Pensamientos de un Aventurero Cósmico.

lunes, 31 de diciembre de 2007

Salsa agridulce

Ha llegado el momento de despedir el año en curso. Este año, que para mí ha sido más de sombras que de luces, se termina hoy con el frenesí desmesurado de la gente que se lanza a las calles para celebrarlo. Demasiado glamour, demasiada pantomima, demasiado gasto innecesario y demasiadas complicaciones. Cierto, pero todo sea por despedir un año que, para mí, ha comenzado con dolor y que ahora pretendo terminar con júbilo. De modo que me uno a la celebración para festejarlo, eso sí, a mi manera. Me apetece bailar salsa.

Por cada lágrima derramada en vano este año bailaré una canción. Por haber luchado por un imposible, por un sinsentido; por todo ese sufrimiento hoy brindaré, sabiendo que ha quedado patente que mis propósitos fueron siempre nobles. Por combatir cuando había que hacerlo y por la retirada también oportuna, hoy, celebraré la llegada del nuevo año con alegría y con el honor a salvo.

Nos vemos en las pistas de baile; bailando salsa.

Se que tú no quieres que yo a ti te quiera
Siempre tú me esquivas de alguna manera
Si te busco por aquí me sales por allá
Lo único que yo quiero no me hagas sufrir más

Oye, oye bien
Por tu mal comportamiento te vas a arrepentir
y en vano tendrás que pagar todo mi sufrimiento
Llorarás y llorarás sin nadie que te consuele
Así te darás de cuenta que si te engañan duele

Oye mira!
Y después vendrás a mí pidiéndome perdón
pero ya mi corazón no se acuerda más de ti
Llorarás y llorarás sin nadie que te consuele
Así te darás de cuenta que si te engañan duele

Te lo juro que si!
Bandolera..

Llorarás, llorarás, llorarás (llorarás)
como lo sufrí yo (llorarás)
oye tu llorarás (llorarás)
nadie te comprenderá (llorarás)
todo lo malo que hiciste (llorarás)
oye mira lo pagarás (llorarás)
llorarás llorarás (llorarás)
llorarás llorarás (llorarás)
tu me hiciste sufrir (llorarás)
ahora el que ríe soy yo (llorarás)
que no que no que sí que sí (llorarás)
ahora yo voy a vivir (llorarás)
mi vida como yo quiera (llorarás)
echa pa'lante que me voy (llorarás)

(Oscar de León - Llorarás)

lunes, 24 de diciembre de 2007

¿Hay vida antes de la muerte?

Es muy habitual preguntarse por lo que vendrá después del óbito, cuando nuestro aliento se extinga definitivamente y nuestro cuerpo yazca frío en una caja de madera. La eterna pregunta: la eternidad en cuestión.

Pero lo que cabría preguntarse con mayor urgencia y mejor detenimiento es por la viabilidad de una vida antes de la muerte. La vida como mero proceso biológico es un hecho, pero nos es desconocida la finalidad de dicho proceso. ¿Cuál es el sentido de la vida?

Humildemente reconozco que no dispongo de respuesta alguna a tan trascendental pregunta (¿alguien la tiene?). Lo que si puedo responder es que gracias a la finitud de la vida existe en nuestro interior un perentorio deseo por vivir con intensidad; reproduzco un párrafo del libro «El viaje al amor», de Eduardo Punset:
—Es gracias a la brevedad de la vida, a su finitud, que los dos, ahora mismo, en este aeropuerto, sentimos intensamente. Si la vida fuera eterna, resultaría muy difícil concentrarse en algo. Ni siquiera notaríamos el esplendor de las puestas de sol.
En alguna temprana etapa de la evolución de nuestra especie hemos renunciado a la inmortalidad. Algunas bacterias la tienen, nosotros ya no. La hemos cambiado por la posibilidad de evolucionar, de mejorar generación tras generación, de ser diversos. Tenemos un tiempo de vida limitado y hemos de vivirlo de forma genuina, única. No estamos hechos para ser clones o réplicas. Nuestras vidas han de ser plenas y ricas en detalles y matices diferenciadores. ¡Basta de anhelar las bondades ajenas, desarrollemos las propias nuestras! Debemos ser guionistas y protagonistas de nuestra propia existencia, ofreciendo así al mundo algo original y único, para ir finalmente a intimar con la Muerte con la sensación de haber cumplido, de haber tenido una vida plena, de haber experimentado la vida antes de la muerte.

martes, 18 de diciembre de 2007

Vicarious

vi·car·i·ous
–adjective
  1. performed, exercised, received, or suffered in place of another: vicarious punishment.
  2. taking the place of another person or thing; acting or serving as a substitute.
  3. felt or enjoyed through imagined participation in the experience of others: a vicarious thrill.
  4. Physiology. noting or pertaining to a situation in which one organ performs part of the functions normally performed by another.
(Dictionary.com Unabridged v 1.1)

La canción que abre el álbum «10,000 days» de Tool se titula «Vicarious», y habla sobre lo confortable y gratificante que resulta observar el sufrimiento ajeno, desde una distancia prudencial, amparados por el cristal del televisor. La programación televisiva que más audiencia está teniendo actualmente debe su éxito a la polémica, a la disputa entre personas, a los daños emocionales y sentimentales de sus participantes. Cada vez hay más reality shows. Los telediarios se sirven cada vez en un formato más sensacionalista, tratando de alarmar lo más que se pueda, mostrando lo más macabro y obsceno de la sociedad. ¡Es lo que la gente quiere ver!

Sentimos un extraño deseo: una necesidad urgente de alimentar el morbo con tragedias, pero, eso sí, lejos de alcanzarnos la desgracia para no mancharnos de sangre ajena. Nos encanta observar cómo acontecen esas desgracias a las personas que nos rodean, sin mover un dedo para ir a ayudarles. ¡Menudo problema!

Este funesto interés crece como un tumor dentro de un estilo de vida demasiado perfecto, que inhibe todas las posibles emociones en pos de la prosperidad individual. Pero esa no es nuestra naturaleza; la vida es sufrimiento y júbilo, a partes iguales, y esto es imprescindible e insustituible. Si de alguna manera se restringen las emociones —buenas y/o malas— se producirá de forma totalmente natural algún ajuste para restablecer el equilibrio que es menester que exista. La vida clama por la vida, por las relaciones interpersonales, por la comunicación entre semejantes y por todas las penas y glorias que esto conlleva. En una sociedad de sentimientos plastificados, hipocresía y egoísmo, donde el miedo ejerce soberano el control de las mentes y donde los principios se venden al mejor postor, el sufrimiento ajeno resulta hasta gratificante. ¿Es esto lo que queremos?

I need to watch things die
From a good safe distance
Vicariously, I
Live while the whole world dies
You all feel the same so
Why can't we just admit it?


Tool - Vicarious

lunes, 10 de diciembre de 2007

¿Y por qué no?

(Esta entrada está dedicada a una persona excepcional: creativa y asombrosamente fiel a sus principios. Desde mucho tiempo atrás ella ha querido y ha demostrado ser lo que realmente quería ser, sabiendo desarrollar sus actividades personales y profesionales sin dejar de ser ella misma. Por razones como estas mi admiración hacia ella es superlativa. Enhorabuena, NCP.)

Nuestras vidas son moldeadas hasta la alienación. No podemos escoger la forma de desarrollar nuestra existencia; se nos impone desde muy pequeños un modelo educativo totalmente rígido que lo único que hace realmente bien es amaestrarnos para lo que después venga. Luego de un extenso periodo formativo, sumamente prolijo y redundante, se nos encasilla en un entorno laboral y en una dinámica de trabajo que bloquea nuestras verdaderas capacidades.

Somos borregos. La sociedad actual es un rebaño. Todo lo que se nos ha inculcado mediante la educación recibida en las primeras etapas de la vida equivale a los bastonazos y gritos del pastor para llevar al rebaño siempre unido. Colectivamente el rebaño funciona bien, cumpliendo las funciones de productividad esperadas. Individualmente no hay posibilidades de éxito; la res descarriada está definitivamente perdida, condenada a una muerte segura a modo de alimento de algún depredador. No se han desarrollado habilidades para la supervivencia.

Permanecer en el rebaño, haciendo lo que éste hace, es una opción muy sensata. Es lo más seguro, al menos mientras dicho rebaño no se precipite por un barranco. Pero, ¿y si tomamos nosotros la iniciativa de tirarnos por el barranco, antes que nadie, antes que el resto del rebaño? Bien, es evidente que si hacemos eso la caída será mortal. Es una locura.

¡Hagamos locuras, entonces! Hagamos como "El Loco" del Tarot, que siempre es dibujado lanzándose al vacío. ¿A qué esperamos para dar rienda suelta a nuestra creatividad, a ser auténticos, a hacer las cosas con entusiasmo y siendo conscientes de la verdadera razón de ser de todo lo que hacemos? ¡Elevemos nuestra actividad a la categoría de arte!

Hay que actuar con determinación, con fe en nuestra verdadera causa. Es preciso aprender también la forma de resguardarnos de las caídas, o más bien aprender a caer bien, para no hacernos daño. Hemos de vencer ese miedo que a mordiscos nos frena cada vez que intentamos enfrentarnos a lo desconocido y sustituirlo por la consciencia plena del mundo. Hay que desatrofiar todos los sentidos. Proyectemos nuestra esencia en el mundo; seamos genuinos, auténticos, originales. Seamos un poco locos, y cuando nos pregunten por qué hacemos lo que hacemos responderemos: ¿y por qué no?.

lunes, 26 de noviembre de 2007

La revolución de los sentimientos

Vivir escuchando los susurros del corazón es lo que nos hace únicos, inigualables. ¿Para qué querer ser clones idénticos, engranajes que perfectamente encajan en una máquina mal llamada «sociedad»? Rebaños de coches desplazándose en una misma dirección, hábitos y costumbres programados para dispararse con periodicidad, consumismo voraz, desarrollo absurdo: un invento del hombre para eludir su obligación de adaptarse al medio natural. Se ha creado un nuevo medio, sintético y reticular, que ofrece al ser humano muchas comodidades; ya no es necesario tener instinto de supervivencia. A cambio, ha de morirse en vida para ser una parte integrante del sistema, anónima y esclava.

Para la vida y por la vida, es hora de erguirse y actuar por cuenta propia. ¡Rebelión! ¡Insurrección! ¡Sabotaje! Esta será la revolución de los sentimientos. Hay que defender aquello que nos hace humanos y ser lo que realmente queremos ser; hoy un corsario, mañana un Don Juan. ¡Vivamos de nuevo el romanticismo! Saqueemos los templos donde se rinde culto a las costumbres. Violemos a la razón. Destruyamos ídolos e iconos. Acabemos con todo, porque nada de lo que hay tiene valor alguno.

