Pensamientos de un Aventurero Cósmico.

domingo, 18 de enero de 2009

La muerte de la Estrella Roja (V)

Hoy, caminando, llegué a una zona que tenía casi olvidada en mi mente, en mi corazón. Cien mil recuerdos asaltaron de golpe mi cabeza, cargados de pasión y de ternura. ¡Oh, maldita melancolía!

Hacía muchos años que no pasaba por aquella zona, ahora decadente y angustiosa. Me acordé de su pasado en gloria, con añoranza, decepcionado por saber que jamás aquel sitio volvería a ser como antes.

Paseaba por las calles que años atrás rebosaban vida, con bulliciosa actividad comercial de día y alegre fiesta nocturna. Nada quedaba ahora salvo un sinfín de bajos cerrados, polvorientos y con carteles de venta o alquiler. Así llevaban ya un tiempo. Llegué también hasta los arenales a los que yo solía ir para ver el mar y pasear por la arena. Llovía; no quise caminar más por allí. Encontré una cafetería abierta y entré, con la ropa mojada y algo de frío. Clientes había pocos, y los pocos que allí permanecían parecían ya parte del mobiliario del local. El sitio, viejo y gastado, me pareció aún así confortable y acogedor; perdido en medio de ninguna parte.

Allí dentro pensé en todos esos sitios que había recorrido y que recordaba como algo maravilloso: ahora ya no. Ese pensamiento me entristeció. A punto estuve de derrumbarme, de derramar más de una lágrima amarga sobre aquel café, también amargo, que inconscientemente removía con la cucharilla.

Se me ocurrió entonces que aquello podría cambiar, que esa zona maldita de la ciudad podía recobrar la vida, el esplendor que tuvo antaño. Seguramente su resurgir no tendría nada que ver con lo que era: nueva gente, nuevos negocios adaptados a los tiempos que corren, nuevas sensaciones. Pero eso me gusta. Me gustaría ver florecer de nuevo esa zona que trae tantos recuerdos agradables. Me imaginé, entonces, calles luminosas y llenas de color, transitadas por sonrisas sinceras y niños jugando. Casi percibí el dulce aroma de apetitosos manjares vendidos a pie de calle. Volé, me transporté mentalmente a aquel lugar del futuro, queriendo ya estar allí.

Abrí entonces los ojos y respiré hondo. Sonreí. Me terminé mi café. Tenía que ponerme en contacto con alguien.

sábado, 3 de enero de 2009

Sherezade

Cuéntame hoy, Sherezade mía, una historia nueva. Una historia que apacigüe mis anhelos, que calme mis ansias de volar, que aplaque mi voraz apetito de aventuras. Necesito que tu suave voz pronuncie con dulzura palabras mágicas que me transporten a lugares ignotos. Bendíceme con el bálsamo de tu imaginación prodigiosa, capaz éste de elevarme al cielo.

Aún resuenan en mi cabeza tus primeras historias, las que compartimos aún apenas acabándonos de conocer. Oh, sí, eran historias sobre tierras lejanas. Me hablabas de un mundo extraño y desconocido, poblado por singulares personas aladas y de negras vestiduras. Describías con refinado detalle los gélidos paisajes de aquella tierra de enigmas. Desde entonces, en más de una ocasión quise estar allí; lo deseé de veras, queriendo escapar de mil tormentos que amenazaban con enterrarme vivo en el suelo inerte de lo cotidiano. Quería escaparme contigo, Sherezade, empapado de amor, inflamado de pasión.

Cuéntame hoy una historia mágica como aquellas. Haz que mi corazón vuelva a latir con tanta fuerza que, por momentos, crea que se me sale del pecho.

Otras historias me contaste durante nuestras interminables noches a la luz de miles de velas. Derretíase la cera de éstas como también lo hacía mi piel cuando, en alguna ocasión, para darle más viveza a tus palabras, acercabas tu mano a mi cuerpo y me regalabas alguna caricia. Yo me imaginaba las curvas de tu cuerpo como dunas de algún desierto; así me lo contabas tú. De eso hablaban esas historias que tú me relatabas en aquellas noches intensísimas: una princesa del desierto, caballeros, bandidos, lujo, ostentación; también humildad y amor. Alguna que otra vez nos sorprendió el amanecer estando despiertos, cuando tú anunciabas el siempre inconcluso final de tus narraciones.

Tus historias eran terriblemente adictivas porque cada final desataba nuevas incógnitas. Despuntaban con cada desenlace siempre más de una continuación posible. Enmarañabas todas las historias como tú bien sabías hacer, introduciendo nuevos personajes en mi mente para que luego no dejase de pensar en ellos. Llegué a creer que algunos eran reales; en realidad sigo sin estar seguro de si son realidad o fantasía.

Las noches frías y obscuras eran a menudo escenarios idóneos sobre los que ubicar personajes y elementos de la trama. Alguna vez tuve la impresión de que éramos nosotros mismos aquellos personajes, amándose locamente en medio de la quietud de la noche. Mi corazón guardabas en un puño cuando a éste le servías toda la intriga de tus mágicos cuentos. Pero justo cuando este sufrido órgano mío recuperaba un ritmo cardiaco sosegado, volvías a ponerlo en tensión con un beso de indescriptible ternura.

Por eso quiero que me cuentes otra maravillosa historia, Sherezade mía, para sentir fortísimas emociones seducido por tus demenciales encantos. Pero esta vez seré yo quien determine el final del relato, aunque confieso ignorar por completo cómo acabará. Quiero que nos dejemos llevar, arrastrados por la impetuosa fuerza de la pasión promovida por una dulce y caótica insensatez, y así disfrutar contigo de placeres prohibidos.

Comienza ya tu historia, Sherezade.