Pensamientos de un Aventurero Cósmico.

miércoles, 15 de agosto de 2007

Rutina

Leí, hace algún tiempo, una novela titulada «Veronika decide morir», de Paulo Coelho. A pesar de lo contundente que es el título, esta obra es, en realidad, un canto a la vida, a las vivencias más intensas y emocionantes. Recomiendo su lectura a todos aquellos que empiezan a notar en su vida cómo la rutina comienza a destruir todo encanto y placer. A continuación, reproduzco literalmente un pensamiento —enunciado en clave de resignación— que la protagonista tiene tras su tentativa de suicidio.


Yo vuelvo a mi cuarto alquilado en el convento. Intento leer un libro, enciendo el televisor para ver los mismos programas de siempre, coloco el despertador para despertarme exactamente a la misma hora que el día anterior, repito mecánicamente las tareas que me son confiadas en la biblioteca. Como el sándwich en el jardín frente al teatro sentada en el mismo banco, junto con otras personas que también escogen los mismos bancos para almorzar, que tienen la misma mirada vacía, pero fingen estar ocupadas con cosas importantísimas.

Después vuelvo al trabajo, escucho algunos comentarios sobre quién está saliendo con quién, quién está sufriendo tal cosa, cómo tal persona lloró por culpa del marido, y me quedo con la sensación de que soy bonita, tengo empleo y consigo el amante que quiero. Después regreso a los bares hacia el fin del día y después todo vuelve a empezar.

Mi madre (que debe estar preocupadísima por mi intento de suicidio) se recuperará del susto y continuará preguntándome qué voy a hacer de mi vida, porque no soy igual a las otras personas, ya que, al fin y al cabo, las cosas no son tan complicadas como yo pienso que son. «Fíjate en mí, por ejemplo, que llevo años casada con tu padre y procuré darte la mejor educación y los mejores empleos posibles.»

Un día me canso de oírle repetir siempre lo mismo y, para contentarla, me caso con un hombre a quien yo misma me impongo amar. Ambos terminaremos encontrando una manera de soñar juntos con nuestro futuro, la casa de campo, los hijos, el futuro de nuestros hijos. Haremos mucho el amor el primer año, menos el segundo, a partir del tercero quizás pensaremos en el sexo una vez cada quince días y transformaremos ese pensamiento en acción apenas una vez al mes. Y, peor que eso, apenas hablaremos. Yo me esforzaré por aceptar la situación, y me preguntaré en qué he fallado, ya que no consigo interesarlo, no me presta la menor atención y vive hablando de sus amigos como si fuesen realmente su mundo.

Cuando el matrimonio esté sostenido apenas por un hilo, me quedaré embarazada. Tendremos un hijo, pasaremos algún tiempo más próximos uno del otro y pronto la situación volverá a ser como antes.

Entonces empezaré a engordar como la tía de la enfermera de ayer, o de días atrás, no sé bien. Y empezaré a hacer régimen, sistemáticamente derrotada cada día, cada semana, por el peso que insiste en aumentar a pesar de todo el control. A estas alturas, tomaré algunas drogas mágicas para no caer en la depresión y tendré algunos hijos en noches de amor que pasan demasiado de prisa. Diré a todos que los hijos son la razón de mi vida, pero, en verdad, ellos exigen mi vida como razón.

La gente nos considerará siempre una pareja feliz y nadie sabrá lo que existe de soledad, de amargura, de renuncia, detrás de toda esa apariencia de felicidad.

Hasta que un día, cuando mi marido tenga su primera amante, yo tal vez protagonice un escándalo como el de la tía de la enfermera, o piense nuevamente en suicidarme. Pero entonces ya seré vieja y cobarde, con dos o tres hijos que necesitan mi ayuda, y debo educarlos, colocarlos en el mundo, antes de ser capaz de abandonar todo. Yo no me suicidaré: haré un escándalo, amenazaré con irme con los niños. Él, como todos los hombres, retrocederá, dirá que me ama y que aquello no volverá a repetirse. Nunca se le pasará por la cabeza que, si yo resolviese realmente irme, la única elección posible sería la de casa de mis padres, y quedarme allí el resto de la vida teniendo que escuchar todos los días a mi madre lamentándose porque perdí una oportunidad única de ser feliz, que él era un excelente marido a pesar de sus pequeños defectos y que mis hijos sufrirán mucho por causa de la separación.

Dos o tres años después, otra mujer aparecerá en su vida. Yo lo descubriré (porque lo veré o porque alguien me lo contará), pero esta vez fingiré ignorarlo. Gasté toda mi energía luchando contra la amante anterior, no sobró nada, es mejor aceptar la vida tal como es en realidad y no como yo la imaginaba. Mi madre tenía razón.

Él seguirá siendo amable conmigo, yo continuaré mi trabajo en la biblioteca, con mis sándwiches en la plaza del teatro, mis libros que nunca consigo terminar de leer, los programas de televisión que continuarán siendo los mismos de aquí a diez, veinte o cincuenta años.

Sólo que comeré los sándwiches con sentimiento de culpa, porque estoy engordando; y ya no iré a bares, porque tengo un marido que me espera en casa para cuidar a los hijos.

A partir de ahí, todo se reduce a esperar a que los chicos crezcan y pensar todos los días en el suicidio, sin valor para llevarlo a cabo. Un buen día, llego a la conclusión de que la vida es así, de que es inútil rebelarse, de que nada cambiará. Y me conformo.

miércoles, 1 de agosto de 2007

Noches de verano

Comienzo mis vacaciones y comienza a llover. ¡Vaya un verano atípico éste! Pero lo cierto es que me da igual; ni esto me impide disfrutar de mi tiempo ni ha de llover para siempre. Espero que, por lo menos, sea éste un año libre de incendios forestales.

No puedo negar que prefiera el buen tiempo, el cual me permite llevar a cabo actividades al aire libre que con tiempo lluvioso son incómodas o, directamente, imposibles. Necesito días largos y soleados para cargarme de optimismo, para aliviar las penas del crudo invierno que ya dejamos atrás. Quiero disfrutar de las agradables noches de verano al aire libre, tranquilo y relajado; apreciando las fragancias de las flores nocturnas cuando paso cerca de algún jardín o hundiendo mis pies en la suave y fina arena de alguna playa, plateada por la luz de la luna.

Mucho me apetece tumbarme de noche en la playa y observar desde allí el firmamento, viendo como miles de estrellas en la negra bóveda rielan sin cesar. Es ése un momento de absoluta calma —muy deseable para olvidarse un poco del ajetreo cotidiano— y adecuado para compartir con las personas queridas. Sugerencias para esas noches mágicas son la caza de estrellas fugaces —que bien es cierto que conceden los deseos pedidos al ser vistas si realmente éstos provienen del corazón—, un picnic nocturno o cualquier otra actividad destinada al relax; el objetivo es olvidarse por un momento de las preocupaciones.

A propósito de las estrellas fugaces, cabe mencionar que en la noche del 12 de agosto tiene lugar todos los años la lluvia de meteoros de las Perseidas, conocida también como las lágrimas de San Lorenzo. Es ésta una buena ocasión para reunirse en un lugar tranquilo y poco iluminado —por ejemplo, una playa— y disfrutar del «espectáculo».

Tragedienne of heavens
Watching the eyes of the night
Sailing the virgin oceans
A Planetride for Mother and Child


Nightwish - Stargazers