Aliémonos, pues, de quien la vida disponga, para la vida y por la vida; sea esta nuestra entrega a la causa humanitaria.

Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di,
cuando el yugo
del esclavo,
como un bravo,
sacudí.


(José de Espronceda - Canción del pirata)

domingo, 25 de noviembre de 2007

Sólo para locos

Lo que a continuación transcribo es una poesía que aparece en la obra "El Lobo Estepario", de Hermann Hesse. Dedicada a todos los que de vez en cuando se sienten lobos esteparios.

Yo voy, Lobo estepario, trotando
por el mundo de nieve cubierto;
del abedul sale un cuervo volando,
y no cruzan ni liebres ni corzas el campo desierto.

Me enamora una corza ligera,
en el mundo no hay nada tan lindo y hermoso;
con mis dientes y zarpas de fiera
destrozara su cuerpo sabroso.

Y volviera mi afán a mi amada,
en sus muslos mordiendo la carne blanquísima
y saciando mi sed en su sangre por mi derramada,
para aullar luego solo en la noche tristísima.

Una liebre bastara también a mi anhelo;
dulce sabe su carne en la noche callada y oscura.
¡Ay! ¿Por qué me abandona en letal desconsuelo
de la vida la parte más noble y más pura?

Vetas grises adquiere mi rabo peludo;
voy perdiendo la vista, me atacan las fiebres;
hace tiempo que ya estoy sin hogar y viudo
y que troto y que sueño con corzas y liebres
que mi triste destino me ahuyenta y espanta.
Oigo al aire soplar en la noche de invierno,
hundo en nieve mi ardiente garganta,
y así voy llevando mi mísera alma al infierno.

viernes, 23 de noviembre de 2007

Sin retorno (III)

La búsqueda de la verdad transcurre por un paraje sin caminos, por territorios ignotos, por selva virgen. Abrirse camino es difícil, pero retroceder es imposible. A nuestras espaldas ya sólo se percibe el vacío, lo insustancial, lo que no es más que una pantomima: un mero engaño para nuestros sentidos.

Alguien debió advertir al prisionero de la caverna que, una vez comenzado su viaje, retornar de nuevo al estado de ignorancia del que partió sería ya imposible. El conocimiento de la verdad es un camino que una vez que se comienza a andar nos impide dar media vuelta y regresar al lugar de origen. ¡Es tarde ya! La pastilla roja ya ha hecho efecto. Volver de nuevo al presidio de la ignorancia no es posible. No hay retorno. ¿Algún antídoto? ¿Absenta, láudano, nepenthe?: tan solo remedios temporales.

Podemos observar al resto de los prisioneros, inmóviles, observando felices su teatro de sombras chinescas, su realidad simulada. ¿Podríamos ayudarles a salir? No, ellos son felices así; no quieren padecer el sufrimiento causado por la incertidumbre, venida ésta del cuestionamiento de la veracidad de lo que creemos conocer. Pastilla azul, dulce droga, soma. Todo se mantiene invariable; hay un orden incuestionable para todas las cosas.

Vivir es recorrer la senda de nuestra propia existencia. Mi camino es sinuoso y transcurre, las más de las veces, por terrenos baldíos, inertes. Mi camino es el camino de la soledad. Me he liberado de los grilletes del convencionalismo y atrás he dejado la caverna donde el resto de los prisioneros digieren todo aquello que les es mostrado, proyectado en sombras. Intento ver lo que voy dejando atrás, pero la penumbra de la noche ya ha borrado del paisaje la entrada de la cueva. Veo ahora hacia adelante; comienzan a aparecer luces tenues en medio de la oscuridad. Ahora es momento de avanzar.

martes, 20 de noviembre de 2007

Sin retorno (II)

A los ojos del profano, el mundo de la noche es tan solo oscuridad. Pero si uno vence el miedo y se adentra en la penumbra descubre una abundante variedad de matices que harán de su incursión la experiencia más enriquecedora y fascinante de su vida. Esta oscuridad no es más que una sensación transitoria y engañosa que da paso a la más auténtica forma de percibir la realidad del mundo: una realidad subjetiva, no convencional y cambiante.

Esta percepción subjetiva es la que emana de nuestro intelecto a partir de las sensaciones experimentadas. Dichas sensaciones son novedosas, nada convencionales; aportan detalles cada vez más sutiles y refinados. El proceso de observación se halla ahora en una situación kafkiana, desconcertante a causa de la penumbra que absorbe colores y formas. El proceso de la percepción debe adaptarse a su nuevo entorno para que, con ingenio, pueda extraer de éste tanta información como sea posible. Se rompen aquí los ideales impuestos por el sistema educativo y la cultura; es hora de forjar unos nuevos, hechos a medida.

Ya no importa la forma, importa el concepto. La forma no es estática, cambia con el tiempo. El concepto ya contemplaba ese cambio, prediciéndolo. El mundo y el individuo están inmersos en un proceso de cambio continuo. Carece de sentido basar el conocimiento en imágenes estáticas, por muy precisas que éstas sean. Ha de buscarse, en cambio, la idea que subyace tras lo observado, tras lo cambiante.

lunes, 19 de noviembre de 2007

Sin retorno (I)

Vivir es recorrer la senda de nuestra propia existencia. Mi camino es sinuoso y transcurre, las más de las veces, por terrenos baldíos, inertes. Mi realidad es lo que yo percibo y lo que yo creo usando mi imaginación: mi mundo en ruinas poblado por hadas nocturnas y melancólicas. Mi realidad es subjetiva, es el fruto de mi experiencia. Lo que sé acerca del «mundo real» es que éste es tan solo una idea, un concepto hospedado en mi mente.

Mi visión del mundo tiene mucho que ver con la que experimentó ese prisionero que huyó de la caverna; aquel individuo que, junto con sus compañeros de presidio, sólo podía observar las sombras que el fuego proyectaba en la pared. Eso era todo lo que observaba: un teatro de sombras chinescas; agradable espectáculo. Pero ocurrió —quién sabe por qué— que en su cabeza se engendró la duda acerca de si lo que observaba era real. A partir de ahí, comenzó su lucha, su camino hacia la sabiduría, su infinita pugna contra el convencionalismo.

Mi camino comienza al atardecer; si el prisionero tenía que luchar contra la luz del sol en su viaje hacia la verdad, ¿por qué no prescindir de esa dificultad innecesaria? La oscuridad del crepúsculo me facilita enormemente la tarea de apreciación de la realidad. La noche se abre camino en el firmamento y la claridad del día se desvanece. Al mismo tiempo, mis pupilas se adaptan a la oscuridad, permitiéndome apreciar todos los matices de negro existentes, más de los que uno se puede imaginar. Es ese color maldito, atribuido siempre a lo trágico y a lo funesto, el que ahora perfila ese mundo de ideas desconocidas, esa realidad, esa verdad en estado puro.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Sin tregua

La última guerra acaba de estallar. Última porque ya no vendrá otra; ésta no tendrá fin. ¡Sálvese quién pueda! Ha ocurrido porque el ambiente era irrespirable, de crispación constante: el conflicto era inminente. El mundo entero estaba agitado, caliente, enervado, rabioso. El último reducto de paz en la Tierra desapareció, desintegrándose en medio de la tormenta.

Ya no hay esperanza. Carece de sentido plantearse qué hacer en el futuro. Viviremos, de ahora en adelante, cada día como si fuera el último de nuestras vidas. En realidad, podría tratarse éste del último día de nuestras vidas. Aún cuando reina la calma —aparente, por supuesto— la preocupación se respira en el aire, pues en cualquier momento puede aparecer la bala, la flecha o el rayo que nos fulmine.

Los únicos buenos momentos que toca vivir ahora son los proporcionados por la satisfacción de abatir al enemigo, de causarle una baja más, de saquear sus propiedades y de conquistar su territorio. Es una alegría pasajera, pues todo eso así obtenido se desvanecerá rápidamente. Nada permanece en su sitio. Es el caos.

Tan solo cabe esperar, sin prisas, por la única cosa de la que tenemos certeza absoluta de que va a ocurrir: nuestra propia muerte. No buscamos la muerte biológica, sino la extinción de nuestra propia alma. Buscamos alcanzar el nirvana, reiniciar el ciclo; para renacer como una nueva humanidad, mejorada y superior.

lunes, 15 de octubre de 2007

Locura

Habiendo bebido la sangre de algún dios maldito experimento en estos días últimos de sufrimiento el proceso de transformación voraz que perturba mis entrañas. Siento la presión en mis venas, a punto éstas de estallar; siento los latidos, unos mil por minuto.

El cielo azul tornose esta mañana del color de la sangre; y el sol perdió su brillo por un momento, eclipsado, encerrado en una esfera negra y opaca de la que pretendía salir forcejeando con sus rayos prisioneros. Yo, mientras tanto, permanecía petrificado ante aquella mirada negra que atravesaba mi alma. Penetrante y fugaz, aquel cuchillo invisible que salía de sus ojos diseccionaba todo mi ser. Oh, Kali obscura.

Vino después la tarde, o la noche, ¿quién sabe? Todo a mi alrededor ardía con los cobrizos rayos de un sol crecido y furioso; devastador. Trágico paisaje. Desoladora visión. La gente se agolpaba a mi alrededor, corriendo sin cesar, gritando. Yo apenas sentía el calor del fuego que abrasaba mi piel; sólo sentía la corrosiva ausencia de aquello que da sentido a mi vida: mi dulce droga, mi suave bálsamo. Necesité un trago.

Habiendo bebido la sangre de algún dios maldito comprendo en estos últimos días de terrible soledad el elevado precio de la búsqueda de la verdad. Demasiado tarde para volver atrás. Ya sé demasiadas cosas como para cancelarlo todo y hacer como que me he olvidado de todo. No puedo fingir, no sé fingir.

Desde mi butaca puedo ver como el ilusionista introduce el conejo en la chistera, mientras cuenta chistes y charla con el público. ¡Chistoso charlatán! Se acabó para mí la magia en este patético espectáculo, aunque lo cierto es que se trata de un truco imposible: el conejo nunca existió. Por suerte, puedo calmar mi pertinaz preocupación al mismo tiempo que la sequedad de mi garganta. Oh, maldita adicción.

