Pensamientos de un Aventurero Cósmico.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Vía Nocturna

Deep in the wood, in the dark, there's a way
Follow this path and you'll meet a strange crowd
(Therion — Via Nocturna)

Somos extrañas personas, aves nocturnas; que nos congregamos en insólitos lugares, envueltos por una atmósfera de clandestinidad. Ahí elucubramos nuestras ideas disidentes; por un mundo mejor, más auténtico y humano.

Creemos en el amor.

Nuestros rituales son amor. Son deseos puros y sinceros de amar a las personas. De amarnos entre nosotros. De amar a los que nos siguen, a los que nos hacen caso. De amar, incluso, a los que nos ignoran. De amar, sobre todo, a los que nos repudian, nos detestan y nos odian. Todos ellos sustentan nuestra sociedad secreta. Alimentan nuestro fuego con su aprobación o con su repulsa. Y nosotros les damos calor a todos ellos con nuestra llama enfurecida.

Alrededor de esta hoguera de pasión danzamos alegres, risueños, felices. Nos sentimos más vivos que nunca.

Nuestros rituales son extraños, inusuales. Citamos a dioses prohibidos. Les rendimos culto con ferviente devoción. Adoramos a nuestra divinidad interior.

Nosotros somos esos dioses.


sábado, 6 de diciembre de 2008

Désenchantée

Has escrito mil líneas en mi diario. Ahora esas líneas lloran por tu ausencia y gritan al sentirse abandonadas, sucias, mentirosas.
Será que nos hacemos viejos. Será que con el tiempo uno gana experiencia y los misterios de la vida dejan de serlo. Ya nada nos sorprende. Será que te veo venir y ya sé lo que quieres lo que me vas a decir y yo ya sé qué respuesta darte. Será que se ha muerto algo dentro de mí, algo que antaño me hacía vibrar de pasión. Ahora no. Ahora es como una roca; al menos pesa como tal dentro de mi pecho. Será que todo ha perdido su encanto, al menos para mí.

Creo que algo he hecho mal, que cometí un error. En su día fue una solución realmente eficaz para superar mis penas, para aliviar mis tormentos. Para superar el que te hubieras ido. Sí, funcionó. Alimenté a mi ego, haciéndolo crecer hasta que se convirtiese en una bestia despiadada y sanguinaria. Fue él quien luego me enseñó a odiarte, a menospreciarte. Tal vez era lo que te merecías, pero eso no importa ahora.

Sentía su furia en mi interior, quemándolo todo: quemándome. Aprendí demasiadas cosas de él. En realidad fue él quien se afanó en enseñarme toda esa basura, toda esa ideología del odio y del rencor. Dejé de sufrir. Dejé de sentir.

No tardé en darme cuenta de que mi ego me tenía dominado. Estaba perdido. Era él quien gobernaba todo mi ser, obligándome a desconfiar siempre, prohibiéndome tocar el suave terciopelo rojo que viste a la Pasión. Vendaba mis ojos cada vez que yo quería ver algún paisaje hermoso o contemplar fascinado el atardecer. Sellaba mis oídos para que ninguna canción pudiese emocionarme. Congestionaba mi olfato para que jamás me deleitase con el perfume de una flor. Me tenía a su merced.

No sabía ya cómo liberarme de ese presidio. Siempre que intentaba algo, a escondidas, actuando por sorpresa y dejándome llevar; no tardaba en venir raudo a recriminarme mi falta de sensatez. Todo lo tasaba así: por su sensatez, por su cordura. Era esa su unidad de medida para todo. Y yo quería, inconscientemente, hacer locuras. Locuras como las que hice antaño, cuando era libre. Locuras como las que algún día haré, alegre y satisfecho.

Sin embargo, algo he descubierto hace poco: he dado con su debilidad. Sí, ese ser tan rígido e implacable que me domina tiene un interesante punto débil. El otro día le conté un chiste y no sólo no se rió; sentí cómo se enojaba, como se retorcía de dolor, como vomitaba sangre. Le hago víctima de mis bromas y veo como se debilita, aunque a mí también me duele. Pero algo es algo.

Reconfortado por mi hallazgo inspiro profundamente y noto el olor de las rosas. Su delicioso aroma evoca mil recuerdos apasionados. Puertas llenas de misterio se abren, cantos de sirena me seducen; voy hacia lo desconocido, otra vez.

viernes, 5 de diciembre de 2008

La muerte de la Estrella Roja (IV)

Colgué el teléfono y anoté la dirección que acababa de recibir en un pequeño trozo de papel. No era necesario anotarla en realidad; no era difícil de memorizar. Lo hice por costumbre. Ahora leía y releía la nota que tenía en mi mano. "Café París", así se llamaba el sitio en el que me iba a reunir. Café París, ese nombre de repente me trajo recuerdos.

La ruinosa y malherida ciudad de Levogrado conserva en su casco antiguo un local de otro tiempo, un café ya veterano y con solera que resistió como pudo el paso del tiempo y su corrosiva acción sobre las urbes muertas. Un cartel sobre su puerta, viejo y herrumbroso, anuncia su nombre: Café París. Su dueño lo fundó hace décadas, al volver a Levogrado después de vivir algunos años en la ciudad que le enamoró profundamente y que puso el nombre al local. Ahora eran sus dos hijos quienes regentaban el negocio.

Yo había estado allí en una ocasión, con Eléanor, antes de la guerra. Era un lugar confortable, bastante tranquilo y acogedor. Medio escondido entre calles flanqueadas por edificios históricos, el local destilaba cierto aire señorial, lleno de encanto y misterio; como si sus paredes, sus mesas y sus butacas tuvieran muchas historias que contar. Me impresionó bastante aquel café sin igual.

Ahora aquel sitio estaría seguramente muy cambiado. Posiblemente los hijos del dueño hicieran alguna reforma al local desde entonces. Tal vez durante la guerra presenció de cerca algún ataque, algún bombardeo; como mínimo algún disparo, alguna bala perdida que rompió algún cristal. Quizá sirviese de refugio para la resistencia, o como punto de referencia para encuentros confidenciales y furtivos entre espías, insurgentes, revolucionarios, altos cargos, ... ¿quién sabe? Podía imaginar cualquier cosa que dicha cosa podría haber sido cierta.

Me puse la chaqueta, cogí las llaves y salí de casa. Había quedado en ese lugar con algunas personas. Iban a proponerme algo interesante. Pero eso no procede contarlo ahora.

martes, 25 de noviembre de 2008

Un granito de arena

Menos es nada. Es un granito de arena en una montaña, la gota de lluvia ínfima y diminuta que junto a un millón de compañeras alimenta al río y da vida a las cosechas.

Wikipedia Affiliate Button

lunes, 17 de noviembre de 2008

En movimiento

Arrástrame a un mundo de pasiones prohibidas. Envuélveme en un romance secreto y furtivo.
Es esa sensación de movimiento. El placer que provoca moverse hacia los lugares en los que queremos estar, donde creemos que se halla la acción. Vamos devorando kilómetros con nuestros rugientes motores por carreteras bañadas en miel al atardecer, con el bucólico y encantador paisaje costero de fondo, allá a lo lejos. Un sol de oro puro juguetea burlón saltando por los espejos retrovisores y disparándonos brillantes destellos de luz dorada; tras cada curva aparece o deja de brillar. Es algo idílico.

Hemos elegido estar en constante movimiento, sin llegar a establecernos definitivamente en ningún lugar. Nómadas de nuestros tiempos. Es difícil explicarlo, imposible de justificar. Todo esto forma parte de nuestro misterio, de nuestra causa sagrada. No puede entenderse, sólo sentirse.

Habrá siempre alguien que diga que nuestro incesante tránsito es una maniobra de huida perpetua, una escapatoria de la sociedad y de la responsabilidad. Nada más lejos de la realidad. No somos fugitivos. No renegamos de nada. Ni siquiera tenemos ese motivo por el que tener que huir para siempre y de todo lugar. ¡Eso es absurdo!

No, nuestra existencia tiene una razón de ser muy bien definida y clara. Lo hacemos porque queremos, porque así entendemos la vida y porque ésta es, en realidad, continuo cambio y adaptación. Nosotros nos adaptamos, nos movemos con ese cambio. Preservamos lo que es preservable y nos despedimos definitivamente de lo caduco, de lo que no puede seguir coexistiendo con nosotros.

Y, paradójicamente, así alcanzamos la mayor estabilidad y consolidación de las cosas que verdaderamente importan. Una amistad verdadera lo es para siempre, porque desde un principio aceptamos la naturaleza cambiante de las personas implicadas. Cambian las personas y cambian también sus necesidades. Se mantiene el vínculo porque éste se basa en el respeto y en la aceptación, nunca en imponer o restringir. Un romance nace como una de esas fluctuaciones y deviene ocasionalmente en algo más serio, cuando el respeto y el entendimiento mútuo alcanzan la madurez necesaria. En cualquier caso, vivir la vida con la intensidad que se merece es un precepto común, de obligada aceptación y cumplimiento por parte de todos nosotros.

La vida es cambio, movimiento. Nosotros entendemos el movimiento como algo natural y necesario. Por eso estamos siempre moviéndonos. Carreteras que serpentean entre la oscuridad de la noche, descubiertas por la luz de nuestros faros. Sosegada travesía a través de yermos baldíos, inertes, indiferentes. Se recorren sin prisa, en ausencia del corrosivo anhelo de querer llegar a una meta. Disfrutamos del trayecto. Descansamos cuando es el momento de descansar, cuando la vida exige una parada en el camino. Contemplamos el rosado amanecer en el horizonte, moviéndonos entre llorosos paisajes de un verde apagado. Reponemos fuerzas con suculentos pero frugales manjares, saciando nuestro apetito, pero también disfrutando de su sabor intenso. Es esa sensación de movimiento: difícil de explicar, imposible de justificar; sólo puede ser vivida, disfrutada con alegría, apasionadamente.

martes, 11 de noviembre de 2008

Krieger

Krieger wie wir
Besiegen die Welt und verlier'n
(And One ― Krieger)

—¡Guerra!—, exclamaron generales de todas las naciones. Efectivamente, había estallado la guerra, el conflicto bélico inminente e inevitable eclosionaba por fin. No podía ser de otra forma; no en este mundo, no en esta vida. Guerreros somos, guerreros nacemos. Somos luchadores natos, es nuestra razón de ser. La vida es guerra y es la guerra lo que le da sentido a la vida. La lucha, la contienda.

Por ello es preciso cultivarse en el hermoso y noble arte de la guerra. ¡Siempre en guardia! Es nuestro deber y nuestra misión desarrollar una actitud marcial, para estar siempre atentos a cualquier ofensa y a cualquier oportunidad de ataque. Atención permanente; siempre ha de haber un par de ojos abiertos, un centinela que vele por nuestra seguridad.

¿Y por qué se lucha? Por la vida, por la propia existencia, tratando de que ésta se perpetúe por los siglos de los siglos. La guerra se origina como desafío de la vida a la propia vida y por la propia vida. Desde que se nace uno lucha contra las amenazas a su frágil vida, recién expuesta a un mundo frío, cruel y amenazante. Crece el individuo envuelto en disputas diversas, queriendo hacerse camino entre la gente que trata de aplastarle, luchando por su trocito de cielo. El reconocimiento personal se conquista. La subsistencia es una lucha constante. La procreación es también un severo conflicto bélico: la historia la escriben los vencedores y la historia evolutiva no está exenta de dicha suerte. Por ende, guerreros somos y nuestra batalla es nuestra propia vida.

