirnos de guía para hallar en cada momento la felicidad.
Debo reconocer que, años atrás, mi visión del mundo era muy cuadriculada; siempre exigiendo una explicación estrictamente racional de las cosas. Yo era incapaz de distinguir esas señales, aún llegando a ser en ocasiones muy evidentes. Por fortuna, he cambiado de parecer, y aunque sigo buscando por medio de la razón el porqué de muchos fenómenos mundanos, creo ahora más conveniente circunscribir el dominio de actuación de la razón a los campos que le son legítimos.
¡Oh! ¡He experimentado maravillosas vivencias! He visitado lugares preciosos, llenos de magia. He conocido a algunas personas muy interesantes, y sé que son interesantes porque les he abierto mi corazón para poder así recibir su bondad, regalo sagrado para el espíritu. He sentido el amor con una intensidad sin precedentes. Y he hecho cosas que nunca antes me habría planteado, solo porque no entraban dentro de mi ridículo y acartonado esquema de valores estrictamente racional. Si ciertas personas supiesen de cosas que he hecho, de actividades que he practicado, etc... ¡pensarían que no soy el mismo! Tal vez algunos piensen que estoy loco, pero lo cierto es que nunca he visto las cosas con mayor claridad. Y puedo decir que esto es solo el principio; aún queda mucho por vivir.
Etiquetas:
estilo de vida
jueves, 19 de abril de 2007
El Baño
Es cotidiano que nos abrume la frustración en nuestros quehaceres más intelectuales. Cuando nos agobia un problema al que no le encontramos solución, cuando se nos embota la mente, cuando la inspiración parece faltar; ese maldito estado de aturdimiento que nos impide descansar acabará haciéndonos presas de la desesperación. Maldecimos. Gritamos. Damos golpes y patadas. Nos enfadamos. Nos sentimos insignificantes.
Pero la Inspiración ―esa traviesa hada― no tolera esas groserías. Ella exige que nos relajemos; sugiere que nos demos un buen baño. Llenaremos, pues, la bañera, añadiendo sales de baño, encendiendo tal vez velas e incienso; lo que más nos guste. Éste es el ritual para invocar a nuestra deseada compañera, para que nos ilumine y nos traiga la anhelada solución a nuestros quebraderos de cabeza.
Valga como prueba la célebre anécdota vivida por Arquímedes. Hierón (rey de Siracusa) le había pedido que determinase la pureza del oro de una corona cuya fabricación había encomendado a un infame orfebre. Temía el rey que éste hubiese rebajado la aleación para así lucrarse a costa del monarca. Debía, pues, Arquímedes dar una respuesta al soberano acerca de la pureza del material de la citada alhaja, mas no se le ocurría forma de resolver el problema. Hastiado el sabio por no encontrar solución alguna ante la apremiante impaciencia del rey, hallábase éste al borde de la desesperación.
Pero la inspiración acudió al encuentro de Arquímedes cuando éste fue a darse un baño. Experimentó ahí, en ese momento y en ese lugar, el fenómeno que le brindaría la solución ―el principio de Arquímedes― al observar que cuando sumergía su cuerpo en el agua un volumen equivalente de agua era desalojado. Había encontrado la forma de medir el volumen de la corona del rey ―y de cualquier otro objeto que se le antojase― para poder determinar la densidad del citado objeto una vez conocido su peso.
Y enormemente contento Arquímedes por su descubrimiento, comenzó a correr jubiloso por las calles de Siracusa exclamando el ya archiconocido grito de Eureka, Eureka ―vocablo de origen griego con significado de haber hallado algo y también conocida marca comercial de chocolate―. Había solucionado el problema que tanto le angustiaba.
Sólo me resta decir que nunca se sabe cuando la Inspiración ―esa traviesa hada― nos hará una visita. Lo mejor es mostrarse siempre amable y optimista para no ahuyentarla. Un buen baño relajante puede ser nuestro gran aliado para propiciar un encuentro con ella. Eso sí, abogando siempre por un consumo responsable del agua.