Habiendo bebido la sangre de algún dios maldito resuelvo, hoy, poner fin a esta pesadilla. Siento ya como todo en mi interior se apacigua. El proceso de transformación se detiene, se aletarga, se pospone indefinidamente. Me entra el sueño. Cierro los ojos. Descanso.

viernes, 28 de septiembre de 2007

Las distancias cortas

¿Qué es la distancia? Nada. La distancia es el vacío, tan sólo un artificio matemático ideado para cuantificar la separación de las cosas. La distancia existe en nuestra mente —al igual que, por ejemplo, los intervalos de tiempo— para marcar la diferencia, la desunión. De todos modos, podemos distinguir entre largas distancias y distancias cortas.

De las distancias más largas poco tengo que decir. Éstas pertenecen a órdenes de magnitud tan grandes que, para mí y a efectos de lo que quiero contar, se fusionan en uno solo: el de lo inexistente, el de lo inalcanzable. Las distancias verdaderamente interesantes son las cortas, las que propician toda clase de acontecimientos. Nótese que hablo de distancias en un sentido más amplio al de la medición de longitudes; distancia es, de este modo, la falta de conexión entre dos cosas, el hecho de que nada las relacione. Así, es distancia pequeña aquella que permite conectar un eslabón con el siguiente en la cadena de la causalidad. Distancias pequeñas: proximidad, acercamiento, consecución.

Desde este punto de vista, lo más conveniente es siempre atender al pequeño paso, que por pequeño que sea, es el que comienza la larga travesía. Un décimo piso es una altura inalcanzable para una persona situada en la calle, al pie del edificio, sin la ayuda de una escalera: una serie de peldaños, de pequeñas distancias. ¡Rindamos homenaje al infinitésimo que hace posible la continuidad! ¡Que la decisión inmediata, tomada en tiempo presente, sea la que nos mueva! Decisión tomada al instante y de corazón, sin apenas tiempo para su razonamiento; iterativa y aproximada, pero efectiva.

Alguno de estos movimientos pueden salir mal; podemos dar un mal paso y sufrir las consecuencias. Podemos tropezar subiendo la escalera, podemos equivocarnos en una encrucijada. Podemos perder todo lo que habíamos conseguido hasta entonces, pero entonces podemos levantarnos de nuevo, curar nuestras heridas y seguir avanzando. Podemos fallar en las distancias cortas —pues toca actuar siempre con diligencia y determinación—, cometiendo errores de cálculo y previsión. Pero todos esos errores son subsanables, no son catastróficos. No persigamos metas lejanas, casi utópicas. Vivimos en el presente, y del futuro sabemos lo justo: que está por venir, nada más.

sábado, 22 de septiembre de 2007

Por favor, no molestar

No hay mayor tormento que el de atender —por mor de una extraña necesidad moral— las relaciones sociales cuando buscamos el aislamiento, la despreocupación total hacia lo que es externo a nuestras vidas, ya suficientemente castigadas por los problemas propios. ¿Quién quiere ver miseria? ¿Quién quiere sentir pena? Los miserables mejor a distancia, lejos del hogar, siempre fuera, preferiblemente separados por el cristal de la pantalla del televisor. ¡Qué suerte que no somos nosotros! No nos podemos quejar, no vivimos bajo la opresión de un régimen fundamentalista, o sumidos en guerras y revoluciones constantes; las mujeres son aquí libres y los niños reciben una educación modélica. Preocupaciones, las justas. Bastante tenemos ya con rendir en el trabajo, en los estudios; con pagar la hipoteca y con llevar adelante nuestra vida. La casa, el coche, las facturas: es ya suficiente.

Esto es lo que hemos elegido: un estilo de vida burgués y de autosatisfacción. A cambio, sacrificamos las relaciones personales, amurallando nuestro entorno ante la amenaza de la problemática ajena, eludiendo toda la complejidad que engendra el contacto humano. Ya no conocemos a nuestros vecinos, ni siquiera a los de la puerta de enfrente. Observamos a través de la ventana del patio de luces sus movimientos, elucubrando acerca de sus hábitos y costumbres, de sus manías, de sus defectos; nunca nada bueno, somos mejores que ellos y nos alegramos de que la vida de nuevo nos sonría.

Y es aquí donde entro yo, El Loco, El Terrorista. Asqueado de esa horrible situación, envenenado por soportar esa terrible actitud. Dispuesto a actuar, a infringir las normas, a violar las costumbres, a derribar lo preestablecido, a enfrentarme a la ética y a la moral. Entraré en todas las casas, allanándolas, desvalijándolas, mancillando sus dormitorios, sumiéndolas en el caos. Os causaré problemas, tantos como me dejéis con vuestra inútil resistencia. Recibiréis de mí todo lo que teméis, ni más ni menos.

Me repudiaréis, me daréis la espalda, negaréis conocerme. Borraréis de vuestras agendas mi teléfono y dirección; renegando de mí, de esa bestia, de esa mala persona, de esa perturbación maligna. De acuerdo, el primer asalto lo ganaréis vosotros. Me habréis echado de vuestras vidas, pero el miedo persistirá en vuestros corazones vacíos hasta el fin.

And I can feel your soul of ice,
You hide yourself behind these lies
You became a creature of masquerade
It's your bleeding heart you hate
You're building a wall of confusion and lies,
Nobody can hear your silent cries
But when you sleep you dream of me
And I kiss you in your dreams...


Blutengel - Soul of Ice

sábado, 1 de septiembre de 2007

Dulce y depresiva

Esta es una noche de quietud forzada. Ya las hordas de turistas han emprendido su viaje de retorno a sus lugares de origen, aunque el buen tiempo, tardío este año, aún permanece y nos obsequia con noches agradables como ésta.

Recorro las inertes calles con mi coche, escuchando complacido la música que me apetece: The Gathering, alguno de sus discos antiguos. La escucho para mitigar temporalmente la horrible pena de la soledad. La voz de Anneke, suave y dulce, actúa como un bálsamo al mismo tiempo que la música me hace flotar, mientras conduzco, despacio, tranquilo. Esta música celestial me proporciona una sensación de agrado, haciendo que mi regreso a casa en la noche sea un momento especial, dichoso.

Llego a casa y escribo esto. Me encuentro muy tranquilo, sosegado. Ahora mis penas parecen haberse marchado, como por acción de una mágica droga. Mañana me despertaré, atacado de nuevo por la misma sensación de vacío de siempre; es muy probable que eso ocurra. Pero tengo más canciones.

There is no place
On the face
Of this earth
Only silence
Is the sound
Of an angel


The Gathering - Great ocean road

miércoles, 15 de agosto de 2007

Rutina

Leí, hace algún tiempo, una novela titulada «Veronika decide morir», de Paulo Coelho. A pesar de lo contundente que es el título, esta obra es, en realidad, un canto a la vida, a las vivencias más intensas y emocionantes. Recomiendo su lectura a todos aquellos que empiezan a notar en su vida cómo la rutina comienza a destruir todo encanto y placer. A continuación, reproduzco literalmente un pensamiento —enunciado en clave de resignación— que la protagonista tiene tras su tentativa de suicidio.


Yo vuelvo a mi cuarto alquilado en el convento. Intento leer un libro, enciendo el televisor para ver los mismos programas de siempre, coloco el despertador para despertarme exactamente a la misma hora que el día anterior, repito mecánicamente las tareas que me son confiadas en la biblioteca. Como el sándwich en el jardín frente al teatro sentada en el mismo banco, junto con otras personas que también escogen los mismos bancos para almorzar, que tienen la misma mirada vacía, pero fingen estar ocupadas con cosas importantísimas.

Después vuelvo al trabajo, escucho algunos comentarios sobre quién está saliendo con quién, quién está sufriendo tal cosa, cómo tal persona lloró por culpa del marido, y me quedo con la sensación de que soy bonita, tengo empleo y consigo el amante que quiero. Después regreso a los bares hacia el fin del día y después todo vuelve a empezar.

Mi madre (que debe estar preocupadísima por mi intento de suicidio) se recuperará del susto y continuará preguntándome qué voy a hacer de mi vida, porque no soy igual a las otras personas, ya que, al fin y al cabo, las cosas no son tan complicadas como yo pienso que son. «Fíjate en mí, por ejemplo, que llevo años casada con tu padre y procuré darte la mejor educación y los mejores empleos posibles.»

Un día me canso de oírle repetir siempre lo mismo y, para contentarla, me caso con un hombre a quien yo misma me impongo amar. Ambos terminaremos encontrando una manera de soñar juntos con nuestro futuro, la casa de campo, los hijos, el futuro de nuestros hijos. Haremos mucho el amor el primer año, menos el segundo, a partir del tercero quizás pensaremos en el sexo una vez cada quince días y transformaremos ese pensamiento en acción apenas una vez al mes. Y, peor que eso, apenas hablaremos. Yo me esforzaré por aceptar la situación, y me preguntaré en qué he fallado, ya que no consigo interesarlo, no me presta la menor atención y vive hablando de sus amigos como si fuesen realmente su mundo.

Cuando el matrimonio esté sostenido apenas por un hilo, me quedaré embarazada. Tendremos un hijo, pasaremos algún tiempo más próximos uno del otro y pronto la situación volverá a ser como antes.

Entonces empezaré a engordar como la tía de la enfermera de ayer, o de días atrás, no sé bien. Y empezaré a hacer régimen, sistemáticamente derrotada cada día, cada semana, por el peso que insiste en aumentar a pesar de todo el control. A estas alturas, tomaré algunas drogas mágicas para no caer en la depresión y tendré algunos hijos en noches de amor que pasan demasiado de prisa. Diré a todos que los hijos son la razón de mi vida, pero, en verdad, ellos exigen mi vida como razón.

La gente nos considerará siempre una pareja feliz y nadie sabrá lo que existe de soledad, de amargura, de renuncia, detrás de toda esa apariencia de felicidad.

Hasta que un día, cuando mi marido tenga su primera amante, yo tal vez protagonice un escándalo como el de la tía de la enfermera, o piense nuevamente en suicidarme. Pero entonces ya seré vieja y cobarde, con dos o tres hijos que necesitan mi ayuda, y debo educarlos, colocarlos en el mundo, antes de ser capaz de abandonar todo. Yo no me suicidaré: haré un escándalo, amenazaré con irme con los niños. Él, como todos los hombres, retrocederá, dirá que me ama y que aquello no volverá a repetirse. Nunca se le pasará por la cabeza que, si yo resolviese realmente irme, la única elección posible sería la de casa de mis padres, y quedarme allí el resto de la vida teniendo que escuchar todos los días a mi madre lamentándose porque perdí una oportunidad única de ser feliz, que él era un excelente marido a pesar de sus pequeños defectos y que mis hijos sufrirán mucho por causa de la separación.