Pero ríos de sangre corrieron veloces por la tierra, trazando sus angustiosos meandros entre montañas de cadáveres. La lucha de los guerreros, injustamente comandada por sanguinarios generales, devino en holocausto. La muerte de muchos por la ambición desmesurada de unos pocos. Todo por transformar el conflicto natural en una cuestión personal de adquisición de poder. Delirios de grandeza; liderazgo sin amor al liderado, sin respeto, sin devoción, sin consideración, sin gratitud.

Nuestra condición de luchadores natos, de guerreros fieles a nuestra causa, no pretende dirigirnos hacia nuestra propia aniquilación. No es su fin el de enfrentarnos. No quiere tan siquiera compararnos, decidiendo quién es mejor. Somos diferentes y luchamos por mantener nuestra diversidad, por tejer un tapiz histórico variado y colorista. Nuestra lucha es constructiva, no destructiva. Es hora ya de destituir a los viejos generales de la guerra cruda y mortífera para coronar a los príncipes de la nueva causa, unificada y diversa. ¡Que éstos elijan a los nuevos generales de la paz y de la concordia!

Seguiremos cultivándonos en el hermoso y noble arte de la guerra, por supuesto. Lo haremos mejor que nunca, para evitar el derramamiento de sangre innecesario e injustificado. Con suma elegancia y perfecto sincronismo se resuelve la contienda, sin ambigüedades ni malentendidos acerca del vencedor: ambos, en realidad. Toda agresión se purifica y renace convertida en algo bello, constructivo.

Y, sí, conquistaremos el mundo. Lo llenaremos de cosas bellas, resultantes de la transformación purificadora: nuestra lucha. Los ríos de sangre se secarán y las montañas de cadáveres desaparecerán, dando lugar a un nuevo paisaje de esperanzadoras vistas. Dominaremos a quien quiere dominar para su lucro egoísta, haciéndole ver que su perniciosa ambición carece totalmente de sentido. Así lucharemos. Y tras nuestra conquista maravillosa volveremos por fin al mundo que nos ha dado la vida para ser parte de él, en armonía, sintiendo con él, siendo él.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Noche de difuntos

Looking for a higher ground
Searching for this something missed before
From a higher ground
Will I fall in a right direction?
(Lacuna Coil - Closer)
31 de octubre, medianoche. La calle estaba desierta aquella noche. Hacía un frío terrible y el viento susurraba amenazante a través de calles y edificios. La luz de las farolas destruía el colorista paisaje urbano del día para sustituirlo por una postal dibujada en una gama monocroma de tonos cobrizos. Y yo en medio; en medio de nadie, en medio de la nada. Caminando solo en un desierto de ciudad; sin rumbo fijo, sin un lugar al que acudir.

Me limitaba a escapar. A escapar de todos los sitios en los que había estado, a escapar de mi anterior vida, de mi pasado. No sabía muy bien por qué lo hacía, pero esa era la mejor forma que conocía de mitigar el dolor, la angustia. A veces me mortificaba revisitando los recuerdos de una época pasada, agridulce, de luces y sombras. Sombras que me atormentaban, luces que afirmaban que había valido la pena todo lo vivido. Pero ahora era el momento de acabar con todo aquel sufrimiento.

Las horas de la noche avanzaban lentamente. Yo recorría la ciudad, de soportal en soportal, puerta a puerta, calle a calle, esquina a esquina, buscando por momentos cobijo del terrible frío de aquella noche. Encontré un lugar apacible, cubierto aunque ruinoso, en el que resguardarme de las inclemencias del tiempo. Era un lugar inhóspito, ¡pero era con creces lo más confortable que podría haber hallado aquella noche! Perdido en un laberinto de calles ajenas, desconocidas, era sin duda el mejor sitio. Allí me senté, en el suelo, esperando al amanecer. Y en la hora que lo precede —la más fría y oscura de la noche—, allí morí...

...para volver a nacer.

El sol emergió de entre las montañas del Este, dándome la bienvenida con sus primeros rayos. Sentí de nuevo como la sangre corría por mis venas, apresurada por vivir de nuevo, con intensidad. Me levanté del suelo y salí de aquel ruinoso lugar. Y caminé otra vez, toda la mañana; ahora sí tenía un destino claro: iba al encuentro de otras personas, personas maravillosas. No las conocía, pero las reconocería al instante por el brillo de su mirada, igual al de la mía en ese momento. Esbocé una sonrisa mientras caminaba con paso firme y decidido.

Y dejé atrás todo mi equipaje de preocupaciones, de recuerdos llenos de tristeza. Dejé atrás con ellos —supongo— a muchas personas queridas y conocidas. Lo siento, no puedo esperar. Que me sigan, si pueden, si quieren.

El sol brillaba en lo alto ahora, llenándome de energía con su calor dorado. Los colores de las cosas eran ahora vívidos y las calles se mostraban repletas de gente. Yo caminaba entre ellos, sin detenerme, sonriente. Mi corazón latía con fuerza.

jueves, 30 de octubre de 2008

El Cielo y el Infierno

El siguiente fragmento, perteneciente a un libro de P. Coelho, relata la experiencia de un hombre que junto con sus dos animales recibe súbitamente la muerte. Aún sin percatarse del cese de su propia vida, el hombre camina con sus dos compañeros por una senda y le acontece lo siguiente:
La carretera era muy larga, colina arriba, el sol era muy fuerte, estaban sudados y sedientos. En una curva del camino vieron un portal magnífico, todo de mármol, que conducía a una plaza con adoquines de oro, en el centro de la cual había una fuente que manaba agua cristalina. El caminante se dirigió al hombre que custodiaba la entrada.
—Buenos días.
—Buenos días —respondió el guardián.
—¿Cómo se llama este lugar tan bonito?
—Esto es el Cielo.
—Qué bien que hayamos llegado al Cielo, porque estamos sedientos.
—Usted puede entrar y beber tanta agua como quiera. —Y el guardián señaló la fuente.
—Pero mi caballo y mi perro también tienen sed...
—Lo siento mucho —dijo el guardián—. Pero aquí no se permite la entrada a los animales.
El hombre se llevó un gran disgusto, puesto que tenía muchísima sed, pero no pensaba beber solo; dio las gracias al guardián y siguió adelante. Después de caminar un buen rato cuesta arriba, exhaustos, llegaron a otro sitio, cuya entrada estaba marcada por una puertecita vieja que daba a un camino de tierra rodeado de árboles. A la sombra de uno de los árboles había un hombre echado, con la cabeza cubierta por un sombrero; posiblemente dormía.
—Buenos días —dijo el caminante.
El hombre respondió con un gesto de la cabeza.
—Tenemos mucha sed, yo, mi caballo y mi perro.
—Hay una fuente entre aquellas rocas —dijo el hombre, indicando el lugar—. Podéis beber tanta agua como queráis.
El hombre, el caballo y el perro fueron a la fuente y calmaron su sed.
El caminante volvió atrás para dar las gracias al hombre.
—Podéis volver siempre que queráis —le respondió.
—A propósito, ¿cómo se llama este lugar?
—Cielo.
—¿El Cielo? ¡Pero si el guardián del portal de mármol me ha dicho que aquello era el Cielo!
—Aquello no era el Cielo, era el Infierno.
El caminante quedó perplejo.
—¡Deberíais prohibir que utilicen vuestro nombre! ¡Esta información falsa debe de provocar grandes confusiones!
—¡De ninguna manera! En realidad, nos hacen un gran favor. Porque allí se quedan todos los que son capaces de abandonar a sus mejores amigos...

(P. Coelho — El Demonio y la señorita Prym)
Cielo e Infierno son dos conceptos ligados a una supuesta existencia más allá de la vida terrenal —o, simplemente, la vida—. Siempre se ha mostrado el Cielo como un lugar idílico al que las almas de las personas bondadosas van como recompensa. Por otra parte, el infierno se describe como un lugar horrendo, lleno de dolor y sufrimiento, al que se destinan las almas de las personas que cometieron maldades e injusticias.

Sin embargo, no es necesario esperar la llegada de la Muerte para ir a un sitio u otro. El mundo en el que vivimos puede tornarse cielo o infierno, a nuestra elección, de acuerdo con nuestras obras y decisiones. Depende de nosotros construir un cielo en el que la gente se ayude entre sí y de forma invariable ante cualquier circunstancia. También depende de nosotros que nuestro mundo se torne en un infierno cruel y desolador: haciendo prevalecer el interés personal ante el del colectivo, aún cuando se puede perjudicar seriamente a este último. Cielo o Infierno: es decisión nuestra, decisión de cada uno.

lunes, 27 de octubre de 2008

Pequeña

Pequeña, hoy tus lágrimas llegan a mí. Mojan mis manos como un aguacero de llanto, como una lluvia de pena y dolor. Tus lágrimas llegan a mí, pequeña, a pesar de que te encuentras muy lejos de aquí. No llores más, pequeña, porque pronto vas a ser feliz.

Sientes que tu vida pasa ahora por un callejón sin salida, un charco de lodo en el que te has hundido y te cuesta salir. Todo parece indicar que las cosas irán a peor, hasta que finalmente asumas y aceptes que es tu destino. Mas no es así. No llores más, pequeña, porque pronto vas a ser feliz.

¡Oh, pequeña mía! Yo te recuerdo aún llena de vitalidad y energía, ansiosa por descubrir mundo, por vivir nuevas experiencias. ¡Cuantas aventuras viviste! Al menos no puedes decir que no has aprovechado aquellos maravillosos días, y toda esa experiencia adquirida se rebelará pronto para liberarte de tu presidio. No llores más, pequeña, porque pronto vas a ser feliz.

Has elegido un camino menos apasionante. Ahora los días transcurren, uno tras otro, como copias de copias de copias. Rutina. Eso hace que te sientas vacía y te gustaría sentirte realizada. Tratas de escudarte en tu trabajo, siempre igual: copias de copias de copias. Tratas de hacer siempre las mismas cosas para distraerte en el fin de semana: copias de copias de copias. Tratas de convencerte, con copias de copias de copias, de que tu vida, al menos, está libre de sobresaltos — falso, por cierto. Puedes elegir eso y dormirte, ahogada en llantos, hasta el día de tu muerte. ¿Estás conforme con eso? No llores más, pequeña, porque pronto vas a ser feliz.

Siempre me dices que te sientes querida, que no faltará alguien que te adore a tu lado. ¿Y cómo es que hoy llueven lágrimas tuyas? ¿Dónde está tu incondicional amigo? ¿Qué pasó con tu media naranja? Están a tu lado, sí, apoyándote; pero no comprendiéndote. Les gustaría hacerlo; llegar a entender tu dolor, fruto de una pasión inalcanzable para ellos. No llores más, pequeña, porque pronto vas a ser feliz.

Toma de nuevo las riendas de tu vida, para luchar por lo que tú quieres, para abolir el conformismo. Niégate a ser lo que otros quieren que seas; sé tu misma, pequeña. Vuelve a ser como antes, libre y soñadora; siendo como antes pero viviendo el ahora. Avanza sin añoranzas del pasado, aprovechando ese legado de experiencia de tu época dorada. Pronúnciate en contra de un estilo de vida que se te ha impuesto, sutilmente, sin que tu lo quisieras, condenándote hasta el fin de tus días a sentir lo mismo de siempre: sentimientos enlatados. No es para eso para lo que tú estás viva, pequeña; no es para eso para lo que tú sientes. Quieres experimentar de nuevo, exponerte a la grandeza del mundo otra vez; y querer es poder, pequeña. Tú eliges. No llores más, pequeña, porque pronto vas a ser feliz.