Pero la Inspiración ―esa traviesa hada― no tolera esas groserías. Ella exige que nos relajemos; sugiere que nos demos un buen baño. Llenaremos, pues, la bañera, añadiendo sales de baño, encendiendo tal vez velas e incienso; lo que más nos guste. Éste es el ritual para invocar a nuestra deseada compañera, para que nos ilumine y nos traiga la anhelada solución a nuestros quebraderos de cabeza.
Valga como prueba la célebre anécdota vivida por Arquímedes. Hierón (rey de Siracusa) le había pedido que determinase la pureza del oro de una corona cuya fabricación había encomendado a un infame orfebre. Temía el rey que éste hubiese rebajado la aleación para así lucrarse a costa del monarca. Debía, pues, Arquímedes dar una respuesta al soberano acerca de la pureza del material de la citada alhaja, mas no se le ocurría forma de resolver el problema. Hastiado el sabio por no encontrar solución alguna ante la apremiante impaciencia del rey, hallábase éste al borde de la desesperación.
Pero la inspiración acudió al encuentro de Arquímedes cuando éste fue a darse un baño. Experimentó ahí, en ese momento y en ese lugar, el fenómeno que le brindaría la solución ―el principio de Arquímedes― al observar que cuando sumergía su cuerpo en el agua un volumen equivalente de agua era desalojado. Había encontrado la forma de medir el volumen de la corona del rey ―y de cualquier otro objeto que se le antojase― para poder determinar la densidad del citado objeto una vez conocido su peso.
Y enormemente contento Arquímedes por su descubrimiento, comenzó a correr jubiloso por las calles de Siracusa exclamando el ya archiconocido grito de Eureka, Eureka ―vocablo de origen griego con significado de haber hallado algo y también conocida marca comercial de chocolate―. Había solucionado el problema que tanto le angustiaba.
Sólo me resta decir que nunca se sabe cuando la Inspiración ―esa traviesa hada― nos hará una visita. Lo mejor es mostrarse siempre amable y optimista para no ahuyentarla. Un buen baño relajante puede ser nuestro gran aliado para propiciar un encuentro con ella. Eso sí, abogando siempre por un consumo responsable del agua.
Etiquetas:
estilo de vida
jueves, 12 de abril de 2007
La flor más hermosa (I)

La noche anuncia su llegada, prestándole su roja bufanda al horizonte. Una brisa liviana hace bailar a todas las plantas del jardín. Un dulce aroma me envuelve mientras me dirijo a mi coche. Voy con calma. Conduciré despacio. Me apetece tomar una ruta diferente y perderme, llegar a lugares nuevos, nunca antes vistos. Quiero dejarme seducir por el extraño encanto de un paisaje bañado en sombra. No tengo prisa por llegar a ningún lugar.
Mi corazón late apresuradamente. Mis ojos, abiertos como platos, devoran con ansiedad las rayas de la carretera. No pierdo detalle, cada cruce es una dulce tentación; nuevas posibilidades, nuevos lugares, nuevas sensaciones.
Finalmente regreso a mi casa. Es hora de descansar, de reponer fuerzas para un nuevo día. Mientras duermo, la noche transcurre silenciosa, pasando desapercibida. Y tras ella, llega un nuevo día presidido por un sol majestuoso en su trono de color azul.
Salgo a la calle, donde el bullicio de personas y coches se alía con la fulgurante claridad del día para sacudirme, quemándome, aturdiéndome. Ahora conduzco mi coche en línea recta, sin desviación posible, directo a mi destino. No puedo perder ni un minuto, no puedo decidir, no puedo improvisar: todo está planificado. Y como yo, miles, millones de personas hacen lo mismo. Sin pensar, sin disfrutar del paisaje, nuestra travesía sólo nos brinda malos momentos. He aquí el drama de la existencia humana: una terrible rutina que se repite día a día. Llego finalmente al lugar donde he de cumplir con mis obligaciones. Me instalo e intento centrar mi mente en mi labor, pero un fugaz pensamiento me arrastra hacia la ventana.
La flor más hermosa es la que nace en la adversidad. Desafiante a la vez que tierna, despliega sus pétalos con lozanía, abriéndose al mundo. El triste horror de acero y cemento no ha podido frenarla. Y entre ordenadores y faxes hay una carta de amor, en un sobre rojo, escrita a mano. ¿Será para mí?
Suscribirse a:
Entradas (Atom)