Dos o tres años después, otra mujer aparecerá en su vida. Yo lo descubriré (porque lo veré o porque alguien me lo contará), pero esta vez fingiré ignorarlo. Gasté toda mi energía luchando contra la amante anterior, no sobró nada, es mejor aceptar la vida tal como es en realidad y no como yo la imaginaba. Mi madre tenía razón.

Él seguirá siendo amable conmigo, yo continuaré mi trabajo en la biblioteca, con mis sándwiches en la plaza del teatro, mis libros que nunca consigo terminar de leer, los programas de televisión que continuarán siendo los mismos de aquí a diez, veinte o cincuenta años.

Sólo que comeré los sándwiches con sentimiento de culpa, porque estoy engordando; y ya no iré a bares, porque tengo un marido que me espera en casa para cuidar a los hijos.

A partir de ahí, todo se reduce a esperar a que los chicos crezcan y pensar todos los días en el suicidio, sin valor para llevarlo a cabo. Un buen día, llego a la conclusión de que la vida es así, de que es inútil rebelarse, de que nada cambiará. Y me conformo.

miércoles, 1 de agosto de 2007

Noches de verano

Comienzo mis vacaciones y comienza a llover. ¡Vaya un verano atípico éste! Pero lo cierto es que me da igual; ni esto me impide disfrutar de mi tiempo ni ha de llover para siempre. Espero que, por lo menos, sea éste un año libre de incendios forestales.

No puedo negar que prefiera el buen tiempo, el cual me permite llevar a cabo actividades al aire libre que con tiempo lluvioso son incómodas o, directamente, imposibles. Necesito días largos y soleados para cargarme de optimismo, para aliviar las penas del crudo invierno que ya dejamos atrás. Quiero disfrutar de las agradables noches de verano al aire libre, tranquilo y relajado; apreciando las fragancias de las flores nocturnas cuando paso cerca de algún jardín o hundiendo mis pies en la suave y fina arena de alguna playa, plateada por la luz de la luna.

Mucho me apetece tumbarme de noche en la playa y observar desde allí el firmamento, viendo como miles de estrellas en la negra bóveda rielan sin cesar. Es ése un momento de absoluta calma —muy deseable para olvidarse un poco del ajetreo cotidiano— y adecuado para compartir con las personas queridas. Sugerencias para esas noches mágicas son la caza de estrellas fugaces —que bien es cierto que conceden los deseos pedidos al ser vistas si realmente éstos provienen del corazón—, un picnic nocturno o cualquier otra actividad destinada al relax; el objetivo es olvidarse por un momento de las preocupaciones.

A propósito de las estrellas fugaces, cabe mencionar que en la noche del 12 de agosto tiene lugar todos los años la lluvia de meteoros de las Perseidas, conocida también como las lágrimas de San Lorenzo. Es ésta una buena ocasión para reunirse en un lugar tranquilo y poco iluminado —por ejemplo, una playa— y disfrutar del «espectáculo».

Tragedienne of heavens
Watching the eyes of the night
Sailing the virgin oceans
A Planetride for Mother and Child


Nightwish - Stargazers

miércoles, 11 de julio de 2007

Wanderlust (IX)

Nuestra aventura llega aquí a su término. En el último día de nuestro periplo tocaba dirigirse al aeropuerto de Hahn para coger un vuelo hacia nuestra tierra. Habíamos pasado la noche en Saarbrücken, en la casa de un amigo, de modo que en la mañana de este último día regresamos al aeropuerto que en la tarde del día anterior habíamos dejado para hacer un poco más intensa nuestra particular odisea.

Nuevamente recorrimos verdes prados y bosques negros, característicos del país en el que estábamos. De nuevo la Autobahn. Más prados y bosques, también bellísimos pueblos. Finalmente llegamos al aeropuerto y nos embarcamos en nuestro avión. Un par de horas después ya pisábamos tierra patria. La primera sensación que yo tuve al llegar fue de tristeza; ya no iba a ver más cosas extraordinarias, ya no iba a sentir la excitación que produce descubrir cosas nuevas. Luego me sentí bastante mejor; ya estábamos en casa.

Y acaba aquí este maravilloso viaje que unos amigos y yo realizamos hace un año exactamente. Satisfacíamos así nuestras ansias de viajar, aunque fuese tan sólo temporalmente. Habíamos estado en muchos lugares diferentes, viendo un montón de cosas, experimentando nuevas sensaciones.

Creo firmemente que el anhelo de viajar es algo inherente al ser humano. Desde tiempos inmemoriales, los grandes viajes han sido motivados por la necesidad de procurar un mejor hábitat y tierras fértiles. Hoy en día esas causas han dejado de tener peso o validez, pero sigue latente ese espíritu aventurero en el corazón de hombres y mujeres. Hoy en día, ese deseo de conocer nuevos horizontes sirve a un interés más espiritual y elevado: unir a las personas de todas las razas y etnias.

El viajero experimenta, cuando recorre el mundo, el contacto con otras culturas. Esto es un intensísimo proceso de aprendizaje en vivo, mediante el cual el individuo adquiere una conciencia global, universal, ampliando su visión del mundo. Las personas que buscan conocer culturas diferentes a las suyas para así hacer medrar su conocimiento encuentran todas las respuestas que buscan en sus viajes. Este interés por lo foráneo, por lo atípico, surge como un vivo deseo de responder a las tantas dudas con las que el ser humano nace. Citando a Carlo Goldoni, cabe decir que el que no ha salido jamás de su país está lleno de prejuicios. Por eso creo que buscar nuevos horizontes es en realidad buscar nuevas respuestas.

It's not the end
Not the kingdom come
It is the journey that matters, the distant wanderer
Call of the wild
In me forever and ever and ever forever
Wanderlust


Nightwish - Wanderlust

martes, 10 de julio de 2007

Wanderlust (VIII)

Llegamos ya al penúltimo día de nuestro viaje. Esa mañana dejamos atrás Oslo para emprender el viaje de regreso a nuestra tierra. Por otra parte, nuestra amiga «la finlandesa» regresaría a Helsinki. Sería esa una mañana de vuelos para todos.

De nuevo éramos las cuatro personas de origen. Volamos ese día desde Oslo hasta Hahn (Alemania), lugar en el que ya habíamos estado antes. Nuevamente nos tocaba una larga espera para tomar el siguiente vuelo, y como en ese lugar —prácticamente rural— no hay muchas diversiones para un grupo de aventureros como el nuestro, decidimos de nuevo movilizarnos.

Volvimos a alquilar un coche por un día, pero esta vez visitamos un lugar diferente: la ciudad de Saarbrücken, próxima a la frontera con Francia y Luxemburgo. Lejos de haber elegido esta ciudad de forma totalmente arbitraria, los que nos llevó hasta allí fue el repentino anhelo de visitar a un amigo que allí residía por aquel entonces. Avisamos a ese compañero en el mismo día y éste nos acogió en su casa.

Ir a Saarbrücken supuso el mayor reto de los experimentados durante el viaje, debido a las diferencias idiomáticas. Por ser zona fronteriza con Francia, la gente de esa zona apenas habla el inglés. Tuvimos que defendernos con las cuatro palabras de alemán y las otras tantas de francés que conocíamos. Pero llegamos, y todo salió a pedir de boca. Además, ya en el lugar, contábamos con la ayuda de nuestro amigo, quien hablaba con soltura el alemán.

lunes, 9 de julio de 2007

Wanderlust (VII)

Noruega es tierra de vikingos. Nuestro viaje no podía omitir de ninguna manera el acercamiento a la cultura vikinga, y por ese motivo reservamos la mañana del 9 de julio de 2006 para visitar el museo vikingo, en Oslo.

Aunque era posible acudir a dicho museo por tierra, andando, nosotros optamos por acercarnos a dicho sitio por mar. Así, cruzamos la bahía en un pequeño y viejo barco de pasaje, eludiendo el extenso rodeo que tendríamos que dar de haber ido por tierra.

El museo vikingo es pequeño y se puede ver en poco tiempo. El su interior se encuentran expuestos muchos restos arqueológicos, con las correspondientes explicaciones acerca de sus usos y su procedencia. Como nos sobró el tiempo tras la visita cultural, dedicamos la tarde de ese día —el último que pasábamos en Noruega— al descanso.

domingo, 8 de julio de 2007

Wanderlust (VI)

El siguiente punto de nuestro itinerario era Oslo. En la mañana del 8 de julio de 2006 nos subimos al tren que nos llevaría a la capital de Noruega, atravesando verdes paisajes de montaña, salpicados éstos de nieve y lagunas. La travesía en tren duró unas 6 horas, lo que la convierte en el trayecto de mayor duración de todos los practicados en nuestro viaje. Mas debo decir que la calidad y el confort de los trenes noruegos hizo de ese viaje algo llevadero.

Llegamos a Oslo a primera hora de la tarde y buscamos nuestro alojamiento. Dejamos allí nuestros bártulos y nos fuimos a explorar la ciudad. Comenzamos a caminar, callejero en mano, y llegamos a un curioso parque (Vigeland) lleno de figuras sumamente eróticas, obscenas, sugerentes. Cientos de ellas. Vimos también el Palacio Real, algunas embajadas y otros edificios emblemáticos. Al final de la tarde, reparamos en que habíamos recorrido gran parte de la ciudad; Oslo no es una ciudad muy grande.

sábado, 7 de julio de 2007

Wanderlust (V)

La orografía noruega es única en el mundo y accidentada como pocas. Cientos, miles de recovecos tiene su costa, en forma de lenguas de mar que penetran en las montañas varios kilómetros. Sin duda, se trata de un paisaje cuya belleza no tiene parangón; digno de ser visto: hablo de los fiordos noruegos.

Fiordos hay muchos a lo largo de toda la costa noruega, y algunos son especialmente bellos. Decidimos visitar el fiordo que lleva por nombre Sognefjord (Fiordo de los Sueños), y un afluente de éste, llamado Nærøyfjord. El Sognefjord es uno de los más largos fiordos del mundo, y su afluente se caracteriza por ofrecer un paisaje capaz de cortar la respiración; un estrecho canal de agua flanqueado por altísimas montañas.

La excursión a los fiordos tenía su punto de partida en la estación de ferrocarril de Bergen. Allí tomaríamos un tren que nos conduciría a la localidad de Myrdal, situada a más de 800 m. de altitud y acunada en un bucólico paisaje de montaña. Desde ese lugar partiría un nuevo tren hacia Flåm, haciendo un recorrido de apenas 20 km y descendiendo hasta los 2 m sobre el nivel del mar por desfiladeros y túneles. Vale decir que esta obra de ingeniería —conocida como Flåmsbana (tren de Flåm)— es orgullo del pueblo noruego, por los retos que entrañó su construcción a mediados del siglo XX.