Porque la misma confusión
Que sientes tú la siento yo
Yo me limito a seguir
La ley de mi corazón

(Amaral — Kamikaze)

martes, 21 de octubre de 2008

Sin identidad

Personas sin identidad, iguales todas; de espíritus vacíos e ilusiones muertas. No hacen más que vagar de un lado para otro, caminando en círculos y ensuciando todo lo que a su paso dejan atrás. Como babosas trazan lentamente un pegajoso rastro de inmundicia capaz de pudrir la vida y la esperanza de la tierra que pisan.

Huyen de sus orígenes, creyendo que allá donde van encontrarán la tierra prometida. ¡Mentira! Viven engañados, seducidos por el reluciente becerro de oro que alguien puso delante de sus vidriosas miradas.

Reniegan de su familia, de su aldea natal, de sus amigos y de sus amantes. Reniegan de todo aquello que alguien les dijo que debían rechazar por considerarlo burdo y vulgar, bruto, bárbaro. ¡Idiotas! Fe ciega hacia un demonio vestido de seda: ese es vuestro maldito pecado, vuestra maldita enfermedad.

¿Acaso no os han otorgado la vida aquellos a quienes ahora les dais la espalda? ¿No son ellos vuestros creadores, vuestros mentores, vuestros protectores, vuestros ángeles guardianes? Sin embargo de ellos escapáis y avanzáis inmutables, atontados, hacia una fachada de cartón piedra que pronto arderá. Y vosotros arderéis con ella.

Pero no hay porque compadecerse de estos zombies sin aliento, sin voz propia. Ellos avanzan contentos hacia su propia tortura, alentados por el autoengaño. Prosperidad, dijeron unos; futuro, otros anunciaron. Y escupieron en la mano de quien les entregó su amor, tachándolo de insensato e irresponsable. Así quemasteis en la hoguera a todos los románticos, acusándolos de una falta total de pragmatismo; así condenasteis a todos los bohemios, imputándoles cargos de terrorismo por cada verso, por cada poema, por cada canción. Vuestra caza de brujas justificasteis con la escala de valores que os han impuesto. Alienación.

Yo no me compadezco de vosotros. Tampoco os voy a odiar. Al contrario, celebro vuestra existencia; ridícula, por cierto. Doy gracias por vuestro convencimiento, por vuestra entrega a la causa ajena: ¡mi causa! Yo os manejo, yo os ordeno, yo os engaño; os hago reír, os hago llorar.

Y pasaréis delante mía con flamantes coches, vestiréis ropas de marca a la moda y veranearéis en lujosas propiedades en la costa. Me veréis con desprecio, por encima del hombro, sin sospechar que es a mí, en realidad, a quien correspondería ese absurdo capricho. Os compararéis entre vosotros para ver quién tiene más posesiones, quién es más rico. ¡Oh! ¡Vaya un pasatiempo estúpido! ¡Si ni siquiera tenéis identidad!

Y aquel a quien escupisteis en la mano cuando os la tendió para abrazaros, aquel a quien insultasteis, aquel a quien considerasteis inferior: ese será vuestro príncipe. Él tiene nombre propio, y una historia que contar. No ha sucumbido a los encantos de vuestro mundo de plástico. No ha dejado que vuestras normas amilanasen su espíritu. Camina firme, marcial, sabio y decidido a hacer lo que quiere hacer. Sabe qué es lo correcto; por eso reinará, siendo vosotros sus lacayos.

Y cada persona que le mire a los ojos sonriendo, demostrando con su mirada su pureza de espíritu, reinará con él. Compartirán su gobierno todos aquellos que han sabido elegir por ellos mismos qué hacer ante la adversidad.

lunes, 20 de octubre de 2008

Interludio

Hoy me desperté en medio de una nada inmensa; protegido de ella por una esfera de cristal, dentro de la que yo me encuentro. No puedo ver nada de lo que hay afuera porque el cristal está empañado por mis llantos.

Mi corazón llora por su cautiverio, por su soledad en medio de un desierto de tinieblas. Grita con fuerza para que lo liberen. Clama exasperado vivir nuevas experiencias.

Es hora de recobrar el esplendor de antaño, época dorada, y superar este momento de angustia, azul y triste. Esa época maravillosa que tanto añoro, de pasión desenfrenada y verdadera valentía, me brindó los momentos más bellos. Ahora eso ya pasó, pero es tiempo de aprender de todo aquello y aprovechar el conocimiento adquirido para lo que ha de venir. ¡Oh! Esa época en la que el amor y la pasión teñían de rojo amaranto mi cielo y mi horizonte; en la que la noche bendecía mi causa sagrada, mi misterio, arropándome con su manto de enigmática calma. Ahora todo eso debe servirme como referencia.

Claro que no debo obcecarme en el absurdo empeño de querer recrear lo vivido, bajo la creencia de que algún día aquello volverá. No, no me voy a engañar con eso, no voy a imitar lo vivido porque vivido está. Se trata de una época pasada e irrepetible. Las circunstancias han cambiado, pero la experiencia perdurará.

Esta época actual, triste y solitaria, bañada por un vacío de tinieblas, no es más que un interludio. Un pasaje transitorio, eso es todo. Esto solo es un descanso para recuperar la fuerza, las ganas de vivir. Luego me levantaré, secaré mis lágrimas y recuperaré la perspectiva perdida; el cristal se volverá totalmente transparente.

Es hora de elegir aquello que quiero ser, aquello que quiero vivir. Yo decido.

jueves, 2 de octubre de 2008

Eva

(Dedicado a todas las Evas que conozco. Cada una de ellas me ha aportado algo especial en esta vida, o la vida misma.)
6:30 winter morn
Snow keeps falling, silent dawn
A rose by any other name
Eva leaves her Swanbrook home
A kindest heart which always made
Me ashamed of my own
She walks alone but not without her name

Eva flies away
Dreams the world far away
In this cruel children's game
There's no friend to call her name
Eva sails away
Dreams the world far away
The Good in her will be my sunflower field

Mocked by man to depths of shame
Little girl with life ahead
For a memory of one kind word
She would stay among the beasts
Time for one more daring dream
Before her escape, edenbeam
We kill with her own loving heart

Eva flies away
Dreams the world far away
In this cruel children's game
There's no friend to call her name
Eva sails away
Dreams the world far away
The Good in her will be my sunflower field

(Nightwish - Eva)

domingo, 7 de septiembre de 2008

La cuenta atrás

Es viernes por la mañana. Un empleado mira atentamente el reloj que cuelga de la pared de su oficina y mentalmente calcula cuantas horas faltan para que termine su jornada. «Por fin es viernes», piensa él. Desea ya salir de su lugar de trabajo y descansar todo el fin de semana.

Pero el fin de semana resulta trágicamente corto y ya, como en un abrir y cerrar de ojos, es lunes otra vez y de nuevo hay que enfrentarse otra vez a la rutina y luchar contra las horas de ese reloj que pasan solo cuando éste no es observado. La espera se dilata hasta abarcar toda la semana, esperando que llegue el viernes. Lunes, martes, miércoles, jueves ... ¡viernes! Otro fin de semana y vuelta empezar.

Y semana tras semana asalta la cabeza de nuestro pobre oficinista una nueva cuestión y un nuevo cálculo mental: ¿cuántos días faltan para las vacaciones? Y las vacaciones se le antojan terriblemente lejanas aún; mejor no pensar en eso. Pero la pregunta se reitera, y día tras día la respuesta va tomando forma: dentro de un mes, tres semanas, quince días, una semana, ¡mañana!

Pero el periodo vacacional transcurre demasiado rápido y, para más inri, nunca da tiempo a hacer todo lo que se esperaba hacer. Siempre queda algo en el tintero. Siempre las expectativas superan a lo conseguido finalmente, y toca volver a la vida rutinaria con la frustración de no haber logrado todo lo que se había planeado hacer.

Van pasando los años, sigilosamente; sin que advirtamos su presencia más que en contadas ocasiones: momentos de lucidez pasajera. Y las cosas que parece que ayer fueron distan, en realidad, varios lustros del presente. Y un nuevo anhelo recorre el fatigado cuerpo del hombrecillo aquí protagonista: saborear la libertad de la jubilación, libertad equiparable a la del preso que cumple su condena. Así es vista la jubilación, porque ésta no fuerza el retorno a la rutina y su duración no está determinada de origen. Es normal que se sienta libre el individuo así, porque nada ni nadie le obligará a volver a la rutina y a la obligación.

Pero esta libertad no es la libertad del pájaro. Es la libertad del preso que en la pared de su celda graba, día tras día, el progreso de la cuenta atrás hacia su liberación. No es la libertad del que ha nacido libre. Sin embargo, esa libertad debiera ser porque, ¡sorpresa!, hemos nacido libres.

miércoles, 27 de agosto de 2008

Algo más que agua con azúcar

Agua carbonatada, azúcar y aromas. En esencia, esa es la fórmula de una de las bebidas refrescantes más populares del mundo. ¿Cómo es posible que algo tan sencillo tenga tanto éxito, año tras año, en cualquier lugar del mundo? La composición del producto se mantiene prístina, inalterada desde sus orígenes. Puede cambiar ligeramente el proceso de fabricación, transporte o servicio. Puede variar el formato, la presentación. Puede existir una variante sin azúcar, otra sin cafeína, etc. Pero el producto es, en esencia, el mismo. Te puede gustar o no, pero lo conoces. Te puede apetecer más o menos, pero su nombre, su marca comercial reverbera en tu mente. Da igual al sitio al que vayas: la tienen y la venden.

La clave del éxito no está tanto en el producto, sino en el «mensaje». Tal vez el producto fue lo importante en sus orígenes. Ahora ya no. De nada serviría intentar vender siempre lo mismo, algo que no ha mejorado; de ser así, la competencia lo habría borrado del mapa con miles de nuevos productos, diferentes y únicos.

Desde el punto de vista del marketing, lo que interesa es conocer las necesidades del ser humano y satisfacerlas. Todo comienza así: se identifica una carencia en la vida de las personas, luego se busca una solución y se ofrece (se vende) un producto que (supuestamente) mitigue esa sensación de falta, de insatisfacción.

La gente ansía ser feliz. Lo anhela con todo su corazón, pero no sabe encontrar esa felicidad. ¡Oh, si alguien nos dijera cómo ser felices! He ahí la necesidad buscada. Ahora hay que buscar un producto que lleve esa felicidad deseada a la gente.

¿Puede un refresco de cola hacer feliz a la gente? Desde luego que no... o sí... tal vez. La felicidad no es una meta tan inalcanzable como muchas veces se estima, pero esa es otra cuestión que aquí no viene al caso. Lo que aquí importa es el planteamiento, falaz pero efectivo, de que «algo» puede traernos felicidad.

No importa el producto en sí. El producto está bien, ¿para qué cambiarlo? La publicidad, el mensaje: eso es lo importante. Importa crear una imagen. Importa crear un concepto, una asociación entre lo deseado y lo ofrecido. ¿De qué hablan sus anuncios? ¿Qué mensaje ofrecen? ¿Refrescante sabor a cola o felicidad, alegría y vivir la vida?

Han dado en el clavo. Y, de todas formas, si ser felices depende sobre todo de nosotros mismos, mejor hacerlo con dulzura. ¿Agua con azúcar? Sin duda, algo más.

lunes, 18 de agosto de 2008

Amor libre

(Dedicado a E., cuyas sencillez y simpatía siguen levantando pasiones aún a día de hoy.)

