Zurdistán Livre

Pensamientos de un Aventurero Cósmico.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Engelhavn

Sin saber cómo, llegué a volar alto y pude acariciar las nubes. Creí que incluso podría quedarme con una, llevármela para casa o regalársela a alguien especial. Pintaba paisajes con los colores que más me gustaban, dándoles así mi toque personal. Con gran satisfacción observaba, en mil noches tranquilas, una humanidad durmiente y silenciosa arrullada por la suave brisa. Perdido, a gusto y voluntad, por los entresijos de caminos de montaña me topaba unas veces con cumbres y otras veces con valles: ambos eran interesantes y divertidos. Siempre buscando nuevos lugares y experiencias; de vez en cuando llevando alguno de los parajes encontrados al archivo de los predilectos.

Sin embargo, mi sustentación se mantenía frágil, en un delicado equilibrio. Volaba algo inseguro cuando me tuve que enfrentar a la tormenta, así que terminé perdiendo el control e inevitablemente me caí. No fui capaz de remontar el vuelo.

Caminé, entonces, de nuevo por lugares nuevos. Nada era lo mismo: lo que antes me llenaba de júbilo se me antojaba ya anodino y desencantado. Creyendo seguro el caminar, me olvidé de altos vuelos por una temporada; pero estaba equivocado, pues la senda pedestre tiene en su discurso infinitos obstáculos diminutos que son invisibles a vista de pájaro. Tropecé, tropecé y volví a tropezar.

Me alejé entonces de toda aventura y me encerré en mi desolación, desolación que engalané con colores chillones e himnos hipócritas, pretendiendo así camuflar su tétrica estampa. Desde mi balcón de piedra saludaba a todo aquel que por delante de mi vida pasaba, con una simulada sonrisa, con un ensayado gesto de aprobación. Me encarcelé, declarándome el peor enemigo de mí mismo. Y comencé a notar un extraño vacío en mi interior.

Un día me pregunté qué sería esa sensación de incompletitud que revoloteaba inquieta en mis entrañas. Me llevé esa duda a la cama, mentalmente agotado por no haberle encontrado respuesta. Recuerdo que a la mañana siguiente me desperté de repente, sorprendido por una revelación venida en sueños. Fue como un ángel que apareció, me dio un beso en la frente y me dijo algo. Sus palabras exactas no las recuerdo; sé que fue un mensaje breve y dirigido al alma. Me incorporé, ya perfectamente despierto y muy calmado. Sonreí. Eran las 11:11.

Decidí salir, de mi presidio. Comprendí el mensaje y me dispuse a llevar a la práctica lo aprendido. Volveré a volar, o a caminar; lo que desee, lo que proceda según la ocasión. Ahora sé como hacerlo: ahora sé como capear el temporal, cómo abrazar la tormenta, cómo vencer toda dificultad. Sé que el vuelo en compañía es más placentero, que el camino acompañado se hace fácil. Convencido estoy de que abriendo mi corazón al prójimo soy más fuerte que el que se escuda en la desconfianza. No me van a faltar aliados.

domingo, 26 de julio de 2009

Participar en el cambio.

You cannot change your mind,
you've got to change the world.
You cannot fail; the time to act is now or never.
(Stream of Passion - Now or never)
El dragón abrió los ojos, despertándose de su descanso. Floreció la orquídea en mi jardín muerto, tras varios años de silencio azul. Arde ahora el fuego de pasión, de nuevo, en mi corazón sombrío y fatigado; la dura piedra ahora se vuelve suave al tacto, cálida y permeable. Es el momento.

Yo no puedo ver el futuro ni puedo decir qué va a suceder. Pero sé que el mundo está cambiando y que ahora es el momento de poder formar parte de ese cambio. No quiero conformarme con ser un mero espectador de las mil maravillas que el porvenir nos guarda. Quiero ser yo el jinete de ese potro, aún salvaje y desbocado, que raudo avanza hacia la luz de un nuevo amanecer.

Más ya no se puede esperar. Ahora que mi corazón late esperanzado lucharé por aquello en lo que creo, por esas cosas que constituyen mi razón de ser: lucharé por mi mismo. He aprendido a apreciar cada momento mágico de mi existencia, cada gota de lluvia, cada rayo de sol. Este es el momento de unirse al cambio; quien quiera también ser partícipe, tenga la bondad de acompañarme en mi aventura.

martes, 23 de junio de 2009

Paraíso

Sea esta Magia la que nos haga ascender al seno de la Diosa, donde sólo el amor puro y sincero tiene cabida. Sin trabas, sin obstáculos, sin engaños ni decepciones: sin miedos.
Cruzamos mares, valles y montañas para llegar hasta allí: un lugar escondido al que sólo se puede llegar cuando de corazón se desea estar allí. Ese lugar, secreto y mágico, es nuestro trocito de paraíso; aquí, en la Tierra, en nuestras vidas. Siguiendo las señales que nuestro agudizado instinto es capaz de reconocer, llegamos.