Flåm es uno de los lugares más pintorescos que he visto en mi vida. Está situado en un valle, entre altas montañas, donde el curso de un pequeño río desemboca en el Sognefjord. Allí debíamos esperar para embarcarnos en un pequeño crucero por el fiordo. Dicho crucero recorría el Sognefjord dejando a ambos lados verdísimas paredes de montaña adornadas con delgados saltos de agua; un paisaje singular que combinaba escarpadas montañas, mar, ríos y praderas. Llegados a un punto de la travesía, el barco se desvió por el Nærøyfjord para, finalmente, atracar en Gudvangen.

De Gudvangen fuimos —ya de regreso— a Myrdal en autobús, recorriendo carreteras que serpentean entre las montañas, ascendiendo por ellas con pendientes imposibles. En Myrdal nos esperaba el tren que nos llevaría de nuevo a Bergen. Rematamos nuestra excursión a los fiordos echando un último vistazo a aquellas impresionantes vistas. Estábamos exhaustos.

El día siguiente lo dedicamos a conocer un poco la cuidad en la que estábamos. Dimos un agradable paseíto matinal por el mercado del puerto, recorriendo los diversos puestos de pescado y fruta. Carnes de ballena y salmón, fresas —las más ricas que he probado— y muchas cosas más. Por la tarde y por la noche recorrimos algunas calles que no habíamos visto de la ciudad. Era éste el último día que pasábamos en Bergen, pues al día siguiente, temprano, de mañana, abandonaríamos este lugar para dirigirnos en tren al próximo destino.

jueves, 5 de julio de 2007

Wanderlust (IV)

En el quinto día de nuestro viaje dejamos atrás Helsinki —quizás con añoranza de no haber visto todo lo que allí se puede ver— para dirigirnos a nuestro nuevo destino en un nuevo país: Noruega. Éramos cinco; nuestra bienquerida amiga también venía. El vuelo que tomamos desde la capital finlandesa nos llevó a Oslo. Mas no era ese nuestro inmediato objetivo, de modo que reservamos la visita a dicha ciudad para el final. De hecho, no llegamos a salir del aeropuerto; debíamos tomar inmediatamente otro avión.

Aquella persona que viaja a Noruega tendrá siempre un compromiso de inexcusable cumplimiento en su itinerario: ver los fiordos. Y ese era el motivo de nuestro segundo vuelo en ese día, que nos llevaría a la ciudad costera de Bergen, punto de partida para nuestra excursión por el incomparable paisaje natural de los fiordos noruegos.

Llegamos a esta peculiar ciudad por la tarde, buscamos nuestro alojamiento y nos relajamos un poco después de pasarnos todo el día de aeropuerto en aeropuerto. También aprovechamos para buscar algo de información acerca de los viajes organizados a los fiordos más cercanos en la oficina de turismo de Bergen, muy próxima al hostal que nos serviría de morada para las tres próximas noches. Dimos también un pequeño paseo por las zonas más céntricas de la ciudad, ya en el atardecer —que, por hallarnos en las latitudes en las que nos hallábamos, tenía lugar sobre las 11 ó 12 de la noche—, viendo algunos elementos característicos de la nórdica ciudad costera en la que nos hallábamos. Merece la pena mencionar las pintorescas casas del puerto que se pueden apreciar en la fotografía (Bryggen), consideradas Patrimonio de la Humanidad. Dichos inmuebles alojan actualmente en sus bajos pubs y restaurantes que atraían a todas horas a turistas de todo el mundo.

miércoles, 4 de julio de 2007

Wanderlust (III)

Asentados por unos días en Helsinki, mis compañeros y yo nos dedicamos a conocer el estilo de vida de las gentes del país en el que nos hallábamos. Con los días medrados considerablemente en horas de luz —unas 22 en la época en la que fuimos— podíamos pulular alegremente por la ciudad y sus inmediaciones sin temor a que la noche se nos viniese encima.

Uno de los lugares más singulares que he visto durante la estancia en la capital de Finlandia es el conjunto de seis pequeños islotes que responde al nombre de Suomenlinna —que significa «castillo finlandés», y que realmente se trata de un área fortificada—. Puede decirse que el día que visitamos este peculiar archipiélago fue un día de tregua, un día de relax; durante los tres anteriores no habíamos parado ni un momento con todo el ajetreo de los desplazamientos. Suomenlinna es un lugar ideal para relajarse, apartado del bullicio de la ciudad, con pequeños trozos de verde a la sombra de los árboles y hasta una pequeña playa de arena para darse un chapuzón (en esa época del año las aguas del Báltico no están frías y tienen un gusto sorprendentemente dulce). Pero si hay un rincón de esas islitas que me ha cautivado de manera especial, éste ha sido un chiringuito caracterizado por ser el más cutre y apartado de los que allí pudiese haber, perdido entre embarcaciones y botes de pintura. Era el último reducto a salvo de la avalancha de turistas veraniegos, decadente y romántico, realmente entrañable.

El día siguiente ya no fue tan relajado. Desde el puerto de Helsinki tomamos un transbordador que nos llevó a Tallin —capital de Estonia—, después de tres horas de travesía por el Báltico. Esta ciudad parece una extraña mezcla de cuento de hadas y viejas glorias de la URSS. Casas y calles al estilo medieval tenían por fondo grises edificios que se extendían hasta que tropezaban con las montañas. Mercados por las calles. Reclamos para los turistas. La impresión que me llevé de la zona antigua de esta ciudad es muy grata, sumamente bella, pero todo aquello se me antoja un tanto artificial por tratarse a todas luces de un teatro hecho para los turistas. Nuevamente, hay que saber reconocer lo auténtico y maravillarse así con la cultura del lugar, exótica y esplendorosa: catedral y ciudad antigua —declarada Patrimonio de la Humanidad— son dignas de ver.

Pasamos todo ese día en Tallin, regresando al final de la tarde a Helsinki en el mismo ferry que hasta allí nos había llevado. Otras tres horas de travesía. Llegamos exhaustos a nuestra temporal morada y con ganas solo de dormir.

lunes, 2 de julio de 2007

Wanderlust (II)

El sol del amanecer hacía acto de presencia ya a las 4 ó 5 de la madrugada; algo imposible en España, pero estábamos en Frankfurt (Alemania), tratando de dormir como mejor podíamos en los asientos del coche de alquiler. Estacionado en una cuneta, el coche hacía las veces de caravana improvisada para cuatro personas. Era, pues, inminente la llegada del nuevo día —2 de julio de 2006— y con ésta se desvanecían ya por completo mis fútiles intentos por conciliar el sueño.

Poco a poco fueron despertando el resto de pasajeros, y cuando la vigilia era ya común a todos los ocupantes del vehículo acordamos con unanimidad procurarnos un desayuno antes de emprender de nuevo la marcha hasta el siguiente destino de nuestro viaje. Dicho y hecho, pronto conseguimos algo de café para tomar en la mismísima calle, pues el espíritu nómada que nos guiaba en esos días de incesante movimiento nos sugería éste como el mejor lugar. Nos despedimos de la ciudad en la que nos hallábamos haciéndole una última visita a algunas de sus calles, ahora iluminadas por la luz del día. Nos subimos al coche y salimos de Frankfurt incorporándonos a la Autobahn que nos llevaría de nuevo al aeropuerto al que llegamos en el día anterior. Allí tomaríamos el siguiente vuelo marcado en nuestro itinerario.

Dejamos allí el coche y nos embarcamos en un avión. En la tarde del 2 de julio nos dirigíamos a la localidad finesa de Tampere —las compañías de bajo coste operan en aeropuertos un tanto inusuales—, desde donde nos desplazaríamos en autobús hasta la capital: Helsinki.

Tan sólo posar los pies en tierra finesa hizo que me embargase una extraña sensación, mezcla de júbilo y melancolía. Este remoto país me había cautivado desde muchos años atrás, pues me lo figuraba yo lleno de cosas maravillosas y exóticas. Pronto comprobaría que no estaba equivocado (como muestra primera de mi comprobación, señalaré la bien dotada y esbelta conductora del autobús; inminente exhibición de belleza nórdica).

Sobre las ocho de la tarde llegamos por fin a Helsinki, donde habíamos quedado con una querida amiga que se hallaba en ese remoto paradero desde hacía unos meses. Curiosa sensación al toparnos con ella: tras muchas horas de viaje, de visitar lugares tan dispares como los que ya habíamos visto (tan lejos de casa), de ver y conocer gente muy diversa, la sensación que produce ver de nuevo a un conocido en un lugar tan insospechado hace tambalear nuestros sentimientos, desde lo más hondo de nuestro ser. El encuentro fue celebrado con la alegría y la euforia propias del viajero que descubre para sí nuevos horizontes.

domingo, 1 de julio de 2007

Wanderlust (I)


wanderlust
n : very strong or irresistible impulse to travel [syn: itchy feet]
-- From WordNet (r) 2.0


Ocurre de vez en cuando que siento un irrefrenable deseo de viajar, mas creo que esta sensación no es exclusiva de mí. No pretendo ahondar en las cuestiones filosóficas o antropológicas que pudieran derivarse tratando de argumentar una explicación a este peculiar hecho, pero personalmente opino que esas ganas de visitar nuevos lugares responde a una necesidad atávica de exploración y descubrimiento propia del ser humano que era de obligado cumplimiento para nuestros más remotos ancestros, por supervivencia. Hoy día, enfrascados en un estilo de vida sedentario, el gusto por viajar queda muchas veces relegado al ámbito del ocio, pero aún así, ese ansia por viajar, ese wanderlust permanece latente en nuestros corazones.

Me gustaría compartir con el lector una vivencia mía y de un grupo de amigos que hace un año (exactamente) comenzamos. Unos más versados en materia de viajes internacionales, otros más nóveles, nos decidimos todos a realizar un viaje por las tierras del norte de Europa, aprovechando una serie de circunstancias que se daban por aquel entonces y que es prolijo relatar aquí.

Así, el 1 de julio de 2006 nos dirigimos 4 personas al aeropuerto de Santiago de Compostela para embarcarnos allí en el primero de los vuelos que componían nuestro periplo. Ese primer desplazamiento nos llevaría a la localidad alemana de Hahn, cercana a Frankfurt. El propósito inicial de hacer parada en ese lugar era ajena a nuestra voluntad; simplemente era un requisito impuesto por la disponibilidad de vuelos a Finlandia que ofertaba la compañía low cost que habíamos contratado. No habiendo vuelos directos a los países nórdicos desde España fue necesario hacer allí escala y esperar nada menos que 20 horas por el siguiente avión.