Alguien dijo una vez: «si quieres algo, déjalo libre: si vuelve a ti es porque es tuyo; si no, es que nunca lo ha sido». Pocas veces se le hace caso a tan sabio consejo.

Las personas que no saben amar son las que intentan poseer, poseer a la persona. Con alhajas compran su cautiverio; con celos y desconfianza cercan su libertad. Jamás podrían ceder un ápice en su postura de dominio, por temor a perder aquello que con vehemencia afirman querer tanto. Pero, ¿por qué temer? Se teme porque se es incapaz de amar: porque se desconfía. ¿Y por qué desconfiar?

La vida de las personas es como un río, y a ese río a veces se le construyen presas y embalses para retener su caudal. Si la presa no se abre, el agua almacenada acabará desbordando o reventando el muro de la presa. Ese agua simboliza los anhelos de las personas y, al igual que hay ríos más o menos caudalosos, hay personas con grandes deseos para la vida y personas de actitud más conformista. Retener ese imparable caudal implica que, tarde o temprano, la presa romperá. Inhibir los anhelos conlleva a que, tarde o temprano, éstos afloren en una explosión de sentimientos y actos que bien pueden echar por tierra los intereses de aquellos que buscan controlar las vidas ajenas para un mayor éxito en las suyas. Es normal desconfiar en ese caso.

Y a toda esa gente odiosa yo les miro a la cara y me burlo de ellos. Y grito: «¡Que llueva, que llueva!». Lluevan mil mares para que los ríos de las personas crezcan desmesuradamente, rompan sus presas y aneguen sus poblados de avaricia. Y que la avalancha de lodo cubra sus cabezas, para que no vean a donde se va su amor perseguido, movido éste por una impetuosa corriente de deseo.

Yo me uno a ese imparable avance de aguas turbias hacia el océano, donde todos los amantes nos encontraremos; libres para amar, para amar libremente. El agua que fuimos y que ahora forma parte de otro río volverá a nosotros, porque libre es y libre fluye por la tierra.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Dead Letters (III)

El origen del siguiente documento es de difícil explicación. Se trata de unas páginas del diario de una joven. Su autora y protagonista me las ha remitido con el propósito de que yo aquí las publique; supongo que por el interés de dejar constancia de algunos pensamientos suyos en una etapa trascendental de su vida. Ignoro si la autora ha censurado alguna parte del texto o algún dato que pudiera en éste verse reflejado, así como también ignoro por completo los antecedentes a esta historia. Respetaré, en todo caso, el deseado anonimato de la autora; trato que, en este peculiar caso, considero justo y de recibo.

Sin más preámbulos, el citado texto:

Martes, 27 de marzo de 2007.

Por fin, en este día memorable, me fui del mismo lugar de siempre. Dejé muchas cosas atrás: muchas cosas buenas, pero también muchos tormentos. Espero que mis amigos me perdonen; trataré de mantener el contacto con ellos.

Hoy por la mañana subí al tren que me llevaría a ... algún lugar, ¡qué importaba eso! Me hubiese valido un billete a cualquier lugar. Sólo quería escapar de lo que me estaba oprimiendo y cualquier destino era igual de bueno.

Cuando el tren se puso en marcha, contemplé por la ventana con cierto alivio cómo se alejaba ese paisaje que durante tanto tiempo había sido el carcelero de mis deseos. Así me sentía yo: encarcelada, presa de una vida rutinaria y vacía. Comencé a recordar algo que, por su tristeza, hizo que no pudiese contener las lágrimas que salieron de mis ojos y recorrieron velozmente mis mejillas. ¡Menos mal que nadie se dio cuenta en aquel vagón lleno de gente!

Lo que vino a mi mente fue aquella noche en la que yo estaba sola en mi habitación —el único espacio en este mundo capaz de darme algo de paz e intimidad: mi refugio, mi santuario—. Ese pequeño oasis que era mi cuarto, en medio de un mundo de constante hostilidad, me servía para reflexionar y para dedicarme un poco de tiempo a mí misma. Todo el tiempo me veía acosada por las exigencias de todos los que quieren gobernar mi vida. ¿Acaso no puedo ser yo en la vida lo que realmente quiero ser? ¿Por qué tengo que ser transigente hasta el punto de aceptar y conformarme con una vida de préstamo y subordinación vitalicia?

Aquel día había discutido con mi madre. Sé que mi madre desea una vida de bien para mí, y no la culpo por eso. ¡Pero es que ella no entiende mis anhelos! Yo quiero vivir la vida por mi cuenta, sin rendirle cuentas a nadie; me niego a decir a todo que sí por el mero hecho de que alguien me mantenga. Por eso me voy: para no rendirle cuentas a nadie. No quiero sentirme atada, no quiero ser esclava de nadie. Quiero vivir libremente y estar con gente a la que pueda tratar con confianza, de tú a tú; no como una esclava a su amo.

Por eso hoy presiento que mi vida va a cambiar radicalmente. Aquí, en una estación de ferrocarril alejada ya de mi lugar de origen, escribo estas líneas mientras aguardo por la llegada del próximo tren. Trato de poner en orden mis alborotadas ideas, trato de pensar qué destinos serán los próximos. Mi corazón late con fuerza.

Quizá algún día regrese a mi casa, al lugar al que sin duda pertenezco. Pero ahora deseo con arrebatadora pasión ver nuevos lugares y definir mi vida como realmente quiero que ésta sea. Sé que voy con lo puesto, a prueba y error, pero no tengo miedo. Sé que me toca lidiar con la incertidumbre y enfrentarme a muchas dificultades, pero lo prefiero a conformarme con una vida rutinaria que gira alrededor de una persona a la que todo el mundo supone más importante y decisiva.

La soledad me asusta, porque no me gustaría quedarme sola. Pero, ¿qué diferencia hay entre vivir sola y vivir incomprendida al lado de gente que no te escucha? Me arriesgo a quedarme sola, pero yo deposito mis esperanzas en encontrar a la persona o a las personas que, al igual que yo, crean en el respeto y en la necesidad de cada persona de decidir por sí misma.

Ahora, llena de ilusiones, me voy a un nuevo lugar: mi tren sale en breve. Dejo, de momento, la crónica de esta apasionante aventura que acabo de comenzar. Continuaré otro día, desde otro lugar. ¡Hasta entonces!

domingo, 3 de agosto de 2008

Kuden 0

(Dedicado con mucho cariño a A.R.N.G., por todo lo que me ha enseñado.)

Cuando se ama de verdad no se atiende a posesiones, no hay «tuyo» ni «mío»; sólo hay amor. Alguien me dijo eso una vez y pude comprobar mediante la práctica que se trata de algo muy cierto y maravilloso. Cuando se ama a una persona (amigo, familia o amante) simplemente se ama: se le aprecia, se desea estar con esa persona, se le adora, se le respeta; existe mutualidad y complicidad, se es uno solo y se fulminan las diferencias.

Las relaciones amorosas muchas veces violan este precepto, tan deseable y puro. Se impone despóticamente la negación de toda relación externa a la pareja; se exige exclusividad y reserva máxima. Para más inri, existe también la desconfianza del uno hacia el otro sobre lo que se hace o con quién se está en todo momento. Afloran los celos, que son un subproducto del miedo; del miedo a perder a la pareja porque ésta se vaya con otra persona. Comienza entonces la guerra: las discusiones, las amenazas y las peleas; los engaños y las traiciones.

Ocurrió una vez que invité a una amiga a bailar, simplemente para pasar un buen rato y disfrutar de la música y la buena compañía. Aquella noche bailamos algunas canciones y conversamos, nada más que eso. No obstante, su teléfono móvil sonó varias veces esa noche: era su novio en una actitud bastante celosa y preocupada por el paradero de su «posesión». ¡Yo bailo con muchas amigas cada fin de semana y no veo que sus novios, amantes o maridos las intenten controlar de esa manera! Será que éstos realmente confían en sus parejas y no ven nada malo en que ellas se diviertan a su manera, haciendo algo que les gusta. Se ve que unos y otras tienen bien claro con quien quieren estar y no temen perder así a sus parejas.

Por desgracia tengo presenciado a lo largo de mi vida algunas actuaciones tan posesivas y celosas como la de este individuo. Y en todos los casos se percibe la misma sensación de inseguridad, de falta de autoestima y de cobardía por parte de ellos. Son cobardes porque temen a la vida y al amor. ¡Pobres infelices! No saben amar, saben tan solo poseer. Y gastan enormes esfuerzos en preservar su «patrimonio», su «posesión». Yo les digo: puedes intentar comprar su bienestar con alhajas, puedes satisfacer sus caprichos materiales y arrastrarla a una vida de lujo y consumismo pensando que así será tuya siempre; pero para una mujer todo eso es banal en comparación con la libertad para vivir su vida a su manera, sin rendirle cuentas a nadie. Amar no es retener. Amar es aceptar a la persona amada con todas sus consecuencias.

miércoles, 30 de julio de 2008

Lo que se me ha negado

Se me ha negado el amor. Mi amor era puro y sincero, dirigido a lo que yo más quería en este mundo; y ese amor venía a mí con igual pureza y sinceridad. Mutuo afecto, mutua complicidad. Era una sensación mágica, con la cual yo me sentía flotar envuelto en besos y caricias. Pero ese amor se me ha negado.

Mi amor no entendía de propiedades. No había pertenencias ni exclusividades; sólo respeto, sólo amor. Pero se ha construido una cerca a su alrededor, impidiéndole ver más allá de la parcela en la que ha sido confinado. ¡Triste destino para un amor, vuelto ciego por imposición! Se le ha asignado un dueño; un señor al que rendir pleitesía, un amo al que servir como esclavo.

Mi amor no era amor de esclavos; era amor de reyes. Soberano, ejercía su mágico influjo sobre sus receptores, llenándolos de alegría y felicidad, haciendo que se sientan queridos. Y ahora mi amor llora enjaulado, lastimado por los rudos grilletes que impiden su expresión.

Los amores se disfrazan de compromiso, se visten de boda y se juran fidelidad. ¡Pura pantomima! El matrimonio es tan sólo un pretexto para retener lo que, por su naturaleza, ha de fluir libremente; ¿no es acaso ese maldito sacramento una vil excusa para restringir, en un pacto de exclusividad, la actividad amorosa y sexual? Las relaciones de pareja son cárceles para los amores libres, que se bastan con el respeto mutuo para funcionar bien. Pero todo se lleva al extremo más radical, y se prohibe todo contacto que viole el pacto de exclusividad. ¿A qué viene tanto interés en bloquear, en entorpecer?

El poder radica en instituciones como el matrimonio. La prohibición de toda relación sexual extramatrimonial —algo que se ha disfrazado con el elegante término «fidelidad»— ha sido impuesta con el único objeto de asegurar que todos los hijos desciendan del mismo padre, el mismo que les ha de legar en herencia todas sus posesiones. De nuevo las posesiones; ahí aparece el poder. Que nada quede para los hijos bastardos, irreverentes con el patrimonio, deshonra para su progenitor.

La sociedad: bendición y plaga del ser humano. La sociedad es también culpable de la encarcelación del amor libre. Las sociedades se han erguido con el esfuerzo racional y decidido de los hombres; no hay cabida para las emociones ni para el amor. Mientras tanto, los directores de banco tienen ya potestad para oficiar bodas: lo que la hipoteca ha unido, que no lo separe el hombre. ¡Que a nadie se le ocurra perturbar el orden de la sociedad, bajo pena de marginación y repudio!