Ese paraje bendito es en verdad obsequio para aquellos que se aceptan tal como son y se aman. Atrás se quedan la fachada, el prejuicio y la vergüenza. Allí afloran las emociones de quienes van, bañándose en luz y mar.

Este edén existe para honrar a la vida. De finísima y blanca arena son sus orillas, de piedra y árboles sus colinas. Y su apogeo acontece al atardecer, cuando sus montañas ocultan al sol para dar la bienvenida a una suave y placentera noche estival.

viernes, 13 de marzo de 2009

La amante del Joker

Tú y yo, unidos en un viaje de caótica decadencia. Así juramos amarnos, hasta el fin, hasta la destrucción total. En aquella noche de densa penumbra, mientras devoraba el veneno de tus labios, te hacía esclava de mi maldición. Quisiste eso; abriste la puerta que te llevaría hasta mi mundo tenebroso y atravesaste el umbral, sin dudarlo.

Caos. La gente entra en pánico con tan solo oír esa palabra. Estúpidos. El caos es inevitable, ineludible; finalmente arrasará vuestras vidas, vuestros hogares, vuestros hábitos y costumbres, vuestras creencias... El caos prevalecerá y yo ya lo he asumido. Muchos tormentos os ahorraríais si adoptaseis actitud tan sensata como la mía. Pero me llamáis loco y me dais la espalda cuando os hablo. Allá vosotros, pues, queriendo negar lo inminente. ¿Acaso no está escrito y no ha sido predicado por miles de profetas? ¿No se han promulgado acaso leyes físicas honorando al desorden? ¿No es cierto que moriréis, convirtiéndoos en un polvo blancuzco, gris; dejando atrás todo cuanto construisteis con el sudor de vuestra frente, consumiéndose poco a poco con el paso del tiempo? Intentáis mantener el orden y la estructura de las cosas que decís amar, pero el implacable paso del tiempo acabará por corroer hasta vuestras almas.

Sabías a lo que te exponías, pero te armaste de valor y quisiste venir a mí, abrazarme, entregarte. Admiro tu coraje; poca gente goza de una determinación así y menos son aún los que con tan ardiente pasión se enfrentan a lo desconocido. A pesar de intuir nuestro trágico final decidiste amar, amar apasionadamente y sin control. Única en tu especie. Admiro eso. Por mi parte, te correspondí como mejor pude; eso y más merecías por tu decidida entrega.

Nada me gustaba más que sentir tu corazón latir con fuerza, enfrentado a la incertidumbre, cada vez que te llevaba a un nuevo lugar, escenario de una nueva aventura llena de sobresaltos y placeres. Allá íbamos los dos, en pleno trance hipnótico. Rompiendo las reglas, sintiendo el peligro. Devotos de la lujuria. Verdaderamente vivos. Insurrectos en una sociedad adormecida de amilanados espíritus, obedientes y sumisos. Herejes de un culto a la costumbre y a la tradición. Vagábamos por las calles de una ciudad eternamente nocturna, con todos sus impecables ciudadanos dormidos.

Pero hoy debemos ponerle fin a nuestras andanzas, amada mía. Hoy es el día de nuestro trágico final, día en que nuestro romance perdurará inmortal en las memorias de las personas. Antes de que nuestros corazones se vuelvan de piedra, deslicemos a través de éstos los afilados cuchillos de nuestras mentiras y engaños. Bañémonos en nuestra propia sangre, derramada aquí y ahora.

Puedes huir también, si quieres. Yo no te lo impido. La decisión es tuya; pero las consecuencias no. Tu alma ya ha elegido quedarse: su lugar está aquí. ¿Qué va a pasar? No lo sé: es el caos. El caos lo dominará todo, ejerciendo como un déspota su criterio sin criterio. La suerte está echada.

domingo, 8 de febrero de 2009

Caer y levantarse de nuevo

Llegué a acariciar el cielo. El recuerdo de tan dulce experiencia aún vibra en mi memoria.
De los errores se aprende. Eso dice mucha gente, y razón no les falta. A veces el camino de la vida muestra algún repentino obstáculo que no sabemos esquivar e, inevitablemente, hace que nos caigamos al suelo. Duele. Nos levantamos, dolidos, pero seguimos avanzando.

Ocurre además que, a fin de evitar posteriores caídas con similares trabas, aprendemos de lo sucedido para obrar mejor en el futuro. Y no solo eso: también nos sirven nuestros tropiezos para reafirmarnos en nuestras convicciones, combatiendo la indecisión que tantas veces nos hace vagar sin rumbo fijo y a riesgo de caer más y más veces. Caer: sea en la tentación o en el áspero suelo. Por ello es útil la determinación: el saber actuar en todas las circunstancias.

He aprendido que nunca debemos rendirnos. La rendición es solo para los cobardes. Lo que nos conducirá a la gloria será la perseverancia en la lucha honorable por aquello que de verdad nos constituye como verdaderas personas. Es la defensa de nuestros ideales más puros: en verdad son susurros del corazón. La rendición nos lleva a la renuncia de lo que más queremos y nos deja a merced de lo que nuestros rivales dispongan. Por nuestra libertad —que nos es legítima— no debemos rendirnos.