Esperar tanto tiempo en un aeropuerto puede ser desesperante, aún gozando de buena compañía. No nos lo pensamos dos veces y buscamos la forma de desplazarnos hasta Frankfurt para ver dicha ciudad y divertirnos un poco por la noche. La opción que más nos sedujo fue la de alquilar un coche, pues además de servirnos de medio de transporte, hizo las veces de lugar de pernocta en esa noche de desenfreno.

Y así fue. Recorrimos las verdes praderas y los negros bosques alemanes por impecables carreteras y autopistas —libres de peaje, por cierto—, para llegar a Frankfurt con el crepúsculo. La ciudad estaba bañada en fiesta por mor del mundial de fútbol, y todas sus calles estaban llenas de gente. Aquella fue una noche inolvidable, diferente. Gentes de todas las nacionalidades invadían las calles de la ciudad, y hasta altas horas de la madrugada los locales de ocio permanecieron abiertos. Aprovechando la coyuntura, decidimos formar parte de aquel festejo y adentrarnos en los ambientes más dispares. Acabamos rendidos, pero mereció la pena.

jueves, 21 de junio de 2007

Cordialidad

Hay algo maravilloso que temo vayamos a perder, y ese algo es el trato cordial entre amigos, compañeros, vecinos o —¿por qué no?— personas cualesquiera, conocidas o no. Quedan, no obstante, algunos rescoldos de tan agradable muestra de humanidad desperdigados por la infinidad de lo cotidiano y que se hacen notar, cuando afloran, como oasis en el desierto. Relataré algunos casos que para mí son memorables.

Hará cosa de unos diez años yo solía utilizar el autobús para desplazarme a ciertos destinos que no vienen al caso. En dichas travesías era habitual encontrarse gente muy variada, aunque predominaba entre los viajeros la tercera edad.

Un pasajero habitual era un señor que todos los días subía en su parada, a la misma hora —las cuatro de la tarde—, pagaba su billete y, acto seguido, saludaba a todo el conjunto de los viajeros con un sonoro y enérgico «¡Buenas tardes a todos!». Algunos pasajeros le devolvían el saludo cordialmente, amenizados, sin duda, por esa cosa tan sencilla que es un saludo. ¿A quién iba dirigido? A nadie en particular; a todos los presentes.

La línea de autobuses a la que hago alusión cubría el transporte de pasajeros entre localidades pertenecientes a la comarca en la que vivo, algunas de ellas decididamente rurales. Yo pensaba, por tanto, que esta facilidad para el diálogo y la comunicación entre personas aparentemente desconocidas era característica y casi exclusiva de las gentes de los núcleos de población pequeños. También pensaba que, por tratarse de un entorno totalmente opuesto al mencionado, la gente de ciudad era menos comunicativa, hasta el punto de suponer que casi nadie conocía a sus vecinos más próximos. Mas, ¡qué grata sorpresa la mía!, cuando teniendo que viajar en reiteradas ocasiones en líneas de bus urbano, metro, etc. —hablo, por ende, de las más grandes urbes— observé muestras de cordialidad similares a las presenciadas en mi entrañable autobús «interaldeano».

Este hecho me dio que pensar, y todavía no estoy seguro de lo que haya podido sacar en limpio de mis cavilaciones. La cuestión es que no importa el número de habitantes de una zona; creo que la justificación de este afán comunicativo se halla en algo mucho más fundamental. La respuesta la hallo en otras bonitas observaciones de mi entorno.

En otra ocasión, saliendo yo de casa me encuentro con la muy amable señora vecina mía, que me pregunta:

―Oes! Cando ven o teu pai?
―Pois seguramente virá agora, para o verán; depende de se teñen boa pesca ou non.
―Está ben. Veña, adeus!
―Adeus!

De repente, me veo inmiscuido en una conversación en la que se me interroga acerca de la situación laboral de mi padre. Pero lo cierto es que se agradece ese interés, sea éste con un verdadero afán de preocuparse por la gente conocida o bien por mera cortesía. Pocas conversaciones así de breves tienen la capacidad de hacernos sentir mejor, apreciados, valorados por el prójimo. Lo triste de este asunto es que este tipo de conversaciones son iniciadas por la gente mayor con mayor frecuencia que por las nuevas generaciones —entre las cuales aún me incluyo—. Paradójicamente, las personas más jóvenes, dotadas de teléfonos móviles de última generación y de otros sistemas de comunicaciones inimaginables hace un par de décadas, resultan ser las menos comunicativas. ¿Qué nos pasa?

miércoles, 20 de junio de 2007

Delirios de grandeza

¿Pero qué ven mis ojos? ¿No es, acaso, la misma y repugnante imagen del mismo tirano que pretende subyugarnos con sus mentiras? Es la misma faz, la misma actitud prepotente y la misma mirada desdeñosa. Es la misma infame persona que busca dominar a sus semejantes, y por ello no duda ya en compararse con el todopoderoso. ¡De siempre prepotente y ahora, además, blasfemo!

Ah, maldito indeseable. Te crees ya que sabes mucho más que los demás (habría que demostrarlo), que eres el mejor. Piensas que puedes llegar muy alto porque has tenido un golpe de suerte; en realidad te sobreestimas. Estás convencido de que estás predestinado a ser un dios, pero ese es solo tu delirio de grandeza.

Queriendo alcanzar el sol te quemarás. Y caerás al vacío envuelto en llamas. Vuelas muy álto, Ícaro, vuelas muy alto.

miércoles, 13 de junio de 2007

Fue un sueño

Me contabas, Eléanor, con lujoso detalle, lo que al parecer fue una ensoñación tuya. Pero debes darte cuenta, querida, de que Morfeo te la jugó, y que lo que daba la impresión de ser un vívido recuerdo de experiencias pasadas no es, en realidad, más que un alocado sueño engendrado en tu ocurrente cabecita.

En tu fantasía apareció un extraño personaje, surgido de la nada, y te tendió la mano. Te dio también algún abrazo y algún beso en la mejilla. ¡Parecía tan real...! Jurarías haber sentido de verdad sus caricias. Luego te llevó a lugares mágicos, obscuros pero pacíficos, solazados por una suave y fresca brisa nocturna. Brisa que alborotaba tus cabellos, suaves y lacios. Te sedujo y te condujo a un mundo diferente, de plata y seda, de dulces aromas, de sosiego interminable. Te sentías confortada, comprendida, querida, venerada. ¡Ay, Eléanor, qué bonito era aquello!

Tu imaginación durmiente visitaba luminosos parajes pertenecientes a los más recónditos lugares del mundo. Ibais volando a todos ellos, cogidos de la mano tu amigo y tú, observando gentes y costumbres, paisajes y ciudades. Te presentó tu cómplice a otros seres de su misma galaxia, los cuales te acogieron con fervoroso cariño. Te invitaban a sus banquetes celestiales, en lo alto de alguna inaccesible montaña; una suerte de Olimpo donde espacio y tiempo aflojaban su estricta definición. Todos te admiraban, siendo siempre su foco de atención. Eras la niña de sus ojos.

Pero tu onírica aventura llegó a su término. Despertarse de aquel sueño fue algo traumático. De nuevo, sufriste el choque con la realidad, pútrida y pestilente. Aquel extraño compañero desapareció, y con él, todo ese mundo de maravillas. Pero te niegas a creerlo. ¡Fue un sueño, Eléanor, sólo un sueño! A veces afirmas haber visto a alguien que se le parece, pero sólo es una impresión tuya; algo meramente subjetivo, fruto de casuales reminiscencias de la mente. No es real, no existe de verdad.

Te pareció ver también a algunos de los que compartieron manjares y ambrosías contigo en aquel rincón del paraíso que tu soñaste. Olvídalo, no eran ellos, porque tampoco existen. Seguramente tu imaginación trastornada te sugirió eso donde sólo había un grupo de personas engullendo como cerdos comida basura, hablando de sus sucios e indecorosos asuntos. Tú afán por identificarlos ha hecho incluso que éstos te correspondiesen con alguna mirada desdeñada, causante a la postre de tu extremada angustia.

Ahora estás despierta, Eléanor, y nada de aquello que soñaste existió ni existirá. No sigas buscando; deja de darle vueltas en tu cabeza, pues así sólo lograrás una mayor decepción. La realidad en la que ahora estás inmersa puede resultarte muy dura, sintiéndote incomprendida, en ocasiones ignorada, fracasada. Los paisajes que te rodean son grises y deprimentes. Las personas que ves todos los días parecen llevar un mensaje funesto escrito en su cara, de perenne tristeza, de enorme desdicha. ¡Debes ser fuerte, Eléanor!

Suena en tu cabeza una infernal melodía, monótona y repetitiva. Tiene un compás de siete por cuatro, y siempre suena la misma nota. Es la sintonía de la realidad, cansina e implacable. Nada hay, en el día a día, que rompa con la rutina. Tu sueño revelaba maravillas, Eléanor, pero eso ya pasó. Aunque, eso sí, podrás cuando quieras volverte a dormir y bucear por los insondables entresijos del subconsciente.

What if i unscrew
Your own identity
Wouldn't you guess there's nothing left of you?

The Gathering - Eléanor

martes, 5 de junio de 2007

Cupido entra en Matrix

Aún hace poco vi por enésima vez la película Matrix, y pensando que ya conocía todos los recovecos de su argumento —así como sus respectivos significados— me quedé gratamente sorprendido al descubrir un nuevo matiz que había pasado para mí desapercibido durante todo este tiempo, desde que la estrenaron en 1999.

Lejos del evidente interés comercial que dicho largometraje cobija tras todo ese alarde de efectos especiales, obscuros ropajes y música tecno-industrial, la obra a la que aquí rindo homenaje constituye para mí todo un tratado de filosofía. Es obvio que durante toda la película se reitera una y otra vez el mensaje «conócete a ti mismo»; esto no supone ninguna novedad, al menos no para mí. Pero en esta última ocasión en la que la vi he recabado un nuevo e interesante concepto que procedo a detallar.

Un aspecto del film que siempre tuve en muy escasa consideración es el relativo al enamoramiento de Trinity hacia Neo, por parecerme totalmente accesorio y propio de un sentimentalismo barato. Mas ahora opino que ese es un detalle crucial e imprescindible.

En la vida, el amor juega un papel muy importante, no sólo al nivel de la atracción física, sino también en los niveles espiritual y «divino» —por llamarle de alguna forma, con una fugaz visión del Tantra en mi mente—. Por esta razón existe ese enamoramiento hacia el Elegido, porque éste es el único capaz de corresponderle para finalmente lograr así los dos juntos la maravilla de la perpetuación de la especie humana.