Por todo eso yo me niego a ser parte de ese terrible juego de falsos amores, intereses ocultos y emociones fingidas. En respuesta, se me ha negado el amor.

viernes, 11 de julio de 2008

Intuición

El concepto de inteligencia humana se malinterpreta muchas veces, otorgándole a éste funciones o cometidos que poco tienen que ver con su verdadero propósito y su genuina razón de ser. La inteligencia se manifiesta con cada muestra de ingenio, con la chispa de la personalidad; eso que es único en cada persona. No obstante, muchas veces se atribuyen ―por error, por confusión― a la inteligencia las funciones del intelecto, que poco tiene que ver. Las capacidades intelectuales de una persona, desarrolladas éstas durante años de educación y formación, no son más que herramientas para llevar a cabo ciertas tareas, casi siempre rutinarias o con una base fundamental común a todas ellas. La inteligencia va más allá de un cometido tan sistemático y predecible; precisamente la inteligencia es capaz de hacer frente al cambio, aceptándolo y logrando que el individuo se adapte a éste. Se trata de algo mucho menos rígido que el intelecto.

El intelecto se beneficia de la inteligencia para constituirse, para medrar en sabiduría y conocimientos, pues la inteligencia hace un aporte primordial en toda etapa de aprendizaje. Es lícito, pues, asociar intelecto con inteligencia.

Y sin embargo, rara vez se asocia con la inteligencia otro don de las personas que, si cabe, es más sorprendente y maravilloso que el intelecto: la intuición. Oculta bajo un manto de racionalismo, la intuición permanece aletargada en la sombra. Rara vez se acude a ella para solucionar un problema y, no obstante, grande es su capacidad para hallar soluciones a problemas complejos, a problemas en los que el método racional falla.

Sabiendo que tenemos ese don, ese potencial oculto, ¿por qué no entrenarlo y aprovecharlo? Sacarle partido a la intuición puede mejorar nuestras vidas, pero hay que mantenerla en forma. Y para conocer el método adecuado de entrenamiento de la intuición, primero hay que conocer bien a ésta. Para ello es necesario reconocer e identificar un sentimiento interno que se dispara de una forma u otra para sugerirnos sutilmente la solución a cada problema que pueda aparecer. Es como una vocecilla, tímida y débil, que sólo se puede escuchar cuando la vociferante razón, promovida por el intelecto, haga silencio por un tiempo. Hay, pues, que aprender a escuchar ese susurro del corazón que tan buen asesor resulta ser.

La mente de una persona cualquiera, a pesar de ser en su origen una creadora maravillosa de soluciones para la vida, se halla casi siempre subyugada por la tiranía de un sistema educativo o laboral rígido. Los procedimientos de educación y trabajo que actualmente están en boga condenan a la indomable bestia que es la mente humana a un terrible ostracismo de cerrazón e infrautilización. Es hora de abrir la mente, de utilizarla plenamente; es hora de desenterrar esa voz interior que emana desde nuestros corazones. Esa voz es la que ha de dirigir nuestros actos, con el apoyo de lo que el intelecto le pueda aportar de cara a la realización. Es la voz de la intuición.

De este modo, aprendiendo a escuchar a esa vocecilla interior se aprende a interpretar el mensaje de la intuición. Mas ahora nos interesa interpretarlo adecuadamente y transcribirlo, de una forma u otra, al lenguaje de las acciones. Nos interesa plasmar la respuesta intuitiva, sentida en nuestro interior, de forma tangible e inteligible. Son muchos los medios que permiten hacer posible esto: desde los mapas mentales hasta las prácticas esotéricas. Cada uno que desarrolle aquella o aquellas con las que se sienta más cómodo.

miércoles, 25 de junio de 2008

La muerte de la Estrella Roja (III)

(NOTA: Todas las fechas son ficticias.)

La verdad acerca de la corrupción que precede a una revolución impura y sanguinaria no siempre sale a la luz, sepultada por toneladas de rencor y cadáveres. Son, además, los vencedores de las batallas los que acaban escribiendo la historia a su manera y antojo, de modo que rara vez se expone con imparcialidad el porqué de un levantamiento.

Sin embargo, yo contaré aquí la historia del Zurdistán desde un punto de vista diferente, analizando las causas, mencionando también las malas artes de las que el invasor se ha servido para lograr su injusta victoria. Procedo, pues, con la exposición.

Debo decir, en primer lugar, que las masas son altamente sugestionables, aún cuando éstas disponen de un nivel de alfabetización adecuado y una cultura extensa y arraigada. Es siempre posible hacer mella en el espíritu de una nación; mutilar y humillar su idiosincrasia, demonizándola, ridiculizándola. Es posible lograrlo si se hace una adecuada suma de ataques mediáticos y culturales, imposiciones políticas y económicas y —si es necesario— actuaciones por la fuerza.

Zurdistán era una región próspera, con identidad propia. Sus gentes gozaban de un estatus envidiable, tal vez demasiado envidiable para los foráneos, todo hay que decirlo. Era evidente que se trataba de un suculento trozo de pastel para los avariciosos reyes y tiranos de regiones colindantes. Nada les importó a éstos intentar subyugar a las buenas gentes del Zurdistán. Muchos lo intentaron, y con proverbial coraje se luchó para impedir cada invasión. Muchas incursiones se han detenido con éxito, pero no sin el correspondiente e inevitable derrame de sangre. Se luchó siempre para defender los ideales más puros, los necesarios, los que dicen que bajo ningún concepto se debe claudicar y ceder a la dominación, a la colonización. Así se libraron muchas batallas, pequeñas todas, infructuosas para el invasor; pero una hubo que resultó ser definitiva y que, por desgracia, se resolvió en victoria para el ofensor y no para el ofendido. Es esta última batalla la que interesa analizar.

No fue una guerra sangrienta para nada; más bien hubo escasos enfrentamientos. Casi toda la acción ofensora se libró desde el plano ideológico y desde la distancia. Un proceso lento, pero efectivo.

Todo comenzó en el otoño de 1987, un soleado 26 de septiembre. Llegaron a Levogrado unos emisarios en nombre de un rey de un país lejano (cuyo nombre prefiero omitir). Los diplomáticos se deshacían en halagos hacia las gentes que allí conocían, ofreciendo tantísimos regalos que fácilmente caían en simpatía. No obstante, al mismo tiempo que su augusta ofrenda se sucedía sin aparente decadencia, obraban también falsamente y a escondidas entre los habitantes del Zurdistán. Difundían falsos rumores, descalificaban y calumniaban a sus soberanos, ocasionaban algún pequeño tumulto entre las gentes; sembraban así la semilla de la discordia.

Las alarmas saltaron en las cortes del Zurdistán y las relaciones con ese infame reino se cerraron al instante. No obstante, ya comenzaban a producirse algunos levantamientos en contra de los mandatarios. Levogrado se fue transformando en una ciudad cada vez más insegura en la que tenían lugar tumultos cada vez con mayor frecuencia.

Comenzaron entonces los ataques, ya a finales del año 1989. El avaricioso rey de ese maldito reino causante de la invasión ordenaba pequeños asaltos para hacer crecer el descontento y la crispación entre las gentes del Zurdistán. Eso sin duda era molesto, pero lo realmente efectivo para su causa fue la maniobra de imposición cultural y económica que desde el principio se puso en práctica y que justo antes del ataque final se endureció sobremanera.

Finalmente, y como ya es conocido, Levogrado cayó el 1 de enero de 1990. La invasión fue paulatinamente avanzando hasta hacerse con el control de todo el Zurdistán.

miércoles, 18 de junio de 2008

A un olmo seco

Aunque se dice de la esperanza que es un formidable desayuno pero una pésima cena, le rindo yo aquí honores a tan vivo sentimiento reproduciendo un poema de Antonio Machado que por título lleva "A un olmo seco":
Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.

¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.

No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.

Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.

Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.

domingo, 15 de junio de 2008

La muerte de la Estrella Roja (II)

¿De qué sirven himnos y banderas cuando los espíritus de las gentes están podridos de avaricia, roídos por el odio, mutilados por la desconfianza? Engaños son: intereses ocultos disfrazados de sentimentalismo patriótico. Lo he visto, lo he sentido en algunas personas, en esos pocos que orgullosos se jactan de pertenecer a un colectivo privilegiado. ¿Y qué privilegio es ese que hace nadar sus escasos bienes en un mar de ceniza y ruinas?

Y, no obstante, se vitorean los lemas de las naciones, como rezos inconscientes, como mantras desprovistos de cualquier significado. Se glorifica a los héroes dudosos, se idolatra a chabacanas figuras, se invierte el valor del arte y de la cultura. Se escupe en los libros y el lenguaje es sometido a horrendas vejaciones. Se reduce el criterio de la gente a lo absurdo, se aliena, se uniformiza. He aquí la brutal paliza que un progreso injusto le propina a la humanidad misma.

Por eso lloran las hadas del Zurdistán, temiendo por su propia existencia. Donde su santuario se ubicaba han construido una tienda de ropa (de ropa horrible, feísima, toda igual). Bosques llenos de magia son ahora jardines artificiales, sin encanto alguno, transitados por nauseabundas marionetas y payasos vestidos de gris. Su único reducto de paz es la noche obscura, pacífica, silenciosa, tranquilizante; el único momento del día que escapa a absurdas reglas y patrones establecidos.

Es por ello que he hecho de la noche mi momento predilecto, porque su paz reveladora me lleva al encuentro de mis amadas criaturas aladas. Me he hecho amigo de ellas; las adoro y con ellas me divierto. Mis hadas de la noche, mis perfectas confidentes. Voy cada noche a junto de ellas, a celebrar mil fiestas, a vivir maravillosos momentos. No hay ley que se aplique a nuestro delirio noctámbulo, por hallarse éste fuera de toda jurisdicción de cualquier convencionalismo. Somos libres en la clandestinidad, en la franqueza de la noche. Nuestras andanzas comienzan con cada atardecer y se culminan en el alba. Así hemos decidido vivir: repudiando la mediocridad, rechazando esa claridad difusa que se pierde en medio de la niebla de la ignorancia.

lunes, 2 de junio de 2008

Dead Letters (II)

Ha llegado a mí la siguiente carta. A fin de servir a los intereses de su apasionado autor, publico aquí su contenido.
3 de Marzo de 2008. Desde algún lugar del destierro.

Bienqueridos amigos:

He aquí mi carta abierta de despedida, dirigida con todo el cariño hacia todos vosotros. Estoy infinitamente agradecido por todo el apoyo que durante todo este tiempo me habéis brindado; dándome cobijo, ánimos y esperanza. Es por eso por lo que me sabría mal marcharme sin despedirme adecuadamente y honraros por todo lo que me habéis dado. Muchísimas gracias.

Y efectivamente, ha llegado el momento de partir. Después de tantos años de exilio, de haber visitado tantos lugares diferentes y nuevos para mí, de aventurarme por el mundo en adelante; ahora siento la necesidad de volver a mi tierra, volver al Zurdistán. Durante todos estos años de destierro por mor de la guerra y de la ocupación me he visto obligado a alejarme de mi querida tierra en busca de una vida que allí se me habría prohibido vivir. Mas ahora es viable regresar allí, ahora que ese ridículo régimen opresor da sus últimos coletazos, ahora que su decrépito caudillo huele ya el hedor de su propia muerte. Es el momento de volver allí cargado de nuevas ideas y frescas iniciativas. Quiero ver renacer a mi lugar de origen, ese lugar al que le tengo tanto amor como el que le tiene una madre a su hijo. ¡Y todos vosotros estáis invitados a venir cuando queráis!