Rendirse... ¡Vaya un mensaje de mediocridad que legaríamos a nuestros descendientes y seguidores! Aprenderían estos a ser unos malditos lameculos, incapaces de cuestionar el por qué de su lluvia de calamidades. ¡Sea sangre fuerte la que corra por sus venas, y sea esa sangre la nuestra!

Tal vez hoy tropecemos. Tal vez hoy convenga batirse en retirada, pudiendo ser éste un acertado y sabio movimiento estratégico en pos de un posterior contraataque. Pero nunca nos rendiremos. Nos caemos y nos levantamos; nuestro avance no se detiene. Lucharemos hasta el final, para solventar el conflicto, para alcanzar de nuevo la luz.

jueves, 5 de febrero de 2009

Luna

Luna, no estés triste. Escondida estás entre nube y nube, y no quieres salir por temor o por vergüenza. Mi querida Luna, no llores más. Tus hijas duermen plácidas esta noche; por eso no se escucha su dulce música que hipnotiza a los poetas. No llores por su silencio, querida Luna, pues ellas descansan hoy en esta noche sin estrellas.

Tu tristeza tiñe de azul los paisajes nocturnos, regalándoles una mórbida belleza que hiela de angustia a los corazones enamorados. Éstos se encogen, exhaustos, hartos de latir bajo un cielo de esperanzas vanas. Belleza, seductora y adictiva, que capta las miradas, condena las almas y aterra a los espíritus. Todo quedará cubierto, finalmente, por una mortaja blanca de escarcha al amanecer.

Por eso te pido, Luna hermosa, que sonrías ahora. No dejes que la noche —tu noche— muera melancólica. Embrújanos a todos, como siempre haces, con tu mirada de piedra, e indúcenos en un trance nuevo. Regálanos un sueño especial, diferente, en esta noche anodina y fría. En ese sueño volaremos por verdes praderas bajo un cielo con un millón de estrellas; volaremos hasta encontrar tierras desconocidas, misteriosas y remotas. Concédenos ese deseo, Luna. Sonríe, pues, y acúname mimosa para que mis ojos se cierren y venga a mí ese sueño mágico. Hazlo así y cuando me despierte te traeré, como regalo y como agradecimiento, la más pura gema de la Tierra.

No estés triste, Luna. Eligen descansar hoy tus hijas, agobiadas por la indolencia de las gentes. Démosles un respiro; otorguémosles su merecido descanso. Queda tranquila, Luna, pues mañana volverá a ser la noche mágica como siempre quisimos que fuera. Y ahí estarás tú, en lo alto del firmamento, para presenciar la gracia de tu mística influencia.

domingo, 18 de enero de 2009

La muerte de la Estrella Roja (V)

Hoy, caminando, llegué a una zona que tenía casi olvidada en mi mente, en mi corazón. Cien mil recuerdos asaltaron de golpe mi cabeza, cargados de pasión y de ternura. ¡Oh, maldita melancolía!

Hacía muchos años que no pasaba por aquella zona, ahora decadente y angustiosa. Me acordé de su pasado en gloria, con añoranza, decepcionado por saber que jamás aquel sitio volvería a ser como antes.

Paseaba por las calles que años atrás rebosaban vida, con bulliciosa actividad comercial de día y alegre fiesta nocturna. Nada quedaba ahora salvo un sinfín de bajos cerrados, polvorientos y con carteles de venta o alquiler. Así llevaban ya un tiempo. Llegué también hasta los arenales a los que yo solía ir para ver el mar y pasear por la arena. Llovía; no quise caminar más por allí. Encontré una cafetería abierta y entré, con la ropa mojada y algo de frío. Clientes había pocos, y los pocos que allí permanecían parecían ya parte del mobiliario del local. El sitio, viejo y gastado, me pareció aún así confortable y acogedor; perdido en medio de ninguna parte.

Allí dentro pensé en todos esos sitios que había recorrido y que recordaba como algo maravilloso: ahora ya no. Ese pensamiento me entristeció. A punto estuve de derrumbarme, de derramar más de una lágrima amarga sobre aquel café, también amargo, que inconscientemente removía con la cucharilla.

Se me ocurrió entonces que aquello podría cambiar, que esa zona maldita de la ciudad podía recobrar la vida, el esplendor que tuvo antaño. Seguramente su resurgir no tendría nada que ver con lo que era: nueva gente, nuevos negocios adaptados a los tiempos que corren, nuevas sensaciones. Pero eso me gusta. Me gustaría ver florecer de nuevo esa zona que trae tantos recuerdos agradables. Me imaginé, entonces, calles luminosas y llenas de color, transitadas por sonrisas sinceras y niños jugando. Casi percibí el dulce aroma de apetitosos manjares vendidos a pie de calle. Volé, me transporté mentalmente a aquel lugar del futuro, queriendo ya estar allí.

Abrí entonces los ojos y respiré hondo. Sonreí. Me terminé mi café. Tenía que ponerme en contacto con alguien.