El amor consiste esencialmente en «dar», en brindarle a la persona querida el cariño y la comprensión que el resto del mundo no puede ofrecerle, como una suerte de complicidad —inimitable por los que no aman— que guiará a los amantes hacia la felicidad —esto es, la ausencia de toda pena—. Dicha complicidad será el nido para el milagro de la creación de la vida, desde la procreación hasta la adecuada educación de los descendientes. Es por ésto que debe existir esa compenetración, que comienza con un ejercicio de autoconocimiento que luego se extiende a continuación al otro individuo.

En Matrix insisten mucho en el asunto del autoconocimiento —existiendo una analogía entre la película y el Mito de la Caverna de Platón—, extendiéndolo luego al terreno amoroso. El enamoramiento de Trinity no se ve en un principio correspondido, pues el sentimiento recíproco se halla aún aletargado en el incrédulo Neo. Mas cuando éste comienza a creer en su potencial —y, por ende, a actuar como el Elegido— el amor surge y se produce el milagro (literalmente, además).

No obstante, no debemos olvidar que esto es una película y que, en general, la vida real puede diferir mucho de este «cuento de hadas». Sirva, de todos modos, la magnífica historia futurista de la película para inspirarnos en la búsqueda del amor. Así, para alcanzar el Amor Verdadero es preciso satisfacer tres requisitos que tienen sus correspondencias con los distintos niveles a los que opera tan noble sentimiento (de acuerdo con el concepto del Amor Platónico): físico, espiritual y, por último, de la belleza en sí misma. Esta idea exige que la pareja alcance un nivel de sabiduría adecuado —necesario para saber sopesar los duros embates de la vida— y que goce de una buena salud, amén de un vívido amor propio y una gran autoestima por parte de cada individuo. Son éstas condiciones indispensables para que una pareja que se ama pueda proyectar toda su esencia divina —fruto de su amor— en sus vástagos.

viernes, 1 de junio de 2007

Las causas de la guerra

Lo que sigue es un fragmento de una charla pronunciada por Jiddu Krishnamurti en Bangalore (India), en el año 1948. Junto con otras, dicha charla está recogida en un volumen cuya edición original lleva por título Talks in Bangalore, India, 1948 (The Collected Work, vol. V), disponible también traducido a otros idiomas.


¿Qué es, pues, lo que causa la guerra, sea religiosa, política o económica? Es evidente que la creencia, ya sea en el nacionalismo, en una ideología o en un dogma determinado. Si en vez de creencias tuviéramos buena voluntad, amor y consideración entre nosotros, no habría guerras. Pero se nos alimenta con creencias, ideas, dogmas y, por lo tanto, engendramos descontento. La presente crisis es ciertamente de naturaleza excepcional, y nosotros, como seres humanos, o tenemos que seguir el sendero del constante conflicto y de las continuas guerras, o de lo contrario ver las causas y volverles la espalda.

Lo que causa la guerra, evidentemente, es el deseo de poder, de posición, de prestigio, de dinero, y también la enfermedad llamada nacionalismo ―el culto a una bandera― y la enfermedad de la religión organizada ―el culto a un dogma―. Todo eso es causa de guerra, y si ustedes, como individuos, pertenecen a cualquiera de las religiones organizadas, si son codiciosos de poder, si son envidiosos, forzosamente producirán una sociedad que acabará en la destrucción. Así que todo depende de ustedes y no de los líderes, ni de Stalin, ni de Churchill, ni de ninguno de los otros. Depende de ustedes y de mí, pero parece que no nos damos cuenta. Si por una vez sintiéramos realmente la responsabilidad de nuestros propios actos, ¡cuán pronto podríamos poner fin a todas estas guerras, a toda esta miseria! Pero, como ven, permanecemos indiferentes. Comemos tres veces al día, tenemos nuestros empleos, nuestra cuenta bancaria, grande o pequeña, y decimos: «Por el amor de Dios, no nos moleste, déjenos tranquilos». Cuanto más alta es nuestra posición, más deseamos seguridad, permanencia, tranquilidad, menos injerencias admitimos, y más deseamos mantener las cosas fijas, como están; pero las cosas no pueden mantenerse como están, porque no hay nada que mantener. Todo se desintegra.

lunes, 28 de mayo de 2007

Ojalá

Ojalá no necesites nunca el abrazo de un amigo por estar triste. Ojalá no tengas que sufrir el frío tacto de la Soledad. Ojalá vivas por siempre feliz y tu sonrisa no se apague nunca. Ojalá que tus ojos no tengan nunca que llorar, si no es de risa o de felicidad. Ojalá que el amor esté en tu vida siempre presente, llamándote a la puerta cada día. Ojalá no te falte nunca la comprensión de quien te aprecia. Ojalá que el cariño y la ternura no desaparezcan de tu vida, aplastados por el ajetreo del día a día. Ojalá no seas foco de la maldad de nadie. Ojalá.

ojalá.
(Del ár. hisp. law šá lláh, si Dios quiere).
1. interj. Denota vivo deseo de que suceda algo.

miércoles, 2 de mayo de 2007

Efectos especiales

Esta historia que voy a contar aconteció en mis tiempos de bachiller, cuando para la clase de literatura nos habían encomendado, a un bien querido amigo y a mí, la tarea de producir los efectos sonoros para una obra de teatro. La obra trataba sobre la guerra, y eran precisos sonidos de disparos y bombas. Vale decir que por aquel entonces los recursos tecnológicos que se hallaban al alcance de dos mozalbetes, hijos de la clase obrera y acunados en una época pretérita al boom de Internet, no eran en absoluto abundantes. Era, por ende, un reto considerable lograr unos efectos sonoros realistas con los prácticamente inexistentes medios que en nuestro haber se hallaban.

Haciendo gala de un gran ingenio, recurrimos a una vieja máquina de escribir para recrear los disparos de ametralladora y a una serie de portazos para emular las bombas. Naturalmente, esto distaba mucho de ser lo suficientemente realista como para presentarlo en clase sin morirnos de vergüenza, pero contábamos con un increíble recurso: materiales de muy baja calidad.

Habíamos grabado dichos sonidos con un viejo radiocasete, registrando varios minutos de «mecanografía» y portazos en una cinta grabada y regrabada mil veces antes. La pésima calidad de la grabación distorsionó de tal forma los sonidos que éstos se parecían ya a auténticos disparos de ametralladora, y los portazos eran verdaderamente explosivos. No obstante, el «proceso» no terminaba ahí.

Una última operación se hizo con aquellos sonidos. Era necesario pasar esa grabación a otra cinta para así juntarlo con los otros efectos de sonido que se utilizarían en la representación de la obra. El problema es que entre nuestros humildes recursos técnicos no se hallaba ningún aparato reproductor y grabador de casetes de doble pletina con el cual hacer la copia. De modo que lo que hicimos fue lo siguiente: acoplamos dos radiocasetes, situando el micrófono del aparato grabador lo más cerca posible del altavoz del que reproducía los sonidos. Durante el tiempo que duraba el proceso de réplica hacíamos esfuerzos inhumanos por no articular sonido alguno; permanecíamos inmóviles, casi no respirábamos. Rezábamos para que nada ni nadie irrumpiese en la habitación en la que estábamos. Finalmente lo conseguimos: habíamos logrado pasar los sonidos originales a esa segunda cinta, añadiendo de paso un poco más de distorsión.

Al escuchar la segunda grabación el efecto era todavía mejor, mucho más realista. Los disparos se oían con diferentes intensidades y con un sonido más opaco; más parecido a un disparo. El sonido de las bombas daba la sensación de que algo explotaba a lo lejos causando un estruendo propio del derrumbe de casas y edificios. Fantástico.

miércoles, 25 de abril de 2007

Alas de papel (IV)

La tormenta castigaba los tejados de los edificios más altos. Sombríos éstos, palidecidos por la penumbra de la noche, creaban un paisaje lóbrego en el que un gélido viento de desasosiego recorría raudo las calles mortecinas. Las negras nubes de la tormenta mostraban su perfil en el cielo con la luz de los rayos, durante brevísimas fracciones de segundo.

Yo subía por las escaleras de una alta torre de piedra, queriendo alcanzar el punto más alto. Buscaba un lugar de soledad donde esconderme y donde intimar con mis preocupaciones. Llegué a un cuarto vacío, en lo alto de aquella alta torre, con una ventana desnuda, sin cortinas, y desde la cual podía verse el mar de tejados pardos de la ciudad en la noche.

Un rayo descendió desde las negras nubes de tormenta, haciéndose camino entre éstas, hasta el pararrayos de un tejado cercano. Yo lo vi, vi como su luz cegadora y fulminante explotaba a una escasa distancia de donde yo estaba. Entre la brillante luz y el terrorífico estruendo vi la imagen de un ángel, acercándose, volando hacia mí. Lo vi ya en la ventana, mientras yo yacía en el suelo, arrollado por la impresionante fuerza del rayo. Me hizo una señal, indicándome con su dedo una dirección, y luego se desvaneció. Con su imagen aún plasmada en mi retina hice un desmesurado esfuerzo por levantarme y averiguar qué había querido decirme tan fugaz mensajero. ¿Una ilusión?, pensé mientras me incorporaba. Pero en mi visión permanecía una mancha rosada con su silueta, manteniéndose ahí unos minutos antes de disiparse del todo.

Me acerqué a la ventana, algo temeroso pero con interés, y traté de seguir la imaginaria trayectoria del dedo del ángel. Al principio no vi nada salvo el mismo mar de tejados que ya antes había visto. Seguí buscando con la vista en aquel caótico paisaje y finalmente llamó mi atención un misterioso resplandor multicolor que provenía de alguna puerta o ventana abierta, en una calle cercana. Bajé de aquella torre, curioso, a ver de qué se trataba. Me ubiqué entre las calles y deduje pronto cual sería la dirección a tomar para llegar al enigmático lugar que desde las alturas yo había divisado. Comenzaba ahora a llover con suavidad.

Las gotas de lluvia mojaban mi ropa, mi pelo y mi cara, mientras yo avanzaba apresurado por las desiertas calles. Llegué, por fin, al lugar del que provenía aquel colorista resplandor. La luz venía de una casa, con la puerta entreabierta. Sin demasiado pudor decidí entrar para descubrir el origen de aquel fulgor de bienaventuranza. Y apenas habiéndome adentrado en aquella estancia te vi, pequeña mía, después de tanto tiempo. Eras tú, más bella que nunca, radiante, rebosante de energía. Tus alas estaban ahora fuertes. Me acerqué a ti y tú también te acercaste a mí. De ahí surgió un beso, una caricia, un abrazo y con una sonrisa nos despedimos.