No puedo negar que mientras escribo estas líneas me invade una intensa sensación de melancolía. No puedo dejar de recordar la gran cantidad de maravillosos momentos vividos durante este viaje. Han sido muchas las penurias, cierto es. Muchas las dificultades. Demasiado sufrimiento para mi corazón forzosamente desarraigado. Pero he sobrevivido a todo eso y ahora puedo asegurar que ha merecido la pena. Me voy cargado de optimismo y esperanza, para emprender una nueva etapa de mi vida, para ayudar a crear un nuevo mundo lleno de amor y de justicia. ¡Bienvenidos sois para contribuir a la causa!

De mis vivencias me llevo lo aprendido, para enseñárselo a los que vengan. De mis viajes recupero el legado de mil culturas, para fusionarlo todo en una nueva, más universal y cosmopolita. De las gentes conocidas he de confeccionar una escolma de sentimientos y recuerdos, un poemario de fantásticas aventuras en convivencia. Incluso de mis momentos de recogimiento rescato valiosas reflexiones, sabiduría fruto de mis cavilaciones. En verdad no vuelvo a mi tierra con las manos vacías.

No prolongaré más esta misiva, pues ya todo está dicho. Vendrán ahora muchas cosas nuevas que decir, así como las vaya viviendo; os prometo que os mantendré informados. Sin más me despido ya, porque ahora comienza mi camino de regreso, mi retorno a mis orígenes, mi reencuentro con la inocencia. Es una nueva etapa de mi vida, para crear y difundir mi saber, para hacerlo imperecedero; legándoselo a quienes después vengan, aquellos a los que yo querré como hijos. Éste es ahora mi gran deseo y mi empresa. ¡Deseadme suerte!

Un cálido abrazo para todos vosotros.

viernes, 23 de mayo de 2008

La muerte de la Estrella Roja (I)

Fue en una fría mañana de invierno, que ya nunca olvidaré.

Caían con dulzura los copos de nieve, depositándose en el marco de mi ventana. Desde mi habitación podía contemplar cómo la calle estaba cubierta por un manto de un blanco apagado. Los edificios de aquella gloriosa Levogrado yacían inertes bajo un cielo gris oscuro y mortecino. Estaba amaneciendo; un gris amanecer también.

Pálidos y oscuros eran los colores de aquella triste estampa, o al menos así la recuerdo yo. Y no puedo evitar entristecerme cada vez que estos dramáticos pensamientos invaden mi mente, cada vez que los recuerdos asaltan mi serenidad y me hacen, de nuevo, presa de la desesperación. Por fortuna, todo aquello pasó.

Nada me haría sospechar que esa mañana, aparentemente común y anodina, iban a producirse los cambios que tuvieron lugar aquel día. Fue el comienzo de la guerra. Triste espectáculo.

Zurdistán era tierra próspera, llena de gente maravillosa y amable, afanada en sus labores con entusiasmo y devoción; un lugar idílico. Pero todo aquel esplendor murió. ¡Aún me pregunto cómo pudo ser posible! Toda la magia, todo el amor, toda la alegría de esa bendita tierra se desvaneció de la noche a la mañana. Altas traiciones, golpes bajos. La corrupción de unos pocos que, como fruta podrida que echa a perder la cesta entera, hizo mella en tan generosa sociedad sembrando en sus entrañas el odio y la desconfianza. Disturbios, ataques, desorden, destrucción. Y todo murió.

jueves, 22 de mayo de 2008

Dead Letters (I)

Caminando entre las ruinas de la vieja Levogrado, concretamente por las proximidades de la antigua oficina central de correos, encontré tirada en el suelo una carta. El sobre estaba algo roto, quedando a la vista una esquina del papel contenido en su interior y unas «manchas rojas» que luego, habiéndome fijado mejor, resultaron ser pétalos de rosa roja. Aunque reconozco que no es correcto leer correspondencia ajena, he considerado pertinente acceder al contenido de dicha misiva para posteriormente aquí transcribirlo. Busco mi justificación en lo excepcional del fortuito hallazgo y en el posible valor documental e histórico que este peculiar objeto encontrado pueda aportar. Tenga a bien el lector considerar mi osadía como bondadosa y ruego a quienes quieran que sean remitente y destinatario que me perdonen por mi indiscreción.
Queridísima mía:

Hoy te escribo inflamado de pasión porque sé que pronto te veré. ¡No te imaginas cuan largos se me han hecho los días, los meses, durante tu ausencia! Pero mi espera no ha sido en vano; sé que en pocas semanas estarás aquí, de nuevo en Levogrado, conmigo. ¡Solo de pensarlo se me saltan las lágrimas, amor mío! No puedo evitar pensar cada día en nuestro proyecto de futuro: nuestra casa, la familia que queremos formar, todo. Es como si sintiese ya que nuestro deseo se va por fin a cumplir. ¿Verdad que es emocionante?

Recuerdo tus palabras en el día que te fuiste, las recuerdo perfectamente y puedo visualizar tu dulce rostro pronunciándolas con ternura infinita. Durante todo este tiempo tu mensaje ha sido mi bálsamo esperanzador, la única medicina efectiva para mitigar el dolor de tu ausencia.

Tengo buenas noticias que contarte. Pensé en darte una sorpresa cuando llegases, pero cierto es que no puedo esperar ni un instante más. Tal vez te imagines ya de qué se trata: el ministerio ha aprobado nuestra propuesta y podemos comenzar a producir ya mismo. Estos días han sido frenéticos, con todas las tareas de montaje y supervisión en la planta; estamos dejando todo a punto para poder comenzar cuanto antes. ¡Tengo unas ganas tremendas! Ha costado mucho llegar hasta aquí y ahora, por fin, ha llegado el momento. Estoy convencido de que nuestros productos serán de gran utilidad para todos y que mejorarán la calidad de vida de las personas. Sin duda así será, ¡pero la verdadera aventura aún está por llegar! En fin, deseo que pronto regreses a Levogrado para que puedas compartir mi júbilo y cooperar, como no, en esta nuestra empresa.

No me extiendo más en esta misiva, pues tampoco hay mucho más que contar. Lo único que me resta añadir es lo mucho que te quiero y confesar que deseo verte con ferviente pasión. Un beso y un abrazo muy grande, mi cielo. Te quiero.

Levogrado, 28 de septiembre de 1989.

sábado, 3 de mayo de 2008

El verdadero progreso

«La palabra progreso no tiene ningún sentido mientras haya niños infelices.»
― A. Einstein.
Seis y media de la mañana. Un hombre, cabeza de familia, sale de su casa para dirigirse a su puesto de trabajo. Lo hace todos los días; debe mantener a su familia, proporcionándole bienes materiales. Día tras día, mes tras mes, año tras año. Trabaja de forma rutinaria, haciendo siempre lo mismo en una fábrica, mientras comienza a anhelar su jubilación. Así es su trabajo: tedioso, aburrido, carente de motivación. Todo lo que él haga servirá para mantener boyante la empresa para la que trabaja, quien a cambio le entrega todos los meses una modesta cantidad del vil metal.

El vil metal. He aquí el motor de esta moderna forma de esclavitud, de este feudalismo de nuestros tiempos. El dinero es necesario, imprescindible, pues es usado como métrica en la economía y es, además, una utilísima herramienta para el comercio. Pero, ¿cómo se puede retribuir el esfuerzo y el empeño de quien hace bien un trabajo? ¿Por qué para obtener el sustento para la vida han de llevarse a cabo labores que muy lejos se hallan de los verdaderos intereses de una persona? ¿Por qué alguien que fue bautizado nada más que con la honradez debe ahora, en su edad adulta, ser lacayo de una empresa y rendir incondicional pleitesía al poderoso que la gobierna? ¿No debería ser acaso un derecho para toda persona ejercer libremente la actividad que su propia vocación dicte, siendo ésta además el medio más puro y sincero de obtener su sustento?

Todas estas preguntas claman por un nuevo cambio social, mayor todavía que el que supuso la Revolución Industrial. Aquellos tiempos en los que se abandonó el artesanado para producir masivamente en cadena extienden su esplendor hasta nuestros días, pero tal vez comience pronto su irremediable declive. ¡Recibamos la nueva era, la era de la pasión! Será cada individuo quien elija por vocación su ocupación, entregándose apasionadamente a ella. Esa entrega nace y se alimenta del interés innato por encontrar respuesta a los enigmas que todavía no la tienen. Cien mil problemas hay sin solución, cien mil son las cosas buenas que se podrían hacer por esta nuestra especie. Esta es la única batalla justificada, la única guerra santa.

Han de abolirse, en pos del correcto funcionamiento del nuevo orden social que ha de concebirse, la subordinación y el mercenariado. El nuevo modelo social aboga por la cooperación y por un trato más «horizontal» entre personas. ¡Tiembla, Roma, la aldea de Asterix se expande por el mundo!

Será nuestra divisa el reconocimiento por nuestro trabajo, ¡y qué mejor recompensa por éste que un mundo mejor para todos! Prohibidas quedan la pobreza, el hambre y la enfermedad; millones de personas luchan de corazón contra ellas. En realidad, esto que debería haberse conseguido hace siglos, sigue siendo hoy un grave problema para muchísimas personas. Es hora de entregarse a la causa, compartiendo ideas y conocimientos, con arte e industria, para experimentar un verdadero progreso al servicio de todos. Que cada uno ponga sus ideas sobre la mesa, para que todos las veamos; su autoría será por siempre reconocida, su beneficio será por siempre correspondido.

lunes, 28 de abril de 2008

Negra Sombra

¿Cómo saber que te has ido, que no volverás jamás? Es falso; sé que permaneces próxima a mí. Causante de mil miserias y de otras tantas desgracias, Negra Sombra: sé que no me puedo deshacer de ti.

Cando penso que te fuches,
negra sombra que me asombras,
ó pé dos meus cabezales
tornas facéndome mofa.

Cando maxino que es ida,
no mesmo sol te me amostras,
i eres a estrela que brila,
i eres o vento que zoa.

Si cantan, es ti que cantas,
si choran, es ti que choras,
i es o marmurio do río
i es a noite i es a aurora.

En todo estás e ti es todo,
pra min i en min mesma moras,
nin me abandonarás nunca,
sombra que sempre me asombras.

Rosalía de Castro ― Negra Sombra.

martes, 8 de abril de 2008

La calidad del momento

¿Qué es el tiempo? ¿Es real? ¿Existe, acaso?

El tiempo no es más que un artificio creado por el hombre para cuantificar de alguna forma la causalidad, la relación entre la causa y el efecto. El tiempo no existe, pues, más que en nuestro intelecto.

Si el tiempo no existe, entonces, ¿por qué tenemos horarios, fechas, aniversarios y plazos? ¿No son todas estas cosas falacias, dado que el concepto en el que se basan es irreal?

Es fácil afirmar que también todas esas imposiciones temporales son, en verdad, ilusorias. No obstante, dependemos de ellas ―de hecho, somos adictos― para poder realizar nuestras tareas. Dependemos de los horarios de autobuses, metros, trenes, aviones y barcos para desplazarnos, para viajar. Dependemos de las fechas y los aniversarios (¡vaya cosa!) para celebrar nuestros encuentros y fiestas. Dependemos de los días de la semana, de las horas y de los minutos para hacer nuestro trabajo. «Ocho y dos ceros significa que todo el mundo tiene que parecer ocupado, diez coma treinta significa que puedes dejar de parecer ocupado durante quince minutos, diez cuarenta y cinco: ocupado otra vez»; así lo narraban en la película "Los dioses deben estar locos". La cuestión es la siguiente: ¿es realmente necesario todo esto?