Verte de nuevo volar, llena de vitalidad, me hizo ver que ahora nuestros caminos se separaban. Me embargaba ahora una mezcla agridulce de alegría y tristeza. Llovía ahora con mayor intensidad; sobre mí caían las gotas de la lluvia cubriéndome por completo, empapándome. Yo caminaba por las desiertas calles mientras el amanecer se abría paso entre la ya apaciguada tormenta.

[Cesar :]
Escribo las líneas de un libro
Que ya está terminado
Por quién querer vivir
Si no es la realidad

[Sophia :]
Abre los ojos
Pon fin a tu agonía
Abre los ojos
Y empieza tu nueva vida


(Dark Sanctuary - Abre los ojos)

martes, 24 de abril de 2007

Alas de papel (III)

Juntos caminábamos a través de las estaciones, viendo como las marrones hojas que ayer pisábamos luego formaban deliciosas composiciones florales. Pudimos sentir las caricias de la suave brisa estival cuando ésta levantaba nuestras ropas. Pudimos sentir también como el mar besaba nuestros pies en algún vasto arenal. Degustamos el tenue calor del crepúsculo, dulcemente acurrucados en un paraíso bañado en miel. Y así saboreábamos tu y yo el néctar de la pasión, dulce bálsamo para curar las heridas causadas por un mundo lleno de crueldad.

A un paisaje envejecido por la mugre llegó la sombra. Las farolas encendieron sus cobrizas lenguas de tungsteno al unísono, dando así la bienvenida a una nueva noche de plástico. Cómplices de la quietud de la noche, nos dábamos mil besos envueltos en satén y terciopelo. Solíamos encontrarnos en la tranquilidad de la noche, a la luz de las velas, en un lugar mágico y desconocido para los demás: nuestro santuario.

Pero una noche fui allí a buscarte y no estabas. Te esperé, pero no volviste. Me pregunté dónde estarías, a dónde habrías ido, pero no dí con la respuesta. Comencé a preocuparme. Muchas fueron entonces mis hipótesis acerca de tu paradero, endiabladas teorías, nada alentadoras, aciagas en su mayoría. Te imaginé en algún inhóspito lugar abandonada, vejada y violada por algún maldito demonio. Te dí incluso por muerta, ¡oh, pequeña mía! La incertidumbre era mi continuado tormento, día y noche, semana tras semana.

Oí tu voz, pero no eras tú; no me lo pareció. Tal vez sí, no lo sé. Mi desesperación distorsionaba mis sentidos hasta hacerme ver, sentir, lo que se me antojaba más atroz. Lloraba tu ausencia, maldecía tu suerte por suponerla infame. Iracundo, beligerante ya, golpeé muros y paredes, consiguiendo sólo hacer a mis puños sangrar, salpicando con sangre las páginas de mi diario. Sangre que se mezclaba con mis lágrimas en el papel, turbiando más aun la poco clara crónica que yo hacía, desde mi emponzoñada óptica, de mi desgraciada vivencia.

viernes, 20 de abril de 2007

Carpe Diem

Yo no podría estar más de acuerdo con lo que algunos dicen acerca de recorrer ese camino que es la Vida. Camino cuya única meta es la Muerte, y que por lo tanto debe disfrutarse antes de llegar a su funesto término. Si lo que buscamos en la vida es la felicidad, ésta no puede verse como una meta, sino que ha de concebirse como un continuo disfrute, constituido por pequeños placeres.

Me atrevo incluso a decir que ese camino ni siquiera existe. La vida transcurre por un terreno sin veredas, pues las sendas ya trazadas registran las experiencias vividas por otros indivíduos. Nosotros debemos vivir nuestra propia vida de forma original y genuina, no queriendo ser burdas imitaciones de otras personas.

No obstante, forjar nuestro propio destino no es tarea trivial. Lo más adecuado es hacerlo de forma incremental, viviendo cada instante, día a día. El arte de saber tomar en cada momento las decisiones que nos son más favorecedoras ―tanto a corto como a largo plazo― se aprende de la observación. Paulo Coelho explica en su obra «El Alquimista» que el mundo nos brinda un montón de señales que, sabiendo interpretarlas, nos harán vivir lo que él denomina la Leyenda Personal de cada uno; justo lo que de corazón anhelamos, lo que realmente queremos ser y lo que realmente deseamos vivir. Esa capacidad de observación mística y trascendental ha de servirnos de guía para hallar en cada momento la felicidad.

Debo reconocer que, años atrás, mi visión del mundo era muy cuadriculada; siempre exigiendo una explicación estrictamente racional de las cosas. Yo era incapaz de distinguir esas señales, aún llegando a ser en ocasiones muy evidentes. Por fortuna, he cambiado de parecer, y aunque sigo buscando por medio de la razón el porqué de muchos fenómenos mundanos, creo ahora más conveniente circunscribir el dominio de actuación de la razón a los campos que le son legítimos.

¡Oh! ¡He experimentado maravillosas vivencias! He visitado lugares preciosos, llenos de magia. He conocido a algunas personas muy interesantes, y sé que son interesantes porque les he abierto mi corazón para poder así recibir su bondad, regalo sagrado para el espíritu. He sentido el amor con una intensidad sin precedentes. Y he hecho cosas que nunca antes me habría planteado, solo porque no entraban dentro de mi ridículo y acartonado esquema de valores estrictamente racional. Si ciertas personas supiesen de cosas que he hecho, de actividades que he practicado, etc... ¡pensarían que no soy el mismo! Tal vez algunos piensen que estoy loco, pero lo cierto es que nunca he visto las cosas con mayor claridad. Y puedo decir que esto es solo el principio; aún queda mucho por vivir.

jueves, 19 de abril de 2007

El Baño

Es cotidiano que nos abrume la frustración en nuestros quehaceres más intelectuales. Cuando nos agobia un problema al que no le encontramos solución, cuando se nos embota la mente, cuando la inspiración parece faltar; ese maldito estado de aturdimiento que nos impide descansar acabará haciéndonos presas de la desesperación. Maldecimos. Gritamos. Damos golpes y patadas. Nos enfadamos. Nos sentimos insignificantes.

Pero la Inspiración ―esa traviesa hada― no tolera esas groserías. Ella exige que nos relajemos; sugiere que nos demos un buen baño. Llenaremos, pues, la bañera, añadiendo sales de baño, encendiendo tal vez velas e incienso; lo que más nos guste. Éste es el ritual para invocar a nuestra deseada compañera, para que nos ilumine y nos traiga la anhelada solución a nuestros quebraderos de cabeza.

Valga como prueba la célebre anécdota vivida por Arquímedes. Hierón (rey de Siracusa) le había pedido que determinase la pureza del oro de una corona cuya fabricación había encomendado a un infame orfebre. Temía el rey que éste hubiese rebajado la aleación para así lucrarse a costa del monarca. Debía, pues, Arquímedes dar una respuesta al soberano acerca de la pureza del material de la citada alhaja, mas no se le ocurría forma de resolver el problema. Hastiado el sabio por no encontrar solución alguna ante la apremiante impaciencia del rey, hallábase éste al borde de la desesperación.

Pero la inspiración acudió al encuentro de Arquímedes cuando éste fue a darse un baño. Experimentó ahí, en ese momento y en ese lugar, el fenómeno que le brindaría la solución ―el principio de Arquímedes― al observar que cuando sumergía su cuerpo en el agua un volumen equivalente de agua era desalojado. Había encontrado la forma de medir el volumen de la corona del rey ―y de cualquier otro objeto que se le antojase― para poder determinar la densidad del citado objeto una vez conocido su peso.

Y enormemente contento Arquímedes por su descubrimiento, comenzó a correr jubiloso por las calles de Siracusa exclamando el ya archiconocido grito de Eureka, Eureka ―vocablo de origen griego con significado de haber hallado algo y también conocida marca comercial de chocolate―. Había solucionado el problema que tanto le angustiaba.

Sólo me resta decir que nunca se sabe cuando la Inspiración ―esa traviesa hada― nos hará una visita. Lo mejor es mostrarse siempre amable y optimista para no ahuyentarla. Un buen baño relajante puede ser nuestro gran aliado para propiciar un encuentro con ella. Eso sí, abogando siempre por un consumo responsable del agua.

jueves, 12 de abril de 2007

La flor más hermosa (I)

La flor más hermosa es la que nace en la adversidad. Desafiante a la vez que tierna, despliega sus pétalos con lozanía, abriéndose al mundo. El triste horror de acero y cemento no ha podido frenarla. Y entre ordenadores y faxes hay una carta de amor, en un sobre rojo, escrita a mano. No sé lo que pone; no es para mí. Dirijo mi vista a la ventana, allí sigue esa flor, esbelta, radiante, toda ella.

La noche anuncia su llegada, prestándole su roja bufanda al horizonte. Una brisa liviana hace bailar a todas las plantas del jardín. Un dulce aroma me envuelve mientras me dirijo a mi coche. Voy con calma. Conduciré despacio. Me apetece tomar una ruta diferente y perderme, llegar a lugares nuevos, nunca antes vistos. Quiero dejarme seducir por el extraño encanto de un paisaje bañado en sombra. No tengo prisa por llegar a ningún lugar.

Mi corazón late apresuradamente. Mis ojos, abiertos como platos, devoran con ansiedad las rayas de la carretera. No pierdo detalle, cada cruce es una dulce tentación; nuevas posibilidades, nuevos lugares, nuevas sensaciones.

Finalmente regreso a mi casa. Es hora de descansar, de reponer fuerzas para un nuevo día. Mientras duermo, la noche transcurre silenciosa, pasando desapercibida. Y tras ella, llega un nuevo día presidido por un sol majestuoso en su trono de color azul.

Salgo a la calle, donde el bullicio de personas y coches se alía con la fulgurante claridad del día para sacudirme, quemándome, aturdiéndome. Ahora conduzco mi coche en línea recta, sin desviación posible, directo a mi destino. No puedo perder ni un minuto, no puedo decidir, no puedo improvisar: todo está planificado. Y como yo, miles, millones de personas hacen lo mismo. Sin pensar, sin disfrutar del paisaje, nuestra travesía sólo nos brinda malos momentos. He aquí el drama de la existencia humana: una terrible rutina que se repite día a día. Llego finalmente al lugar donde he de cumplir con mis obligaciones. Me instalo e intento centrar mi mente en mi labor, pero un fugaz pensamiento me arrastra hacia la ventana.

La flor más hermosa es la que nace en la adversidad. Desafiante a la vez que tierna, despliega sus pétalos con lozanía, abriéndose al mundo. El triste horror de acero y cemento no ha podido frenarla. Y entre ordenadores y faxes hay una carta de amor, en un sobre rojo, escrita a mano. ¿Será para mí?