Posiblemente sea una locura abolir los horarios y los calendarios para, tal vez, recurrir a quién sabe qué sistema para coordinarnos. En la Edad Media se empleaban los campanarios de las iglesias para anunciar «las horas» y, por consiguiente, las diferentes tareas que debían llevarse a cabo en cada momento. Por aquel entonces estaba bien un sistema tan rudimentario, pero a día de hoy es claramente ineficaz, pues la diversidad de actividades y de situaciones que tienen lugar en la vida de cada persona exigen una granularidad más fina y una precisión mayor en el cómputo del tiempo. Es nuestro estilo de vida actual, el que hemos elegido, el que nos hace esclavos, en mayor o menor medida, del reloj.

Sin embargo, ciñéndonos a rajatabla al despótico sistema horario que gobierna, omnipresente, nuestras actividades, hemos perdido algo muy valioso; un sentimiento ya desconocido, una magnitud por el progreso olvidada: la calidad del momento. Cada momento o periodo de tiempo posee una calidad, una propensión para favorecer o no un determinado acontecimiento. Cuando hablaba, al principio, de la relación entre causa y efecto, señalaba la necesidad de cuantificar de alguna forma la relación entre ambos. Cada principio lleva dentro su propio fin, al igual que una semilla lleva dentro de sí a la planta entera. El momento en el que tiene lugar la causa es muy relevante para la exitosa consecución de su efecto; de ahí la importancia de elegir un momento adecuado para provocar esa causa. Es por eso por lo que la gente solía, antaño, darle bastante importancia al hecho de emprender una acción en el momento oportuno.

Cabe, a raíz de este planteamiento, preguntarse si tiene el mismo valor un segundo que otro, aquí o allá. No todos los segundos, todos los minutos, todas las horas valen lo mismo. No es igual de valiosa una determinada hora para llevar a cabo una actividad u otra. Algunas horas son mejores para descansar; otras para trabajar, meditar o alimentarse; en ciertos momentos del día estamos más lúcidos para pensar y en otros lo adecuado es el trabajo físico. Son muchos los factores que condicionan estas decisiones. Son innumerables los elementos externos que influyen en la calidad de nuestros momentos. Por eso es conveniente despertar de ese letargo secular a ese sentimiento perdido y desconocido; aunque esto es algo que requiere mucho entrenamiento.

martes, 1 de abril de 2008

April Fools' Day

Esta vez no tardé mucho en darme cuenta; fue peor en años anteriores...

Resulta que, como de costumbre, me dedicaba yo a darle un repaso a las noticias publicadas en algunas páginas web que yo visito. Le tocaba el turno a www.metalstorm.ee, una web relacionada con la música heavy (y géneros afines) cuando ante mis ojos aparece la peor de las visiones concebibles para un metalero: un disco de la Britney Spears. He aquí una captura de la página:



También figuraba en la misma página el siguiente mensaje:
Hail SATAM
For reasons beyond our control we at the Metal Storm Staff are forced to take a new direction, and this for the sake of the future
of this website. We've only just decided to put it all into place. We refer to the News Section for the dreadful background story
concerning this drastic and dark change. As of today we've become a Blakk Metul only website. The bands archive will remain
as it is so you can save any information you want, but all non-BM bands will be deleted from the archive in the coming days.
After reading about the atrocious things that have happened to Metal Storm, we hope you'll understand the new path we're
taking - and if you don't, you will burn in heaven - but we just wanted MS to become more kvlt and we believe we can
only do that through the grimness of blakk metul.
Sorprendido, ofuscado ante tan kafkiana visión, me pregunté: ¿quién ha sido el imbécil que ha publicado aquí tal cosa? ¿quién osa perturbar el clima obscuro y de tormento que solo los fanáticos del metal pueden apreciar y disfrutar? (Que conste que no tengo nada contra Britney Spears ni contra sus fans; simplemente digo que está fuera de lugar en ese sitio web.)

Pensé que el culpable podría ser algún troll, algún graciosillo, algún cracker —que no hacker—, algún marciano, algún cambio en Matrix o alguna sustancia que me causaba alucinaciones. Luego me di cuenta de lo que pasaba: hoy es 1 de abril.

El día de hoy es conocido también como April Fools' Day, un dia en el que es habitual gastar bromas e inventarse trolas y cuya celebración ha llegado a Internet. Es como nuestro Día de los Santos Inocentes (28 de diciembre), pero en versión anglosajona.

Recuerdo una broma que había sido muy buena y que habían perpetrado los de Google. Anunciaban en una edición pasada del April Fools' Day un producto suyo nuevo que se llamaba Google TISP: Internet a través del WC.

En fin, sólo era una broma. Aunque me hubiese gustado ver ese vídeo de Britney Spears con Dimmu Borgir.

viernes, 7 de marzo de 2008

Tontería

Esto es una tontería, cierto. Pero a la gente le gustan las tonterías, en este mundo de locos. Todo sea por hacer llegar un poco de humor —al menos se intenta— a la gente, para que cada uno alivie un poco sus penas.

Paz y amor.

lunes, 3 de marzo de 2008

Recuperar la inocencia

A veces deseo olvidar. Olvidar que te odio, olvidar el rencor que te guardo. Quisiera disolver el terrible dolor que empapa mi corazón, disipar las penas, eliminar los malos recuerdos. A veces deseo olvidar porque ya mi vida no es lo mismo sin ti, y contigo sería tal vez peor.

Peor por tener la certeza de que acabaríamos mal, odiándonos de nuevo; jugando a la guerra, hiriéndonos. Adorándonos en la luz, traicionándonos en la sombra. Agridulce pasión. Cambiando de cara al verte, forzando una sonrisa, para evitar tus inorportunas preguntas. Mordiéndome la lengua para no acusarte, para no delatar tu mezquindad. Buscando la paz del momento, frágil, quebrantable, pendiente de un hilo. Tratando de aguantar miserablemente una situación que sin remedio va a peor. Cada vez peor. Peor porque la cruda realidad erosiona nuestras ilusiones.

Ilusiones, las de los ilusos. Ilusos somos porque creemos que algún día llegará algo que nos librará de nuestras penas y nos hará felices. ¡Qué ilusos! Las penas seguirán ahí. Tú sigues ahí, como si nada fuese contigo, pero sólo tu presencia me hiere y me atormenta. Eres tan sólo una ilusión, pero no consigo borrarte de mi mente.

Mi mente está contaminada. Contaminada de tu veneno, pero he descubierto el antídoto: tu destrucción. Sé que no eres real; yo te creé. Te necesitaba para aliviar mi soledad, por eso te creé. Yo te imaginé, te diseñé, pensé en ti y ahí apareciste tú. También fui yo quien decidió que me abandonases; ya no podías ofrecerme nada nuevo. Ahora seré yo quien te destruya. ¡Oh! Tu sonrisa ya se ha borrado, esa sonrisa que yo dibujé en tu rostro para mí. Pronto desaparecerás de mi mente y del mundo.

Mundo loco. Mundo salvajemente civilizado. Civilización de salvajes, de locos. Éste es el mundo que yo veo, que he descubierto y que ahora aborrezco. Quisiera destruirlo todo y entrar en un mundo nuevo, descubriendo con virginal ilusión lo que ahora rancio se marchita en mi mente. Quisiera recuperar la inocencia.

lunes, 18 de febrero de 2008

A un ruiseñor

He aquí uno de los sonetos más bellos que conozco. Se titula «A un ruiseñor» y lo escribió José de Espronceda.
Canta en la noche, canta en la mañana,
ruiseñor, en el bosque tus amores
canta, que llorará cuando tú llores
el alba perlas en la flor temprana.

Teñido el cielo de amaranto y grana,
la brisa de la tarde entre las flores
suspirará también a los rigores
de tu amor triste y tu esperanza vana.

Y en la noche serena, al puro rayo
de la callada luna, tus cantares
los ecos sonarán del bosque umbrío:

Y vertiendo dulcísimo desmayo
cual bálsamo suave en mis pesares,
endulzará tu acento el llanto mío.

martes, 12 de febrero de 2008

Mundo loco

¿En qué maldito momento firmamos nuestra propia condena? Nuestras vidas se extinguen, inertes, estancadas en la linealidad de unos acontecimientos programados. Exangües, nuestros espíritus repiten hasta la saciedad los mantras de la rutina, hasta que llega nuestra hora fatal. Es una tragedia.

No hay lugar en esta vida de esclavitud y sufrimiento para un sentimiento, para una emoción. Este es un paisaje del que se han eliminado todos los colores vivos, quedando tan sólo el monótono gris del hormigón y del humo. Somos esclavos de nuestro progreso, mal conducido éste, llevado al dominio plutocrático como instrumento de subversión. Todo para los que se empeñan en frenar el cambio; la quintaesencia de la vida. Ya fuimos más libres de lo que ahora somos.

De pronto, todos nos vemos involucrados en absurdas reyertas tecnológicas y burocráticas. Todos debemos pasar por el aro, mientras el domador de circo —que opera desde posición privilegiada— nos engatusa con estúpidos señuelos: fetiches producidos por una sociedad excesivamente comercial y mercantilista. Somos el rebaño, unido por nuestros teléfonos móviles y páginas web. A todos, de repente, nos gusta lo mismo: ir de vacaciones a los mismos sitios, ver los mismos programas de televisión, leer las mismas cosas y escuchar la misma música. Alienación. Hemos perdido nuestro propio gusto, nuestra personalidad, nuestro criterio. Somos clones, máquinas; sin sentimientos, sin emociones. La vida consistía justamente en lo contrario: celebrar con júbilo el milagro de ser únicos e irreemplazables.

Una revolución tecnológica diferente es necesaria, una que esté al servicio de todas las personas y no de unos pocos privilegiados. Debe tener lugar para abolir por fin las diferencias de clase social, para garantizar una calidad de vida para todos, para defender la opinión y la dignidad de cada persona. Esa revolución tecnológica vela por la vida —en toda su esencia—, en lugar de amurallarla para mitigar su efecto perturbador e impredecible.

martes, 5 de febrero de 2008

Ad Mortem Festinamus

(A mi abuelo, q.e.p.d.)

Aún ahora me parece increíble. La noche pasada cantábamos, tocábamos, bailábamos con ritmo, disfrutando de la fiesta, ahogando las penas mundanas con música. Ese es el ritmo que yo llevo en la sangre, tu sangre; sin duda heredado de ti, compañero. Maestro. Pocas horas después fue cuando ocurrió; ese ritmo cesó para siempre en tu corazón. Nunca se sabe cuando la Dama de Negro vendrá para darnos su dulce beso eterno; por eso hay que divertirse hasta el final, sin fallar a la honradez y a la humildad.

Tu vida fue para mí ejemplar. Te recordaré siempre sonriente, como muestra de tu humor incansable; siempre alegre. Viviste plenamente hasta el final, a pesar de las limitaciones. Siempre optimista, a pesar de las complicaciones. Te guardo en mi corazón como referente, porque has triunfado en la vida sin causarle mal a nadie, porque eras amable con todo el mundo. Gracias por ser como eras. Todos te recordaremos con cariño. También con pena porque nos dejas, pero sobre todo te recordaremos con la máxima admiración.

viernes, 25 de enero de 2008

Escudarse en una creencia (II)

Las creencias relegiosas están haciéndole un flaco favor a la humanidad. Desde hace siglos han servido de Leitmotiv de la gran pantomima política; gente poderosa sedienta de aún más poder que en sus delirios de grandeza somete al pueblo a su injusta voluntad. Muchas guerras se han librado por causas religiosas (al menos esa era la excusa).

¿Sería un mundo sin creencias ni religiones un mundo mejor? Es demasiado tarde ya para renegar de la fe; el ser humano ha desarrollado su espiritualidad y ahora es impensable volver a un estado mental puramente animal. Es más, el uso del intelecto al servicio del progreso y la constitución de sociedades complejas es imprescindible de cara a la supervivencia. El ser humano no es rápido corriendo, ni posee potentes garras con las que defenderse; seríamos pasto de los depredadores. Tenemos nuestra capacidad para crear herramientas; dependemos de ello. Vivimos en sociedades con niveles de organización muy elaborados; necesarios ellos para coordinar con éxito misiones y desafíos cada vez más difíciles. Nuevamente hablamos de supervivencia, pero a nuestra manera. Todo esto es necesario.

El sentimiento religioso nace, una vez superado el problema de la supervivencia, para tratar de satisfacer la inquietud mental de cada individuo. El temor inspirado por el desconocimiento del porvenir hace que las personas se aferren a cualquier «ente superior» que parezca tener la respuesta. Todo es cuestión de profetizar, con amables palabras de bienaventuranza, un mundo mejor para las almas. Independientemente de que lo anunciado sea cierto o no, aparecen seguidores dispuestos a todo, a obedecer sin cuestionamiento. Nacen las religiones organizadas. Nacen las maniobras políticas disfrazadas de cruzadas ideológicas y espirituales. Muere el individuo como tal, alienado y plenamente entregado a la causa religiosa.

Es por esto que el hombre sabio, lejos de renegar de su espiritualidad, debe reforzar ésta hasta el punto de hacerla invulnerable a los embates del convencionalismo. Vivir como un ser único, fiel a su propia ley: el superhombre. Si en algo ha de tener fe el hombre es en sí mismo, en su propia divinidad.
The only thing I ever wanted, the only thing I ever needed
is my own way - I gotta have it all
I don't want your opinion, I don't need your ideas
stay the fuck out of my face, stay away from me
I am my god - I do as I please


(Pain - Shut your mouth)

Escudarse en una creencia (I)

El intelecto humano es un arma de doble filo. Cuando tenemos que solucionar un problema de índole técnica, el cerebro pronto se pone a cavilar y, con ayuda del conocimiento adquirido, ofrece una solución. Es maravilloso. También es magnífico todo el proceso creativo del que los humanos —unos más que otros— hacen gala. Formidable. Mas también ocurre que todo ese inmenso potencial se vuelve, a veces, contra la persona. Las causas pueden ser el miedo o la incerteza. Surge el temor en el individuo y éste, buscando protección, se escuda en lo primero que tiene a mano.

El miedo, ese inseparable y ancestral compañero del ser humano, desde siempre jugó un papel muy relevante en la supervivencia. Cuando aún el hombre vivía en las cavernas, era el miedo el que emergía ante el peligro inminente —el del posible ataque de un animal salvaje, por ejemplo—, persuadiendo al individuo de que lo mejor en esa situación sería escapar y ponerse a salvo. Con el progreso y con la creación de sociedades cada vez más complejas, ese miedo primordial comenzó a perder importancia; era posible, en grupo, defenderse del ataque, eliminar el peligro. Sin embargo, aún pese al avance, no se consiguió erradicar ese miedo; han surgido nuevos temores de una base puramente intelectual. Miedo a la soledad, miedo a lo inexplicable, miedo a lo impredecible, miedo a la muerte; el enemigo dejó de ser inminente e instantáneo para convertirse en algo latente e incierto. La duda eterna.

Surge, entonces, la necesidad de cubrir ese vacío generado por la capacidad intelectual; de ello depende alcanzar la felicidad, mitigar la tristeza y el desconsuelo propios de la incertidumbre. Cuestiones como la existencia de una vida después de la muerte hacen temblar al más valiente de los hombres, haciendo que en su lecho mortal se rebaje éste a la calidad de indefensa criatura a merced de la dama de negro. ¿Y si no hubiese nada después? Queremos creer que no es así. Tranquilos, la religión está aquí para desmentirlo, para prometernos un paraíso, para salvar nuestras almas. Queremos creer, deseamos creer.

Obtenemos así protección ante nuestro enemigo invisible; alguien subido a un altar nos dice que es así. «Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.» La salvación está ahí, y se alcanza obrando conforme a una serie de reglas o mandamientos. Hay que tener fe.

Tener fe es necesario pero ya no suficiente. Se nos exige también devoción, entrega; morir por la causa, si es necesario. Las religiones organizadas van más allá del simple ejercicio espiritual. Para nada se trata de servir de guía a la gente de a pie; se trata, más bien, de dominar a toda esa gente. Una multitud al servicio de unos pocos; unos pocos sedientos de poder. ¡Hasta con toda desfachatez nos llaman corderos, borregos! Nos dicen en qué creer y qué hacer; nos dan órdenes. Para nada se tiene en cuenta nuestro criterio u opinión.

La imposición de credo es siempre alienante, es más, se utiliza como medio para la subversión de las masas. Lo que viene después es siempre un ejercicio abyecto del poder. Quien tiene poder ansía tener más poder. Obtienen la entrega de millones de adeptos, de millones de vidas que se sienten miserables en mayor o menor medida. A cambio les ofrecen la salvación de sus almas, contrapartida que ni siquiera ellos tendrán que abonar.

miércoles, 23 de enero de 2008

La vida entera de un vistazo

Nosotros —un «nosotros» diluido en el olvido— llegamos a comprenderte aquel día. Sin embargo, hoy lo que prevalece es la indolencia.

Existe la creencia de que en el lúcido momento que precede a la defunción a uno se le pasa por delante toda la vida en cuestión de décimas de segundo, a cámara rápida. Se ve, en ese trágico momento, lo que ha marcado su vida, lo que tuvo especial significado, lo memorable.

Tal vez se pueda condensar la vida entera de una persona en un intervalo de tiempo tan minúsculo. Tal vez sean muy escasos esos fugaces momentos de dicha en la vida, terriblemente aislados por eternidades de tedio. Tal vez hayan sido más frecuentes esos mágicos momentos pero no se han disfrutado conscientemente. Tal vez nos hemos dado demasiada prisa en vivirlos, consumiéndolos en tiempo récord y apreciándolos tan solo superficialmente.

Los álbumes de fotos que almacenamos, polvorientos, en nuestras moradas testifican a nuestro favor, alegando que la nuestra ha sido una existencia rica en experiencias; una vida intensa. No estemos tan seguros; poco hemos sacado en limpio de nuestros viajes, de nuestros encuentros o de nuestra propio recorrido en la vida. Ansiamos llegar prontamente al destino, sin pararnos ni siquiera a tomar un café calentito para reponer fuerzas. Queremos alcanzar ese destino para, a continuación, marcar otro punto como destino y sin dilación partir hasta ese otro punto. Se olvida lo andado, se obvia el lugar actual: tan sólo unas coordenadas, ningún significado. Nos movemos a toda prisa de un lugar a otro, sin disfrutar de la vida en ninguno de los sitios visitados. Conocemos a un montón de personas, pero ni celebramos su compañía ni compartimos sus inquietudes. Edvard Munch - VampiroLo único que nos queda, al final, es ese conjunto de fotografías, borrosas y descoloridas, que nos recordarán que nosotros sólo estábamos detrás del objetivo y no delante. Espectadores de la vida fuimos.

Y en la hora de nuestra muerte seguimos siendo espectadores, atentos al resumen de nuestra propia existencia: aquel día memorable en el patio del colegio, el primer beso en la boca, la excursión con los colegas, el acto de graduación, etc. Familiares, amigos, vecinos, compañeros; todos entran en escena, pero al otro lado del cristal de nuestros ojos, sin sentirlo en nuestro interior, porque en verdad esa sensación es muy desconocida. Y todo se esfuma rápidamente, con el último aliento; todo se hiela y desvanece, a la par que el torrente furioso de nuestra sangre se calma, volviéndose apagado y tibio.

jueves, 3 de enero de 2008

La flor más hermosa (II)

Las 4 de la mañana, en la víspera de un día festivo. Buena hora para vagar por las calles de una ciudad dormida a trozos: mientras son muchos los que descansan en la quietud de la noche, unas pocas aves nocturnas recorren, por ocio o por tormento, el entramado de calles. En mi caminata observé, al doblar una esquina, una céntrica cafetería, muy luminosa, que envasaba a no pocas personas en su interior; sin duda aves nocturnas. Era una de esas cafeterías que no cierran en toda la noche para dar servicio a quienes gustan de tomarse algún refrigerio a altas horas de la madrugada, entre copa y copa; un oasis perdido en medio del desierto de la noche. Sintiendo el frío de la noche en la cara y con el estómago apaleado por el hambre, resolví muy adecuado entrar para tomar algún tentempié.

Las 4 de la mañana, sentenció mi reloj cuando le pregunté la hora. Era esa la hora a la que comenzaba aquel teatro mágico anunciado en el Lobo Estepario de Hermann Hesse. «Teatro mágico. Entrada no para cualquiera. ¡Sólo para locos!», rezaba el rótulo aquel, en el libro. Me senté y esperé a que alguien viniese a atenderme. Así ocurrió y pedí lo que me apeteció para saciar mi apetito.

Durante el tiempo que permanecí en aquel establecimiento observé, curioso, el tránsito de los clientes. Unos entraban, otros salían, todos se sentaban un rato y consumían. Y mientras ingería bocados de mi manjar nocturno, yo recapitulaba pensativo las cosas acontecidas en tiempo pretérito.

Poco tiempo antes de haber entrado en aquella cafetería yo había asistido a un concierto de música, en un antro oscuro y sucio que criaba en su cavernoso habitáculo una atmósfera de mugre y tinieblas. Había decidido distraerme esa noche de mis ocupaciones mundanas y escuchar algo de música; la única actividad que logra hacer que me evada de la cruda realidad para visitar, en mis pensamientos, lugares mágicos. Esa noche tocaron dos grupos, teniendo éstos que compartir un escenario de reducidas dimensiones y algunos instrumentos.

En aquel lóbrego local me encontré con alguien de conocida faz pero, hasta entonces, ignorada identidad. Nos conocíamos de vista y, por ello, nos saludamos, nos presentamos y conversamos un poco. Encuentros anteriores no habían ido más allá de un cruce de miradas; un gesto de complicidad por encima de toda la masa de gente que, día tras día, es partícipe de la coreografía inerte de lo cotidiano. El de esa noche fue diferente: enriquecedor. Supo decirme lo que verdaderamente importa en la vida y lo que era totalmente accesorio y, como si de toda la vida me conociese, acertó de pleno en mis inquietudes al respecto. Un ángel, tal vez. Salí de aquel lugar con una visión renovada del mundo y dispuesto a vivir intensamente mi vida, disfrutando al hacer lo que tenga que hacer como parte de esas intensas vivencias. Y todo lo que no entre dentro de este plan es prescindible.

Terminé mis viandas y pagué la cuenta. Saludé con cordialidad a quienes me habían atendido y abandoné aquella luminosa cafetería perdida en la noche. Mi estómago estaba ahora saciado y mi mente tranquila. Buen momento para irse a dormir, pensé.